lunes, 30 de noviembre de 2009

Mediero: "El teatro, teatralizado"




Afirma Manolo Martínez Mediero (3-M, que dirían los modernos), que el problema del teatro es que se está teatralizando. A una convocatoria del Ateneo de Badajoz Manolo acude la última noche del feo mes de noviembre dispuesto a hablar de su teatro. Nos reunimos en torno a él ocho personas (no eran ocho hombres sin piedad, que había una dama también) y hay un diálogo fluido, plagado de las anécdotas con las que Manolo salpica su siempre amena y en ocasiones disparatada -dentro de un orden- conversación. A Manolo (a quien le ha dado últimamente por cantar zarzuela con Luis Ángel Ruiz de Gopegui y Emilia) las palabras le salen a borbotones. Y así, se queda tan pancho cuando dice que “a mi me gusta poner en mis textos algunas faltas de ortografía. Eso hace que me digan, oiga, aquí ha puesto usted una falta. Y yo les digo: no, una falta no; he puesto más”. Dice Manolo que con esto de los ordenadores y el teatro “lo difícil es corregir los textos”. Para él eso de la corrección es una obsesión y se rebela contra Goytisolo cuando éste dice que escribe únicamente a mano y no se ha hecho a las nuevas tecnologías, aunque “lo malo es que el ordenador te dice hasta dónde debes poner los acentos”.

A Mediero no le costó hacerse a las nuevas tecnologías. Se compró un ordenador y le animó a manejarlo hábilmente Jorge Márquez, de quien dice es un fenómeno con el ordenador (por cierto, ¿dónde está Jorge Márquez, qué hace, qué escribe ahora?). Dice Mediero que pese a todo sigue ejercitando la imaginación. “Me sé cientos de números de teléfono. Hace días me llamó un amigo para pedirme el teléfono del pediatra y se lo dije sin esfuerzo alguno, de memoria, porque lo tengo en mi cabeza y no se me olvidan”. Lo que, bien mirado, no deja de ser una ayuda para quienes vamos sintiendo cómo el tío Alzheimer nos acecha de vez en cuando, sin necesidad de que sea a la vuelta de la esquina, sólo basta con que intentemos abrir la puerta del federico (digo, del frigorífico).

Manolo confiesa sin embargo que le gusta escribir a mano y que tiene siempre cerca libretas con papel del bueno, no como Antonio Gala que lleva libretas baratas de papel de estraza. “Me gusta escribir diálogos y así lo hago desde que estaba en Barcelona, que llevaba siempre conmigo una libreta chiquinina en la que escribía sobre todo diálogos”. Amante de las acotaciones a la hora de escribir teatro, piensa que son fundamentales porque reflejan el clima que el autor quiere transmitir en su obra, como Valle Inclán. Y recuerda, entre emocionado y desconfiado (a él le gusta de siempre Badajoz, a la que definió como “una ciudad alegre y desconfiada”) los avatares y placeres de sus estrenos y de la parafernalia que se montó en torno a ello, incluidas las bombas -ya no es tal la parafernalia- de humo que se arrojaron en un teatro madrileño en el que daban sus últimos coletazos las “Hermanas de Buffalo Bill”, con Berta Riaza, Tina Sainz y Germán Cobos, a las que los ultras e intransigentes querían llevar al paredón (Fraga quiso ponerle protección a él, no a los actores).

Este es el Mediero del 2009, que evoca ilusionado a Luciano Samosata, a Benavente (de quien recomienda se lean sus 'Cartas de mujeres'), que recuerda a Brecht, que critica a Boadella (“copiaba de todo el mundo y a mi me ha copiado todo lo que ha querido”), que despotrica contra Haro Tecglen quien no soportaba la obra del extremeño, que afirma sin rencor que “el teatro ahora no es ni carne ni pescado, está esperando la subvención”.


Ya me voy del Ateneo, con permiso de los presentes, cuando se me están haciendo las del alba y se sigue hablando de la obra de teatro de Manolo dedicada al nicho inteligente y del reciente homenaje a los directivos de la Caja de Ahorros de Badajoz últimamente jubilados, homenaje al que, ¡sorpresas te da la vida!, acudió hasta Rodríguez Ibarra (al que había zarandeado dialécticamente el anterior director general, el gallego para entendernos,) pero al que asistieron pocos empleados de la noble entidad que están a lo suyo y no a aflojar los 50 pavos que costaba la broma. Lo dicho, que según 3-M el teatro está cada vez más teatralizado.

martes, 24 de noviembre de 2009

Pies durmiendo, al fin





A ciertas edades, los pies son más que sólo las manos. Quizá no sirven para desenmarañar, para enredar, para tejer o destejer, para abrazar. Pero son más fieles que las manos, son más ayudantes de nuestro cuerpo, son mejores aliados para desplazarse. Porque sí, muchos seres vivos se valen sólo de las manos para moverse, como el macaco, pero los pies nos son imprescindibles si queremos avanzar de un sitio a otro, de la casa a la calle, de la cama al pasillo, de la carretera al camino... Por eso nuestros pies cansados son un tormento, especialmente cuando ya tenemos pocas ganas de trotar y mucha necesidad de movernos de sitio, de desplazarnos en busca de un nuevo rincón, tras un asiento, buscando la sombra que nos cobije. Pies cansados de patear, pies acostumbrados a subidas y bajadas, a escaladas, a descensos simples o vertiginosos, pies que conducen nuestro caminar y nuestro pasear, el correr o el frenar, pies que detienen nuestra marcha ilusionada, que impiden a veces nuestro anhelado paseo, pies que en suma nos traen y nos llevan recordándonos nuestra fragilidad, nuestra dependencia de algo tan sencillo como esos diez pares de dedos ahí pegados, ayudando a la vida diaria del caminante.
Estos de la foto son pies de mujeres que han hecho un alto en el camino, pies que han andado cientos y miles de kilómetros no en competición, sino en la lucha diaria de la vida. En la cocina, en el pasillo, en la casa, en la calle, en los caminos. Pies fatigados de mujeres que han conocido tal vez poco descanso, pies hechos a la brega diaria, pies que casi nunca han gozado de un buen calzado, pies que han sufrido como nadie fríos y calores, pies que han soportado pesos desmesurados para su capacidad, pies que han emprendido rutas odiosas muchas veces, agradables también. Son pies hechos a la lucha, al sufrimiento, pies que han llevado a una feria y han encontrado un hueco para el merecido descanso, pies que oyen el lastimero quejío de las mujeres doloridas, pies que han pateado lo suyo por vivir y que ahora, al abrigo de una sombra, viven felices su recuperación, su descanso. Pies que ahora, por fin, duermen.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Ricardo, ¿qué mundo te está esperando?





Acabas de nacer, Ricardo, y ya te está dando problemas tu abuelo. Haciéndote preguntas como que qué mundo te hemos preparado, qué mundo te está esperando. Rubén y Jara, tus hermanos expectantes, tus hermanos ilusionados, tus hermanos dueños de un futuro generoso y amplio, están dándose cuenta ya del mundo que les aguarda. Cuando esta mañana no querían montarse en el autobús para ir al colegio; cuando la pasada noche los dos durmieron bajo la amenaza de una tos repetida; cuando Rubén pide miel porque sabe que le alivia, que se lo ha inculcado su padre; cuando Jara, mocosina, dice “no pasa nada, abuelita. No pasa nada”... es, en su mundo, su gran problema, su único problema ahora. Pero afuera les está esperando, como a tí, Ricardo, otro mundo al que los tres vais a enfrentaros con aplomo, con fe. Es el mundo que os hemos preparado. El mundo de lo nuclear, de las refinerías, de las guerras, de los rencores, del cambio climático, del hambre, un mundo que no nos gusta nada tampoco a nosotros, los que lo hemos hecho.

Pero también es, y sobre todo, el mundo de las mariposas, de las flores, de los pajarillos, de los globos de colores, de los payasos, de las risas, de las fuentes, de la lluvia alegre, de las olas, del viento suave, del tiovivo, de los fuegos artificiales, de las hadas y de los cuentos de fábula, de las pompas de jabón, del agua tibia en la ducha, del cariño de la mamá melosa que os acompaña en los días de fiesta y cuando caéis al suelo sufriendo algún daño, el mundo de los dibujos animados, de otros niños, el mundo de la ilusión del sueño imaginada cuando estais a punto de cerrar los ojos por un rato, del teatro en el colegio, de la fiesta de fin de curso, de la alegría de soplar las velas en el cumpleaños... El mundo de la aurora boreal y de las tormentas y de la luna llena y de la rosa de los vientos y del arco iris que veréis desde el patio de vuestra casa, del mugido de una vaca que se encontró una flor, el mundo de una flauta dulce sonando, de un platero triscando en el campo, de miles de margaritas abiertas para ese y otros plateros, de cualquier cabalgata de Reyes Magos con o sin camellos, qué sé yo, cualquier mundo que los mayores seamos capaces de imaginar para vosotros, un mundo por ejemplo de cientos de grullas volando en manada, de caminos y veredas plenos de amapolas, de miles de ovejas balando, de ranas croando en una charca escapando de vuestras piedras, de cisnes bordeando cualquier lago, de racimos de uva colgando apetitosos, de hibiscos que pinta tita Paz para vosotros o de la orquídea Vanda Miss Joaquin que ha descubierto en Singapur, de libros que contienen millones de palabras y que almacena con mimo tita Esther, de Iron Maiden que escuchan mamá y papá esperando que os gusten, de gorros y de baños y duchas suaves que os da abuelita, como cariños contra la fiebre o el dolor que ponemos en vuestras manos todos nosotros. Ese, ese queremos, Ricardo, que sea el mundo que te hemos preparado a ti, a Rubén, a Jara... El mundo que te está esperando, que os está esperando, frágiles niños, ilusionados niños, campeones de nuestros corazones, amos de nuestras ilusiones todas, razón última de la vidas de quienes os vemos ya de lejos, escapar, corriendo, volando, buscando nubes y cielo y aire que nosotros queremos daros y poner en vuestras alas, hoy todavía frágiles, todavía tiernas, pero siempre tan nuestras.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Paz. Lo suyo es volar.




Otra que se va. Por poco tiempo, parece, pero se va. Volando. La vida es una sucesión de vuelos. El de los primeros pasitos en los que la niña escapa buscando en la calle, en el parque, en el campo, un horizonte nuevo... ahí es nada, descubrir que sus pies la llevan a donde quiere, ahora a la derecha, ahora salto este charco, ahora me caigo, ahora me levanto. Más tarde, averiguar y afirmar que puede lucir un vestido nuevo, que es capaz de alisarse de otro modo el pelo, que puede saltar a la comba, que va a ponerse unos guantes, un gorro, un sombrero gracioso que la hace distinguirse de las otras... Diseñarse más tarde incluso sus propias camisetas, sus bolsos. Y soñar con pajaritos que ahora sólo pían pero mañana cantan y vuelan, como a ella le gusta hacer, volar siempre volar. Y pintar. Crear con su imaginación primero, con sus manos después, plasmando en el papel o en el lienzo todo cuando le bulle en la cabeza, lo que desborda su imaginación. Echa sobre el papel ovejitas de colores, siembra los tejados de chimeneas, me coloca en mi sillón con un vaso de leche y el viejo pañuelo doblado, atrapa de cualquier jardín un hibisco y lo deposita a los pies de mamá, coge el bolso de Kate, se escapa hasta Tucson o hasta Vigo, es arrastrada por un delincuente en una calle anónima de un barrio sevillano, escapa con el pensamiento hasta Arizona, se desentiende de todo volando hasta Canarias, se sube al Atomium y a la torre Eiffel, se jura que irá a Berlin, recorre Amsterdam y se emociona jugando con una caracola o pintando a sus hermanas en Isla Canela, convive con niños en las calles de pequeñas aldeas italianas, se asienta en Mondariz, se relame ante el chocolate o los mules de Bruselas, ... Volar, volar, lo suyo es volar y lo nuestro asistir atónitos sin poder hacer nada por impedirlo, porque a este pajarillo no se le pueden cortar las alas. Como a todos y como a ninguno.

martes, 30 de junio de 2009

Badajoz, la Ciudad Puente




Como tumbada sobre una inhóspita losa de mármol, la Ciudad de Badajoz se me antoja cual un cuerpo que empieza a ser desmembrado por un forense loco, que primero secciona el esqueleto en dos partes longitudinales e introduce entre ellas una sinuosa corriente de agua, que va apartando las mitades del cuerpo, inundando las orillas de verdes juncias, poblando las riberas de miles de pájaros, patos inofensivos, peces innominados. El forense loco destripa el cadáver y ata las puntas de uno y otro lado, enlanza la Estación con San Roque, Las Moreras con Santa Marina, San Fernando con San Andrés, Marchivirito con Los Montitos, El Nevero con el Cerro de Reyes... tejiendo una tupida red para la que necesita una sucesión armónina de puentes, de viales, de pasos que ocupan ora ganado, ora personas, ora coches... Este es el panorama de una ciudad que se contruye sobre puentes, que aspira desde su proximidad con el extremo más oriental y apartado del viejo Continente a ser puente de enlace mismo con Europa. Y este quiere ser un humilde reconocimiento al significado de algunos de los muchos vasos comunicantes de la que es una Ciudad Puente.

MANOLO LÓPEZ GARCÍA

Un puente es símbolo de vida. Permite pasar, facilita enlazar, ayuda a conseguir unir dos orillas por distantes que estén. A menudo cruzamos los puentes de la vida sin pararnos demasiado, sin echar un vistazo a lo que hay bajo ellos. Todos mis puentes han sido siempre símbolo de avance, de empuje. El Puente del Alcornocal, el puente de La Molineta, el puente de Valdejerez, el puente de Perrilla, el puente del Arroyo Los Linos, el puente de La China, el puente de los Plaos...todos esos eran los puentes de mi infancia, de mis años de juegos inocentes, de carreras desaforadas en pos de una abubilla o de un pardal, buscando quizá los huevos de codorniz o tratando de rescatar moras para hacerme un rosario de cuentas con el que sorprenderme a mí mismo con la camisa o el cuello llenos de moratones... Años después he debido cambiar aquellos puentes por otros más cercanos a mi existencia, como los cinco puentes de Badajoz. Y bajo todos esos puentes he encontrado motivos para pensar en el destino, para sentir el temor de los que tenemos miedo a las alturas, los que pensamos que aquello se puede caer de un momento a otro. Hace sólo unos días he vivido en el Puente Real de Badajoz el temblor de las vigas al moverse al paso de camiones de gran tonelaje. Ni se han inmutado con el paso de un ciclista. Tampoco han replicado cuando sobre ellas han volado garzas, cigueñas o acaso algún tordo. Sobre esos puentes de mi Badajoz de hoy pasamos a diario cientos de curiosos ciudadanos que jugamos a enlazar ambas orillas en un ejercicio contumaz y repetido de malabarismo con la vida, en un estar en una orilla ora y ora en la otra. Son puentes que unen, puentes de ida y vuelta. (Extraído de www.manololopezgarcia.blogspot.com)

-Niñato, a ti lo que te voy a dar yo es un par de hostias, que eres un niñato...
Admito que aquello me impresionó. Pero los treinta años son los treinta años. Más me había asustado el punto de cita, cuando me lo dijo por teléfono, con su voz ronca, casi sórdida:
-Te espero en el puente de las Brujas. Y si quieres, que venga contigo Alfonso, que es buen amigo mío.
Allá que nos fuimos. Y allí estaba Miguelón con los brazos en jarras. Confieso que el llevar a mi lado a Alfonso me daba cierta tranquilidad. Ese grandullón desgarbado, con quien he compartido cientos de aventuras periodísticas hasta que se acabó lo que se daba. Y Alfonso era mi mano derecha en aquellos tiempos:
-Ahí está la foto, mira, ahí -le decía yo-.
-No, la foto está en el otro lado -me contestaba él y le daba la espalda al objetivo que yo le había marcado. Luego, el jodío tenía razón casi siempre, aunque más de una vez debíamos reñir en nuestro deambular por las calles de Badajoz y sobre todo por los barrios buscando algo con que alimentar las voraces páginas del HOY nuestro de cada dí, dánosle hoy-.
Un día andábamos los dos esquivando socavones de los que Badajoz es campeón mundial. Era por alguna calle angosta del viejo barrio de San Roque y nos caía encima un chaparrón de bigotes, del que nos protegíamos con los chubasqueros como mejor podíamos.
-¿Qué hora es? -me preguntó.
A regañadientes saqué la mano del bolsillo y me arremangué el chubasquero:
-Las once y diez.
Después de llegar a nuestra cita, hacer el trabajo y regresar a la calle en busca de su nuevo Seat Ritmo, otra vez bajo la jodida lluvia, me preguntó sin ni siquiera mirarme.
-¿Qué hora es?
-Las doce menos cinco. Pero, ¿no tienes reloj?
-Sí -me dijo con toda su cachaza-.
-¿Y por qué no miras tu la hora?
-Es por no sacar la mano del bolsillo...
Ahora, con el paso de los años, se me viene a la imaginación que tal vez aquel día, frente al Miguelón amenazante, al lado del puente de las Brujas, bien pude haberle dicho a Alfonso, después de la sonora oferta de Miguelón de darme un par de hostias:
-Alfonso, si ves que va a darme el par de hostias, pregúntale qué hora es.
No se me ocurrió entonces y además por suerte a Miguelón debió caerle en gracia mi advertencia:
-No hace falta que me des dos, Miguelón. Con una guantá tengo bastante.

Hace sólo unas semanas he visto a Miguelón en la consulta del médico, en el Centro de Salud de Ciudad Jardín. Allí estaba arrastrando sus dos muletas. Mayor, pero menos que yo, claro. Por suerte para mi no me reconoció y a mi, como al Piyayo, me daba un respeto imponente decirle algo. ¡Eh, hombre, Miguel...! Por ejemplo. Pero no, me quedé callado. Él, apoyado en sus muletas, contaba a otro quidam sentado a mi lado que la semana pasada se armó de valor. "Me fui a Badajoz. La verdad es que me dije que no iba a beber más en una temporada, pero el día de Navidad me animé y dejé de tragarme las pastillas... Hoy voy a tomarme unas copitas. Y dicho y hecho. Me fui a Badajoz por la mañana. A mediodía ya andaba yo algo perjudicado. Una vecina de aquí del Cerro me vio con las manos llenas de bolsas. ¡Eh, Miguel!, ven aquí, echa las bolsas al coche que yo te las llevo a casa. Eran para los nietos, ¿sabes? Quería comprarles unas cosillas. Y la verdad es que se me fue la olla. Me cargué de tantas bolsas que ya ni daba abasto en la barra para seguir con las copas. Bueno, a lo que iba, que menos mal que la vecina me recogió las bolsas y se las trajo a casa. Me dolía ya tanto la cabeza... También me duele ahora, pero no es por aquello, llevo unos días sin beber y estoy mejor. Es que se me fue la olla... Ah, cómo me duele esta pierna..."
Desde mi asiento en una silla al lado de su amigo yo miraba a Miguel. Menos mal, ya no se acordó de mi o no me prestó atención. Está algo menos gordo pero me siguen impresionando sus gruesos labios parecidos a los de las estampas que venían con los chocolates Loyola. Y las manos, siempre las mismas manos enormes, manos hechas para trabajar en el andamio, tal vez antes para poner firme a su familia según sus particulares criterios, quizá para agarrar el boli e ir señalando los números del bingo, acaso hoy para acariciar a sus nietos. Sí, por qué no va ser Miguel capaz de acariciar a sus nietos, sobre todo los días en que decide no ir "a Badajoz". (Extraído de www.manololopezgarcia.blogspot.com)

Después de aquel día del consultorio hemos estado juntos, sin que él me reconociera, tentando a la suerte en un quiosco de cupones de la avenida de Fernando Calzadilla. Le he abordado y le he recordado el incidente, pero sus ojos miraban al vacío. Juntos hemos hablado de un amigo común, Gaspar García Moreno, que también se pateó como yo el puente de las Brujas (nada que ver con los periodistas de ahora en este Badajoz lleno de puentes y que me perdonen, periodistas de moquetas y ruedas de prensa llenas de luz y de focos y de glamour, periodistas de nada de barrios, nada de sovacones, de deshaucios, cierto que periodistas menos que mileuristas, de horas a destajo con la alcachofa y con la grabadora digital, haciendo méritos para salvar su mininómina, pero adocenados, sin conocer siquiera los muchos puentes de este Badajoz que sigue siendo campeón mundial de socavones y de búsqueda incesante de la pala de oro y de bocas de Metro a punto de explotar y de cacas de perro y de dónde está la policía y ellos, a los que se les llena la boca de decir que son periodistas, sin enterarse mucho y sin exponerse a que un Miguelón de turno les ofrezca lo que me ofrecieron a mi, a Gaspar y a otros muchos como nosotros).


El puente de Palos

No estaba solo el padre Eugenio. El cura integral, cura-cura, que se pateó un barrio y lo levantó. El Oblato que llegó a Badajoz cargado de ilusiones y al que su corazón le dictaba órdenes de trabajo sin cesar. Con él paseé en no pocas ocasiones por su barrio, por las Cuestas, por las que tanto hizo. Hasta allí llegábamos por el puente de Palos, donde se adivinaba ya la ciudad sin ley, el otro Badajoz, donde todo el mundo era ya un forastero y en el que sólo nos servía de salvoconducto la compañía de Eugenio o de otros luchadores del barrio, como Carmelo Vera o Ricardo Cabezas.

-A esos los dejáis, que vienen con Eugenio...

A veces ni esa compañía era garantía para el visitante. Cruzar el puente de Palos, atravesar la avenida recordando la figura agigantada del padre Tacoronte, superar las instalaciones del colegio que después sería Marcelo Nessi, adentrarse en un bariio maldito... era una odisea. Que se lo pregunten a Pepe Durán Ventura, que se fue con un grupo de entusiastas del Rotary Club a regalar juguetes por las fechas de Reyes y por poco se presenta en casa hasta sin calzoncillos, todo por llevar los juguetes en un viejo Seat 132 y abrir los portones del coche para regalarlos. Claro que a Pepe no se le ocurrió llevarse a la Policía -que a lo mejor tendría que estar inexcusablemente en otro lado- ni a pedir la presencia del padre Eugenio.

El puente de Palos ha sido a Badajoz lo que la isla de Perejil, pero salvando las distancias. Por él se iban los contrabandistas buscando el café en Campomayor. Hasta los gallos que los guardinhas de la Guardia Nacional Republicana tenían en la alfandega fueron sustraídos en alguna ocasión y sonaron tiros que por los pelos no tiñeron de sangre las noches de las Cuestas.

De las andanzas vividas en el puente de Palos podían hablar muchos de los que lo cruzaban a diario, como los esforzados maestros que iban al colegio El Progreso. Allí daban clase los hermanos Serrano, Juan Antonio, el mayor y Miguel (el pequeño en edad). Ambos hicieron mucho por el barrio. Un buen día una maestra de aquel Colegio, mi hermana Jose López García, se llevó a su hijo Ángel, de tan sólo dos años. El niño nada más entrar donde estaba el grupo de profesores se puso a mirar para todos los lados y se arrimó al que vio más de su quinta, José Antonio. Y ya no se separó de él en toda la mañana. Aquellos maestros acudían cada día a cumplir su labor como quien va a un destino indeterminado y aparecían cada mañana con el ánimo sobrecogido a la hora de abrir la puerta, por ver cuáles habrían sido los destrozos de la noche anterior, cuántas mesas o sillas habrían sido quemadas, cuántos grifos o wáteres arrancados.

Desde muy cerca del Puente de Palos, desde la calle Gurugú, cruza hacia Badajoz y avanza, majestuoso, por el Puente Real, el de su querido Rey, que le lleva hasta el Cerro del Viento. Ha superado el consultorio médico y el lavacoches del elefante azul o blanco, no sé ya de qué color es. Le sigue su fiel lacayo, con las carpetinas bajo el brazo. Ambos van a hacer gestiones a San Juan, al Centro Monárquico, a Amigos del País, a las bibliotecas, a que les vean en la calle Menacho, a alguna notaría, tal vez a comprobar un cupón de la ONCE por si está premiado pero a lo mejor ni hay cupón ni nada. Como él ahora, fue hace años don José el de los espumosos, (“ponga usted que soy don José Moreno García, como Gaspar García Moreno, pero con los apellidos suyos al revés”, me decía solícito). Don José tendría cerca el puente del Revellín y los puentes que él se tendió desde su Casa Hispano-árabe. Son nuestros personajes, los que uno recuerda de toda la vida, con los que los más veteranos del lugar nos hemos reido, a los que hemos incluso temido porque estaban en el machito y había que andarse con cuidado. De ellos todos guardamos recuerdos y momentos. Pero ellos son ajenos a momentos de mayor dolor que algunos hemos vivido en este apasionante oficio de contar cosas, usando y abusando y echando mano de los puentes.

Como mi primer muerto profesional, al que llegué tras atravesar el que entonces era el Puente Nuevo, hoy de la Universidad. Fue ni sé ya cuando (yo no fui capaz ver muertos a mi padre ni a mi madre, tengo de ellos el recuerdo de cuando estaban vivos y me sonreían o me pedían ayuda). Pero aquel primer muerto, en un chalet junto al campo de fútbol del viejo Vivero, un indigente que apareció carbonizado en una silla, en actitud silente, no fue sino el que abrió una larga lista de queridos muertos que me he ido encontrando en mi vida profesional, hasta culminar con los tres mil y pico de esqueletos en Llerena. Aquel primer muerto puedo haber llegado al viejo y ya desaparecido Vivero desde Las Cuestas,

desde lo que fue el puente de Palos, que sigue siendo hoy en la noche un barrio en el que abundan las fogatas, al que llegan desde Portugal misteriosos coches con las luces apagadas, al que no se atreven a entrar ni los taxistas. Por las noches, desde las Cuestas, se ve a una ciudad feliz, Badajoz, durmiendo. Desde allí lucen el lujo de las iluminarias del Puente Real, los focos aéreos del Casino de Extremadura, las murallas engalanadas de la Alcazaba, la Puerta de Palmas desafiante, el puente de la Autonomía que engatusa al Guadiana, el Puente Viejo que se hace amante del anciano río, el puente de la Universidad soportando el paso de los modernos autobuses... En las Cuestas, mientras anochece, zagales sin el placer de los libros ni la escuela, mientras los llaman a la cena unas madres sí y otras no, escuchan a Estopa y hacen en torno a las chapas o a la baraja el bachillerato de la vida.

miércoles, 22 de abril de 2009

Y Luis cada día, todos los días



Impulsivo, impaciente, impetuoso, dispuesto a acabar cuanto antes todas las cosas que se le ponían por delante. Deprisa, deprisa... era su lema. La vida se lo llevó por delante aquel maldito 28 de abril, de hace dos años, después de diez interminables días de agonía, de inyecciones, pruebas, quirófano, calmantes, estimulantes, sedantes... Dejó por hacer millones de cosas que habían nacido en su cabeza, miles de ilusiones en todos nosotros. Dejó cientos de trabajos empezados, docenas de ellos a punto de concluir. Dejó tras de él una obra bien hecha. Atrás están contemplándole sus trabajos, su familia, sus alumnos, sus empresas. Lloramos desconsoladamente las vigilias en que luchó herido de muerte contra la visitante indeseable. Sufrimos sus mismos dolores, respirábamos por él, aspirábamos el aire que a él ya se le negaba. Ahora, la dirección, el claustro de profesores y los alumnos del IES 'Maestro Domingo Cáceres' de Badajoz han puesto a un aula del centro su nombre. El aula de Informática luce a las puertas un letrero en el que puede leerse “Luis López García, In Memoriam. Un profesor trabaja para la eternidad, nadie puede predecir dónde acabará”. Esta mañana sus colegas del centro, sus amigos profesores y su familia le hemos recordado emocionadamente, hemos traído hasta nosotros su recuerdo un día más. Luis está con nosotros en la prudente Mari Carmen y en su serenidad, en la vehemencia de su hijo Luis y en la dulzura de su hija Carmen. Luis está con nosotros en los pasillos del Instituto, en La Bejarana, en Siete Vientos, en el Grupo Tres, en las manos y en la serenidad adulta de Jota, en mis lágrimas y mi memoria, en el inmenso cariño hermosamente machacón de Josefa. Luis, la vida ha sido injusta contigo y cruel con todos nosotros los que te lloramos cada día, todos los días.

viernes, 17 de abril de 2009

Badajoz: Ya tenemos 'Metro', Menacho street

Parada provisional en la Avenida de Santa Marina.

Apeadero Venero, cabecera del Puente de la Universidad y denominado en ocasiones podólogo Antonio Cardenal.

Lo intentó en Badajoz siendo alcalde Luis Movilla y no sé si a lo mejor también antes se había ocupado del tema Jaime Montero de Espinosa o alguno de los vicealcaldes que suplieron el interregno de cuando Movilla se fue un momento y hasta que volvió con el carnet de UCD bajo el sobaco. Fueron, no por este orden, Paco Pedraja, Manolo Fernández Meleno y Juan Salas, que celebró conmigo y con el secretario general José María Aguado (los tres solos en el despacho de la alcaldía, el político, el técnico y el plumilla) el último pleno antes de la triunfal entrada de Movilla.
Digo que lo intentó Movilla y después no se quedaron a la zaga Manolo Rojas y Gabriel Montesinos. Los tres querían el 'Metro' en Badajoz y fue Movilla quien más cerca lo tuvo de sus manos, con el reventón de la red general en la Avenida de Colón y la réplica en la Avenida de Santa Marina, a la altura de la cafetería Avenida. Tuvimos sólo por unos meses (aquello duró como la guerra de Cuba) la ilusión de disponer de ese transporte en Badajoz, y hasta había ya dos estaciones, una llamada Colón (que me iba a patrocinar la Caja de Ahorros de Badajoz ) y otra Santa Marina, para la que contaba con la ayuda de Paco Trejo y la Virgen del Soterraño. Aquello se desbarató de mala manera y taparon los socavones y ni 'Metro' ni leches y por eso perdió Movilla las elecciones y las ganó Manolo Rojas, que no pudo hacernos olímpicos pese a que muchos nos encomendamos a él al grito de “Manolo no te vayas”. Pero se nos fue. Y del todo.
Tampoco Montesinos pudo hacer nada por el sistema de transporte que ahora sí vamos a tener. A Gabrié Montesinos (Grabié para los amigos) le cupo el honor de ponerme a huevo la frase del “lejío de los chinatos” y aunque sólo fuera por eso ya mereció la pena el culminar la legislatura que Manolo Rojas dejó a medias, cansado y abatido de tanta zancadilla, tanto baloncesto, tanto Badajoz a primera división, tanto Manolo haznos olímpicos, tanta Hering y tanta leche (hubo otros que lo pasaron peor, como fue Antonio Guevara, a quien le habían clavaron antes de aquellos años gloriosos en los paredones de la Plaza de Toros nueva una pintada que pasó a la historia, “Guevara, concejal gay”, pero de gay, ná de ná y ahí sigue el tío tan fresco, ajeno a la política y metido en historias del fútbol, su pasión).
Así que llegados a este punto nos encontramos con que al probe Migué Celdrán quieren adjudicarle ahora una hermosa línea de 'Metro' que tiene ya al menos cuatro paradas para las que han abierto las correspondientes bocas en tres casos y construido un sombrajo en el otro. Las bocas de 'Metro' están la primera en el apeadero Venero (cerca del Bar que regentó Millán hasta su muerte), la segunda a mediados de la Avenida Santa Marina, la tercera en el apeadero Mary Paz (también puede ser indistintamente apeadero Farmacia o Ramírez del Molino), en la calle supuestamente más glamourosa de Badajoz, la Menacho, y la cuarta junto al Zara, donde lo que han hecho ha sido un sombrajo como para que sirva de reposo al sufrido usuario de tan diligente transporte, tanto en el tórrido verano como en el gélido invierno. Así que a vé, señor Celdrán, cuándo inauguramos este moderno transporte con el que nos ahorraremos tener que usar el Volvo nuevo para que el equipo de Gobierno recorra sus dominios (¿Sus dominios? ¡Que se lo creen ellos!). Señor, esto es pa'l que le cae.

Sombrajo instalado ante el apeadero a las puertas de Zara, para los días de mucho sol o de lluvia.


Apeadero Mary Paz, también llamado Farmacia o Ramírez del Molino.

Montaje fotográfico, Pazlopez.com

lunes, 30 de marzo de 2009

¿Era una verbena de amapolas o una explosión de jaras?



Diez años ya, Dios mio,diez años hace que te fuiste sin esperar a abril. O los cincuenta años, seguramente, que se han cumplido de cuando en el cortijo de Las Navas nos hacías rezar el rosario y aquella eterna letanía, tu recitando turris eburnea, mater amabilis, mater admirabilis, refugium pecatorum, consolatrix aflictorum y nosotros delante, a lo mejor enrollando ovillos de lana para hacer los jerseys, ora pro nobis, siempre ora pro nobis... Algún cárabo o una oropéndola cantaría afuera y padre se vio obligado a matar una gata que se comía los huevos, la madre que la parió. La gata cayó bajos los efectos de unas estenazas (bueno, eran unas tenazas). Otra vez después de echar una pelea en el cortijo padre y Luis Tijerilla salieron a matar un águila impresionante mientras yo me venía con la burra a traer la leche al pueblo y Josefa se hartaba de pelar patatas, porque tu, siempre tu, la madre, decías que sí, que las freías, pero había que pelarlas y picarlas. El águila o el buitre, a saber, cuando fue reducido después de un tiro de la escopeta del 12, arrancó un puñado de sangre, de nuestra sangre, de los cansados brazos de padre, hace más de 50 años. ¡Y tu, madre, diez años ya, Dios, diez años ya! Entonces fue tal vez una verbena de amapolas y hoy es sólo y nada menos que una explosión de jaras...
Tu atenta mirada nos seguía mientras flotábamos sobre los canteros de maíz, dejando paso al agua, obligando a las esquivas gallinas a huir de allí, espantando a los gallos y a los patos (no, patos no había) ...-. Tu estabas siempre allí y nosotros, - turris eburnea, auxilium cristianorum, regina angelorum- te seguíamos como hoy con la mente puesta en tus momentos de agonía, cuando yo ejercí la cobardía de no estar en tu última hora. Pero vosotros dos habéis estado en nuestras vidas, en las de todos nosotros, en todo momento. Y lo que antes fue una verbena de amapolas a lo mejor hoy es sólo una explosión de jaras, aquellas que nos recomían en La Bejarana con los jogarzos, que tanto trabajo nos dieron, que tanto quisimos hacer desaparecer. Diez años. Es largo plazo. Pero pronto -diez, quince, ojalá que veinte años- estaré por ahí. Que ellos, Josefa y Juli, lleguen muchísimo después. Pero a mi que me lleven con vosotros, junto a vuestros queridos restos, para besaros en silencio, con mi otra gente, mis cuatro mujeres que llegarán mucho después. Para cogernos de la mano, vacíos los ojos, para sentir cerca vuestra respiración. Quiero estar a vuestro lado una eternidad, oir silbar el aire, que estén con nosotros Francisco y Luis, que la vaca Lucera se pasee por allí, que algún pardal trine aunque nos despierte, que sintamos el aire de La Bejarana y de Siete Vientos, que todos nuestros queridos niños anden correteando por el patio de la casa de nosotras, como dien ellas, que pisen los berros y beban leche fresca de vaca recién ordeñada, que nos invadan aunque sean las abubillas, que haya cigueñas y oropéndolas, Dios, que volváis, que volváis. Dios, padre,madre, ¡cuánto os quiero, cuánto os queremos ahora!

jueves, 26 de marzo de 2009

Martín Tamayo y el tío de la palangana


“Bombín es a bombón como cojín es a equis. Me importa tres equis que me cierren la edición”. Tal cosa escribió el genial Álvaro de La Iglesia en su fenecida La Codorniz y la misma expresión me viene hoy a la memoria a la hora de tratar de hacer una croniquilla a vuelapluma de la presentación en la noche de hoy día 26 de marzo de 2009 en Badajoz de la última novela de Tomás Martín Tamayo, que está acabando otra obra costumbrista extremeña y trabaja en una más sobre Tiberio, según ha anunciado esta noche. A los dos, a Tomás y a mí, nos importa tres equis que nos cierren la edición. Por eso podemos hablar con absoluta libertad del tío de la palangana, unpersonaje que pasó a la historia, según cuenta Tomás, por un hecho que seguramente no llegó a producirse porque en aquellos tiempos la gente no se lavaba las manos en una palangana para dar fe de su inocencia ante algún asunto capital. Vamos, como ahora, que todo el mundo se lava las manos ante cualquier expropiación, desfalco, manipulación... en fin...
Resulta que Tomás, haciendo gala de un malabarismo que no me cabe en la cabeza, se sale de la política y dedica dos años de su vida a estudiarse a fondo más de 50 libros de otros tantos autores consagrados a fin de documentar las bases de una novela histórica, no copiada de las otras, con la que no pretende dogmatizar ni catequizar, sino sólo y nada menos que describir la que fuera la vida cotidiana de aquel personaje que en su día fue algo así como el subdelegado del Gobierno (¡coño, Chencho, ex subdelegado, qué callado te tenías lo de la palangana!) un personaje que hoy sería la repanocha y al que cortaron las alas por sabidillo, que se dedicaba a meterle mano a los textos que llegaban del Senado al tal Tiberio hasta que lo cazaron y lo mandaron a Judea, señor, qué castigo. Confieso que no me he leído el libro, y que lo voy a leer muy prontito. Pero fue atractivo escuchar a Plácido Ramírez presentarlo, a Tomás defenderlo con energía. Fue agradable que hubiera un cálido ambiente y señoras devotas de Tomás y sus columnas periodísticas. Ha sido la primera vez en mi vida que he oído a un conferenciante decir en la presidencia la palabra gilipollas sin que chirriara mucho y ha sido en suma aleccionador ver la pasión puesta por un escritor, Tomás Martín Tamayo, en su trabajo. Ahora, lo confieso, debo leer el libro. A ello me dedico desde mañana.
Foto: Por ahí se debe ver a Martín Tamayo y a Plácido Ramírez, su presentador. No está el tío de la palangana

miércoles, 11 de marzo de 2009

Depositarios de nuestros sueños




Creíamos que era otoño porque así lo decían los calendarios. O invierno. Pero era purita primavera. Porque las perezosas golondrinas esperaron a que llegara Jara en septiembre. Porque las aguerridas cigueñas no se fueron ni aunque llegó Rubén en noviembre. Porque las campanas aún del verano sonaban a gloria, a cielo, a una Navidad anticipada. Porque los tejados rezumaban gotas de musgo hermoso del otoño recién empezado, de un verde intenso, de una esperanza increíble, de cielo claro, lleno de luces, de sol, de -increíble- primavera en aquel invierno y aquel otoño tan nuestros, los de Rubén y Jara. A los dos les inundó al nacer la luz de nuestros ojos asombrados al verlos tan chiquininos, tan tiernos, tan indefensos, sonrosados, quejosos si no había comida, calmos si estaba el aliento de la madre o si estaban cerca sus otras madres, -que si Teresa, que si Esther, que si la Paz-.

Eran y son inocentes, indefensos -bueno, ella no tanto, él más sumiso-. Viven a su aire pero no se olvidan de quienes les adoramos, les mimamos, les bañamos, les cogemos de la mano, les llevamos al parque o a la calle, eso sí y sobre todo, a la calle y a visitar el mundo que les rodea, a ser partícipes no sólo de la vida que pasa sino de la que nace con ellos a cada día.

Descubren asombrados que cada noche puede verse en el cielo la luna, miran arrobados el volar majestuoso y lento de la cigüeña, ríen ante la carrera de un perro, ante el maullido de un gato. Siguen extasiados el piar de los pájaros y el repiqueteo de las gallinas, sorprendidos ante el tañido cantarín de las campanas, ufanos cuando logran el regalo prometido. Observan, maravillados, cómo crecen las flores, como revientan las amapolas. Han aprendido a regar las minúsculas macetas que les regaló mamá y esperan ansiosos a que nazcan las que serán sus primeras plantas. Saltan al percibir los golpes de las olas cuando van al mar, acarician el agua cuando está calma y sueñan con hacer castillos de arena, en los que habiten mágicas hadas o terroríficos fantasmas, que correrán por los torreones envueltos en sábanas blancas, dicen que llevándose a los niños malos. Su mundo está lleno de ilusiones y nosotros hemos depositado todos nuestros sueños en ellos dos.

lunes, 2 de marzo de 2009

Lo que se esconde tras un colchón


No cuesta mucho trabajo imaginar qué puede esconderse tras un colchón abandonado. Cuando el colchón es nuevo uno puede pensar en noches de amor, en cálidos amaneceres, en vigorosas siestas calurosas de verano. Cuando sobre ese mismo colchón ha transcurrido el tiempo, si es que no ha pasado de cama en cama, de cuerpo en cuerpo, alojando ora a la madre, ora al padre, a los esposos, al viajero, al amigo, ese elemento de la casa puede contar historias de los pesos gozosamente soportados, de los abrazos encumbrados en él, de los arrullos amorosos, del dolor soportado en noches de insomnio, del sudor de la fiebre o del amor, del frío de la muerte, del dolor, de la risa, del llanto. Colchones, nada menos que colchones que son testigos diarios de nuestra vida, a los que uno se acostumbra con dificultad cuando son nuevos, a los que cuesta trabajo coger el truco de la colocación cuando han sustituido a otro anterior. Cuántos no habremos recordado los viejos jergones de paja o de hojas de maíz en los que dormimos de niños, cuando el colchón de lana pura de oveja ya era un lujo. Hoy, un colchón es casi una mercancía de desecho. Docenas de ellos pueden verse tirados en las cunetas de las carreteras y hasta en barrios de postín de nuestras calles. La gente tira el colchón al comprarse uno nuevo y ni se inmuta pensando que ese colchón, con sus muelles, podría ser reciclado aunque lógicamente no usado de nuevo como lecho para dormir. Por eso cuando veo abandonado un colchón en una calle siento melancolía, deseos de preguntarle a quién cobijó. Pero él no ha de contestar. Es su sino. Callar y dejarse llevar, ya viejo y abandonado, como si no hubiera vivido tiempos de esplendor.

Foto: Juanito Mateo, con uno de los últimos ejemplares de colchón abandonado que, como buen pescador que es, ha capturado en la calle General Palafox, esquina a la calle más guarra de Badajoz, Agustina de Aragón

sábado, 21 de febrero de 2009

Ibn Marwam y los albañiles en Badahó






El sino de Ibn Marwan, estaba claro, era asomarse todos los días a la ventana al amanecer desde la Alcazaba, para otear su bienamada y desastrosa ciudad. Era lo primero que hacía siempre después de aliviarse de las aguas menores. Dejaba a su amada en deshabillé en el noble lecho y se asomaba a la ventana por el alféizar o por detrás.
Raro era el día en que no le despertaba el vocerío de una chusma que decía ser una cuadrilla de albañiles, a los que amonestaba de lejos, a bordo de un 4-L de la Policia municipal, un apuesto joven de luenga melena al que decían maestro Bonilla y cuya única obsesión era repetir una y otra vez:

–Yo no hablo si no me autoriza el alcalde o si no lo da por bueno JuanMa Cardoso.
Ibn Marwam se revolvía ante su ayuda de camarilla, profiriendo la consabida frase:

–¡Cuán gritan esos malditos!
Y se quedaba tan pancho. Pero los malditos, lejos de amendrentarse, se descojonaban y le daban más al martillo pilón:
–No le hagáis caso a ese pirao, que está obsesionado con el ruido cuando podía estar metido en la cama con la mora (¡uy!, pedón) que está siempre pidiendo guerra y él no le hace ni caso.

Y la del alba sería cuando a Ibn Marwan, después de haber fundado Badahó, se le ocurrió que podia fundar otras cosas: el caño de la Cambota, el camino viejo de San Vicente, la calle de Las Lavanderas, la Suerte del tio Saavedra, la Barriada del tio Llera, el barrio del tío Antonio Domínguez, el Cerro del amigo Reyes, en fin, que si no fundó la catedral es que porque luego iba a fundarla Rodríguez Ibarra, no te digo.
Pues en esas andaríamos cuando la cuadrillla que se había apostado a las puertas del alféizar de la Alcazaba comenzó a proferir grandes e enormes voces y a reclamar la resistencia activa de otros, que en cuadrillas similares llegaban desde el Gurugú, las Cuestas, el barrio de la Independencia (?), los comerciantes de la calle Menacho, los aún empleados de Zara, los de la lista de espera de Ikea, en fin, todo el mundo mundial queriendo meter baza y sacar tajada del invento.
–"¡A de la almena!" (¿Lo digo con hache o sin hache.? Lo digo sin hache.), gritó un descamisado desde los bajos de la torre a un Ibn Marwn extasiado ante la Nintendo.
–"¡B de Badahó!", replicó el moro (¡uy, perdón!) desde lo alto de la torre siguiéndole el juego.
El andoba de abajo, cual si fuera un vendedor del mercadillo, se colocó el antifaz de plata de los carnavales y aventuró al Ibn Marwan.
–No te digo que juicios tengas y los ganes. Te digo que albañiles tengas y los mantengas.
Como por arte de birlibirloque comenzaron a llegar cuadrillas de operarios sacados apresuradamente del paro dispuestos a acogerse al fondo inventado por Zetapé. Desde el alfeízar Ibn Marwan miraba desolado.
–"Pero si esto parece la calle Agustina de Aragón", fue capaz de decir en voz alta
Los unos fontaneros, los otros escayolistas, algunos yesistas, otros tal que tractoristas, contratistas, subcontratistas, sucedáneos de subcontratistas como en el acerado de Agustina de Aragón... Fueron arrollados por los transportadores de pallets del supermercado de la calle jodida de Agustina de Aragón, (el Eroski, ¿para qué vamos a ocultarlo? Que lo sepa el maestro Bonilla) y también fueron arrollados por otros incívicos vecinos a los que Ibn Marwan miraba con preocupación: jodido es fundar una ciudad y que te la cableteen, que te la llenen de agujeros, hoy por Telefónica, mañana por Sevillana, otro día por las oficinas de la Junta, acaso por Retevisión o yo qué se, me rindo).
Y a todo esto crotoraban las cigueñas en la no muy lejana catedral, seo de la villa, mientras Alberto González Rodríguez, coetáneo ya de Ibn Marwm y por entonces ya cronista oficial de la ciudad, pipa en ristre, pergeñaba líneas para la historia de la city, tratando de convencer a unos y otros de las excelencias del fumar en pipa y de las bondades de tener un perro de compañía o de girar a la derecha en caso de apuro (que siempre ha sido lo suyo, vive Dios, que existe, con o sin el autobús de marras). O de tener un gato, lo mismo da, minino más o minino menos. Y menos mal que Emilio González Barroso no se dejó engatusar y sigue erre que erre (ERE aparte) con su acordeón y sin pipa. Dios (creo que existe, sin bajarse del autobús) lo bendiga.
Y a todo esto las cuadrillas de albañiles siguen a lo suyo, a abrir agujeros, a maltaparlos, a dejar la ciudad hecha unos zorros mientras el maestro Bonilla hace lo que puede. Y uno, impotente con su asociación de vecinos tan procarnavalera, mirando desolado el panorama que nos dejó Ibn Marwan y la madre que lo parió. Señor, ¡que peazo de cruz, cuánto Miguel suelto en esta ciudad
alegre y desconfiada!


(Publicado en la revista de Carnaval del Ayuntamiento de Badajoz, 2009)

Foto: Rubén Almeida López en el patio de su colegio Santa Marina, con su uniforme de pintor en los Carnavales de Badajoz 2009

miércoles, 18 de febrero de 2009

Puentes de ida y vuelta




Un puente es símbolo de vida. Permite pasar, facilita enlazar, ayuda a conseguir unir dos orillas por distantes que estén. A menudo cruzamos los puentes de la vida sin pararnos demasiado, sin echar un vistazo a lo que hay bajo ellos. Todos mis puentes han sido siempre símbolo de avance, de empuje. El Puente del Alcornocal, el puente de La Molineta, el puente de Valdejerez, el puente de Perrilla, el puente del Arroyo Los Linos, el puente de La China, el puente de los Plaos… todos esos eran los puentes de mi infancia, de mis años de juegos inocentes, de carreras desaforadas en pos de una abubilla o de un pardal, buscando quizá los huevos de codorniz o tratando de rescatar moras para hacerme un rosario de cuentas con el que sorprenderme a mí mismo con la camisa o el cuello llenos de moratones… Años después he debido cambiar aquellos puentes por otros más cercanos a mi existencia, como los cinco puentes de Badajoz o Puente Ajuda, a donde acudí en busca de un legionario. Y bajo todos esos puentes he encontrado motivos para pensar en el destino, para sentir el temor de los que tenemos miedo a las alturas, los que pensamos que aquello se puede caer de un momento a otro. Hace sólo unos días he vivido en el Puente Real de Badajoz el temblor de las vigas al moverse al paso de camiones de gran tonelaje. Ni se han inmutado con el paso de un ciclista. Tampoco han replicado cuando sobre ellos han volado garzas, cigueñas o acaso algún tordo. Sobre esos puentes de mi Badajoz de hoy pasamos a diario cientos de curiosos ciudadanos que jugamos a enlazar ambas orillas en un ejercicio diario de malabarismo con la vida, en un estar en una orilla ora y ora en la otra. Son puentes que unen, puentes de ida y vuelta.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Los tubos de la risa en Badajoz


Badajoz es una ciudad, como dijo Martínez Mediero, alegre y desconfiada. Y dentro de esa generosa alegría y la inevitable desconfianza, hay contrastes que matan el alma. Como este del tubo de la risa. Estaban varios tubos de la risa frente a la olvidada Puerta de Palmas el pasado sábado. Como era día semifestivo los currantes andaban descansando y no se veía un alma allí, en lo que se supone va a ser la obra de mejoras de esta zona cercana al Guadiana, que ese sí que aguanta lo que le echen. A estos tubos de la risa les va a caber el honor de ser sepultados junto al río, para la mejora de las conducciones de agua de la ciudad en un lugar que hace no pocas fechas ha sido pintado como carril bici y ahora será levantado y depués será tapado y seguidamente a lo mejor con un poco de suerte hasta lo pintan otra vez como de carril bici. Si alguien entiende y defiende esto en Badajoz (asfaltar, pintar, levantar para mejorar, cerrar, asfaltar y volver a pìntar para seguramente dentro de poco repetir el ciclo de levantar, cerrar, asfaltar y volver a pintar) es que se ha impregnado a fondo del espíritu de lo que es Badajoz como ciudad alegre y desconfiada. Menos mal que los inspectores de la Unión Europea deben andar buscando todavía a los responsables de las subvenciones del lino y no les ha dado tiempo a venir a Badajoz a ver si es verdad que se cumple lo que dicen los cartelitos. Eso sí, al lado de los tubos de la risa, en la zona de Entrepuentes, una bochornosa y lamentable imagen daba fe del botellón o del “descanso” de algunos parroquianos en la noche del viernes, en los famosos locales del río. Se entiende, después de esto, que los tubos de la risa pidan a toda prisa ser enterrados y que sobre ellos se pinte otra vez la silueta de un ciclista en su bicicleta. Corre, pedalea, corre.

lunes, 9 de febrero de 2009

Si don Dionisio levantara la cabeza...


Ya lo he contado y quizás hasta escrito en alguna ocaión, Mi primer préstamo para mi casa me lo dio don Dionisio, entonces director general de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Badajoz, en sus oficinas de la calle Menacho, más o menos por donde hoy está Zara. Me hizo pasar a su despacho y sentarme en la camilla iluminada por un flexo que seguramente tendría más años que la pajarita que don Dionisio lucía. Pero fue amable y atento conmigo. "Así que usted, joven -me dijo- quiere 600.000 pesetas para comprarse un piso?". Tragué saliva. "Sí señor, mire usted, es que me quería casar y...". No me dejó seguir. "¿Y a quien le va a comprar el piso?" Yo dije lo que tenía que decir: "A don Antonio Tent". Frunció el ceño y se colocó bien la pajarita. Me pidió la fotocopia de mi nómina y la de mi novia. Atentoa la jugada estaba don José García Fernández, el cura bueno que me acompañaba.
Sacó lápiz rojo y azul y fue mirando los epífrages. Unos los marcaba en rojo y otros en azul. Y me lanzó la pregunta definitiva. "Se casará usted por la Iglesia, ¿verdad?" "Sí señor, además me casará mi futuro cuñado, que es cura claretiano". Aquello aceleró los trámites. Y me dio el préstamo con un interés preferencial del 6,75% del año 1973. Estuve pagando doce años y un día, pero salí de aquello. Por supuesto, me casó nmi cuñado por la Iglesia y el piso es mi casa de hoy. Por eso ahora, cuando paso por el Puente Real y veo las obras de movimiento de tierras en la que será futura nueva sede central de la Caja de Badajoz, con dos o tres docenas de operarios al lado de las máquinas, no puedo ni imaginarme qué diría don Dionisió si viera esta obra, que no sé si catalogaría como inversión o despilfarro. La obra sigue adelante y no sabemos si de ahí nacerá la Caja de Badajoz o la Caja General de Extremadura o como se llame la resultante de la fusión si es que llega. Ay, si don Dionisio levantara la cabeza...

domingo, 8 de febrero de 2009

El Manolo de toda la vida


Es el mismo de siempre, el Manolo de toda la vida. Jubilado de lujo, se carpintea todas las mañanas un montón de kilómetros con su perro, a los que hay que sumar los que hace en bicicleta. El perro y él se conocen todos los recovecos y esquinas del Puente Real, del Puente de la Universidad, de todo Valdepasillas. Hace meses que dejó el oficio de periodista en lo más alto del escalafón al que un buen profesional puede llegar en Extremadura. Manolo García Carmona tenía dicho hacía mucho tiempo que él no dejaba enemigos detrás, en el campo de batalla de la información. Puedo asegurar que ha sido así y todo el mundo le recordará siempre con cariño. Su eterna sonrisa, su siempre repetida pregunta (“-¿qué tal machote?”) han sido sus tarjetas de presentación en una vida periodística en la que no le han faltado enfados y broncas, no que los provocara él sino que los recibía. A mi Manolo García Carmona van a hacerle ahora abuelo y los que somos abuelos sabemos que esta es una nueva vida, una experiencia imborrable y muy difícil de describir. Ha de pasar tiempo hasta que pueda pasear a su nieto, pero merecerá la pena la paciente espera. Hasta ese día, él que ha sido modelo de paciencia seguirá carpinteándose todas las mañanas su Puente Real con su perro. Ea, ahí tienen ustedes a el cano con su perro y su sonrisa.

jueves, 5 de febrero de 2009

Julio Fdez Nieva prepara sus Obras completas


En la tarde noche del miércoles se inauguraba en la sala de la Diputación en Badajoz una exposición de pinturas y esculturas de Juan Collado. Lo más hermoso de la noche lo dijo él, definiendo una de sus esculturas: "Es como pintar en el aire". El que estaba llamado a ser maestro presentador, Paco Muñoz, hizo que el artista fuese explicando cada una de las esculturas y cuadros que presenta en esta muestra, fruto del trabajo de un par de años. Y el autor de la obra expuesta (puede visitarse hasta el día 18, de lunes a viernes de 10 a 14 y de 17 a 20.30 y sábados de 10 a 14) fue desgranando el proceso creador de cada trabajo. Por allí andaba Julio Fernández Nieva, totalmente repuesto, quien me confesó que está dando los últimos toques a sus obras cpmpletas, al menos cuatro tomos muy gordos, en los que recoge lo más selecto de su producción literaria e investigadora. Lorenzo Blanco se dejaba ver también por allí, como el periodista Alfonso Cortés y el fotógrafo Santy el granaíno, que me salvó la noche porque mi cámara me dejó tirado como una colilla. A sus años, uno, que ya ha hecho de todo, teniendo que recurrir a un fotógrafo amigo para dejar testimonio de la noche. Luego, cuando volvía a casa , me tropecé con la cola de los compradores de entradas para el carnaval y también me falló la cámara. A quienes les habría hecho una foto con entusiasmo había sido a Alfredo Liñán (con gorra y sin fusión) y al gallego, director general de la Caja de Ahorros de Badajoz, que andaban los dos de café y conspirando en La Marina, pero no pudo ser.
En esta foto de Santy Rodríguez el granaíno aparece el artista Juan Collado, el ex consejero y jefe de Cultura de la Diputación Paco Muñoz, el periodista Alfonso Cortés y servidor tratando de hacer la foto que nunca salió. Lo dicho. Esperamos las obras completas de Fernández Nieva.

lunes, 2 de febrero de 2009

Carlos, el cocinero políglota: de puntillitas al autodefinido

Este es un Badajoz lleno de sorpresas. Hace unos días caí por la tarde a tomarme un café al bar Nuevas Redes, en el que cuando sólo era Las Redes me lo pasé muy bien en infinidad de ocasiones con buenos amiguetes y con el que era su gestor, Diego Román, el ex futbolista al que desde que le diagnosticaron osteopatía de pubis (eso es algo muy serio, no crean) anda por otros mundos trabajando en la sección de Cultura de la Diputación de Badajoz con Francis, el ex alcalde de Almendral, otro pájaro de cuenta. Bueno, a lo que iba, que caí por allí a echarme un café y allí que andaba en lo mismo Marcial Hueros.
Quería Marcial hacer un Autodefinido del “HOY de la casa” (periódico que los bares compran para que los clientes no se gasten el euro en el quiosco y así engañar a la editora del diario), ese que es bastante divertido, la verdad. Y con sus gafas encaramadas en la cara, como yo, me decía que se lo pasaba muy bien con la cosa.
–La suerte que tienes es que a estas horas de media tarde nadie antes lo haya empezado o terminado.
–Hoy he tenido suerte, porque los demás dias lo coge Carlos y lo hace antes de que llegue yo.
–¿Qué Carlos?
–Es el cocinero. Se pone el tio y rellena el autodefinido en un momento... Y eso que es portugués.
–¿...?
–Sí, que es portugués y coge el autodefinido y lo completa en un plis-plas. El tío lee las definciones en español y rellena los espacios en portugués. Y, claro, así no cuadra...
Confieso que el café que me tomé me sentó muy bien, pero sigo sin entender que un portugués rellene un autodefinido español con respuestas en portugués y que además fría las puntillitas o los calamares con la maestría de un andaluz de Barbate, como mi Diego Román. Señor, ¡que cruz!

jueves, 29 de enero de 2009

Otro Miguel en las alturas


Yo no sé por qué en estos días he dado en encontrarme con Migueles a toda hora y en todas partes.Que si mi probe Migué el alcalde que es amanecerme el día y ya me estoy acordando de él; que si Miguelón, que me ofreció dos botefones y me lo veo en el consultorio de Ciudad Jardin sin que afortunadamente me reconozca, porque es capaz de cumplir su promesa pasados los años; que si después el probe Migué Sardiña por lo que ya sabemos ustedes y yo; que si Migué el del bar de su propio nombre (“¡Mari, ponme una de boquerones!”, ordena a la cocina con desgana pero con brío); que si Migué Murillo (al que me encontré días atrás mientras tomábamos café en La Marina, yo con Alfredo Liñán); que en fin, que si Migué el hombre que ha pintado el patio interior de mi comunidad de vecinos, sin que yo sepa nada más de él, que es especialista como sus otros tres compañeros en trabajos en vertical, con el miedo que a mi me da el subirme del suelo a más de un metro de altura. Y hay otros muchos Miguel. Miguel Lucas y Miguel Caballero, mis adorables vecinos; Miguel Mancho, Miguel Serrano, Miguel...(escriba aquí su apellido, ande, por ejemplo, Miguel Ángel Moratinos, no se corte).
Bueno, pues a lo que iba, a este Miguel de los trabajos en vertical, colgado de un cuerda, haciendo malabarismos ahí arriba, desafiando a la gravedad y a todos los males, a este Miguel lo valoro por encima de la campana gorda porque no es de gente normal ser capaz de trabajar a 30 metros de altura, sujeto con un cacho de cuerda y encima hacer su trabajo raspando las fachadas y pintando mientras tararea una canción que no sé si es hasta de Miguel Bosé. ¡Qué tio!

domingo, 25 de enero de 2009

Ahí vive un hombre





Dicen algunos vecinos que es mudo. “No habla nunca”. Pero a mí sí me ha hablado cuando le he puesto un par de euros por delante y ha abierto dos ojos como platos. Lo cierto es que cada noche se echa encima por todo abrigo unos mantujos viejos, cobertores de los de a tres euros en cualquier mercadillo. Se rodea de vasos de plástico, de bolsas vacías, cientos de bolsas. Se abriga a su modo. Mientras la ciudad duerme, alegre y confiada, este ciudadano del mundo (larga barba, cabellos como los de las Parcas, botas como las de las siete leguas, calcetines remendados, chubasquero y jersey sobrevientes de mil batallas), sólo a cien pasos de un hotel de lujo, ve pasar la noche sobre el cielo de Badajoz. Cuando paso cada mañana me cuesta imaginar que ahí debajo vive un hombre. Pero es así.
Dicen algunos vecinos que es mudo.
–“Sí, soy portugués”.
Me costó arrancarle esa primera confesión. Luego ya, mientras paladeaba lo que tal vez fuera su desayuno, un café solo con unas gotas de anís, mirando al fondo del vaso –lo del vaso lo cuento ahora– el que ya podría ser mi amigo PepeLuis sonríe quizás adivinando en el fondo del recipiente un futuro menos negro. (He conocido a gente que se ha tirado a un pozo siguiendo la llamada de un hijo muerto, como Pitolesna, que se suicidó en un pozo siguiendo la voz de un hijo muerto). Pero el café de PepeLuis –“Sí, soy portugués”– parece más alegre. Quizá le hayan dado los vasos alguno de los bares cercanos en la avenida Damián Téllez Lafuente, en Badajoz, junto al hotel de lujo en el que con calefacción duermen ejecutivos con batas de seda. En esos bares se dispensa el café para llevar en vasos comprados en los chinos con la bandera de barras y estrellas del Tío Sam, ahora que el Renegado ha llegado al despacho oval y nos permitirá soñar olvidando al innombrable. PepeLuis camina con su café en el vaso adornado con la bandera americana (y me acuerdo de la mantequilla y la leche en polvo, “donativo” de EE.UU. al “pueblo” español). Me he atrevido a abordarle.
–Si me dejas que te haga una foto, te doy un euro.
Ha dejado caer sobre mí sus cansados ojos.
–Sí.
–¿De dónde eres?
–De Portugal.
Mira mi mano y a la cámara.
–¿Cómo te llamas?
–PepeLuis.
–¿Duermes ahí todos los días?
–Sí.
–¿Alguien te ayuda? ¿Quién te ayuda?
Mira la cámara, mira en mi mano el euro que he aumentado a dos.
–¿Quién te ayuda?
–Tú.
Y se ha ido. Y me he sentido otra vez periodista. Pero, antes, un ser humano avergonzado de su condición, de permitir que haya PepeLuis, de que existan las batas de seda, de que los chinos sigan fabricando vasos con la bandera de barras y estrellas, de que el cielo de Badajoz se adorne de las estrellas que dejan dormir a PepeLuis rodeado de bolsas de plástico y de un cobertor de los de a tres euros en cualquier mercadillo.

jueves, 22 de enero de 2009

José Antonio, un dandy sesentón

A nosotros los sesentones no nos gusta que el mundo ande todo el día recordándonos lo bien o lo mal que estamos. "Te veo mala cara, Manolito" es cosa de mala leche. Me gusta más el "¡qué bien te veo!" con el que yo procuro obsequiar a todo vecino con el que me encuentro. Aunque no sea verdad. Aunque esté arrugado como una papa, que de todo hay. Aunque sea un pipiolo al que le siguen saliendo granos en todas las esquinas de la nariz, que esos casos –los de los pipiolos– son los menos. Por eso agrada encontrarse de cuando en cuando con un sesentón con una salud envidiable como José Antonio Carretero, al que le brillan los ojos cuando habla de sus nietos, de sus hijos, de su fervorosa dedicación a la Económica. "Tienes que venir allí, tienes que estar con nosotros, echar un cafetín, que hablemos..." Es de esas personas que te miran a la cara y te convencen. Me acuerdo ahora de cuando hace más de 30 años me abordó un día en el Paseo de San Francisco. Era de "la secreta". Y me pidió un favor que tuve que negarle. "Manolo, por favor, dime dónde se reúnen, necesito saberlo". Llevaba yo en la mano una octavilla que quizá fuera de la ORT o de CSUT o de algún sindicato marginal cuando la famosa huelga de la construcción. En la octavilla se convocaba al personal a concentrarse en algún lugar y votar sobre la huelga. Juro que sabía en qué sitio estaban convocados y juro que él no me coaccionó. Hubo de volverse ante el comisario con las manos vacías, aunque ya entonces él era zorro viejo y tal vez me siguió cuando yo me iba en mi viejo coche Ritmo en dirección a Las Moreras. No vi a nadie seguirme, pero nunca se sabe. Hoy, quizá 30 años después, este sesentón oriundo de Salvaleón sigue teniendo poder de convicción y sigue siendo un buen tipo. Dedica buena parte de su tiempo a una tarea no remunerada y silenciosa. ¿Hay quien dé más?

miércoles, 14 de enero de 2009

Miguel, Miguelón

Y allí estaba él, con un par de muletas. Mayor, pero menos que yo, claro. Hacía calor, ya se sabe que los consultorios de la Seguridad Social son un nido de calor y aunque uno no lo quiera ha de quitarse el chaquetón y echar a un lado la bufanda. El caso es que por suerte para mi no me reconoció y a mi, como al Piyayo, me daba un respeto imponente decirle algo. ¡Eh, hombre, Miguel...! Por ejemplo. Pero no, me quedé callado esta mañana y no le dije nada. Él, apoyado en sus muletas, contaba a otro quidam sentado a mi lado que la semana pasada se armó de valor. "Me fui a Badajoz. La verdad es que me dije que no iba a beber más en una temporada, pero el día de Navidad me animé y dejé de tragarme las pastillas... Hoy voy a tomarme unas copitas. Y dicho y hecho. Me fui a Badajoz por la mañana. A mediodía ya andaba yo algo perjudicado. Una vecina del aquí del Cerro me vio con las manos llenas de bolsas. ¡Eh, Miguel!, ven aquí, echas las bolsas al coche que yo te las llevo a casa. Eran para los nietos, ¿sabes? Quería comprarles unas cosillas. Y la verdad es que se me fue la olla. Me cargué de tantas bolsas que ya ni daba abasto en la barra para seguir con las copas. Bueno, a lo que iba, que menos mal que la vecina me recogió las bolsas y se las trajo a casa. Me dolía ya tanto la cabeza... También me duele ahora, pero no es por aquello, llevo unos días sin beber y estoy mejor. Es que se me fue la olla... Ah, como me duele esta pierna..."
Desde mi asiento en una silla al lado de su amigo yo miraba a Miguel. Menos mal, ya no se acordó de mi o no me prestó atención. Aunque hace muchos años que me ofreció partirme la cara, a mi no se me ha olvidado. Yo le dije que no hacía falta que me dierra dos bofetones, que con uno era suficiente. Hoy Miguel está algo menos gordo pero me siguen impresionando sus gruesos labios parecidos a los de las estampas que venían con los chocolates Loyola. Y las manos, siempre las mismas manos enormes, manos hechas para trabajar en el andamio, tal vez antes para poner firme a su familia según sus particulares criterios, quizá para agarrar el boli e ir señalando los números del bingo, acaso hoy para acariciar a sus nietos. Sí, por qué no va ser Miguel capaz de acariciar a sus nietos, sobre todo los días en que decide no ir "a Badajoz". Miguel, suerte, hermano.