viernes, 26 de noviembre de 2010

En la paciente espera





Nunca nada como el embeleso vespertino, como el abandono del cuerpo bajo una manta a la calidez del brasero, como el suave plas-plas del agua sonando al chocar contra los cristales, por los que se deslizan las gotas que no han alcanzado la categoría de torrente y son sólo eso, gotitas aisladas que se buscan y se encuentran y se enlazan, para correr abrazadas hasta el regato formado por otras miles de gotas que son como ellas. Nunca nada como el caerse de los párpados, el soplar a la mosca esquiva (moscas en invierno, ¿esto qué es?), el revoloteo de tu melenita y tu flequillo rubios cada vez que te das la vuelta en el sillón.

Nunca nada como la lenta pérdida de la consciencia mientras barruntas caballos que relinchan feroces entre las nubes, caballos a veces desbocados, a veces de trote sumiso y suave, caballos sobre los que cabalgáis en busca de algún camino lejano, queriendo atrapar esas nubes que se escapan, queriendo hundir en sus nimbos de algodón tus dedos y los de todas las criaturitas.

Nunca nada como esa aurora boreal que se dibuja en tu sueño, a la que sigues con embeleso, a la que quisieras agarrar con fuerza para no soltar nunca. O como esas nubes que simulan borreguitos en el cielo, como si rebaños hubiera, que pacen distraidos y enfervorizados consumidores de la hierba que, silente, crece y se multiplica aceptando el trote sobre ella de tantas patitas sencillas, quizá sucias, seguramente blancas, como caballitos de algodón flotando sobre las escarchas, encima de las piedras, de las hojas muertas que se rebelan y con el viento se levantan, suben y bajan, como olas, como mariposas que emperifolladas de una orgía de colores hacen su rebusco de arcos iris de colores. Pero descansa. Es tiempo de dormir, de paciente espera. Todo se va creando, todo va naciendo, por órdenes emanadas de la sabia Naturaleza. Descansa y deja reposar vuestros pensamientos, todo irá llegando, no se puede poner freno ni empujar a la vida, es como el oleaje feroz, como el aire suave, como las veletas que giran y dan vueltas y llegan al mismo punto para marcar el rumbo exacto, como los rayos de sol imparables o como estas gotas de agua que se agarran a los cristales y se deslizan por ellos, como si (estuvieran) asiéndose a la vida, como las gaviotas que se lanzan frenéticas al fondo del mar buscando alimento, como las abejas que se desparraman en las flores de los girasoles, de los hibiscus, como las arañas que se deslizan desde el limonero, como las golondrinas que se aman alborozadas en los vetustos y herrumbrosos y caducos alambres de la luz.

Nunca nada como la paciente espera, imaginando y soñando la madeja que se va formando a base de miles de hilos, el regato que se va ensanchando con el aporte de nuevas gotas de lluvia, la nube que se va agrandando con nieblas y cirros y nimbos llegados de todos los puntos cardinales, el mantantial que brota espontáeo y nos trae agua que se rie regando la tierra, la hojarasca que conforma un manto suave para que sobre él descanses feliz, ilusionada, ojos semicerrados, labios entreabiertos, esperando recibir y dar besos de amor. Descansa ahora. Sueña. Respira. Vive. Espera paciente. Espera.





martes, 16 de noviembre de 2010

Ya no me voy de Badajoz




Esto se anima, ya no me voy de Badajoz. Y se anima, para mi, porque yo me creo casi todas las cosas que dicen los periódicos, aunque tengo por seguro que lo único que no suele fallar en los periódicos es la fecha y el precio y a veces, oigan, ni eso. Si lo sabré yo...

Esta mañana he leido que en diciembre nos van a quedar Badajoz de dulce. Y claro, me ha dado un subidón de alegría y me he dicho que ya no me voy de aquí, que quiero asistir al espectáculo de las máquinas baldeando, los operarios trabajando y silbando alegremente, el personal ciudadano, ellos y ellas, echando las basuras en su sitio y los perritos haciendo sus cacas, como debe ser, en las mismas casitas de su legítimos dueños (bueno, los perros y los gatos, que ahora hay una invasión de gatos por culpa de una individua que anda poniéndoles latas con comida y agua para que los pobres mininos sobrevivan, esto es la leche).

Pese a este panorama que se nos avecina de tan extrema limpieza, algunos vecinos se quejan de que aún están en su calle los primitivos contenedores verdes y muchos de los putrefactos y asquerosos amarillos todavía no han sido sustituidos por los nuevos, esos que vienen con dos ojitos como los de los camarotes de los barcos, pero en chiquinino. Y es que nunca va a poder llover a gusto de todos. Yo me imagino las malas noches que ha debido pasar el concejal de la presunta limpieza señor Ávila, soñándose con camiones, con bolsas de basuras, con cacas y recordando su famosa frase que a buen seguro puede estar siendo ya desmenuzada en letrillas para los próximos carnavales. Si, aquello que dijo de que “no ha quedado ni una colilla”. Ni una colilla.... amos, ¡venga ya!

Lo que no acabo de entender es por qué no hay letreritos y carteles indicadores de las prohibiciones para los dueños de los perros y para los demás ciudadanos (es que yo distingo entre ciudadanos y ciudadanos con perro, que no suelen siempre ser lo mismo). En casi todas las ciudades se ven aún carteles que no debería ser necesario que estuvieran: prohibido tirar papeles al suelo, prohibido sacar la basura antes de las 9 de la noche, prohibido hacerse en la calle aguas menores, prohibido escupir... pero somos una sociedad que necesita le estén recordando constantemente las obligaciones. Y hay sitios en los que han tratado el asunto con ingenio, como en Sevilla, donde a los contenedores verdes de vidrio les han pintado unas superbotellas para que el personal se fije en que la botella es allí donde tiene que estar y no en el suelo ni en otro sitio.

Mientras tanto, a esperar venturosos ese prometido diciembre en que vamos a ganar por goleada el campeonato mundial de limpieza. A ver si ahora, de verdad nos dan la escoba de plata, y no... un escobazo.


miércoles, 3 de noviembre de 2010

Sólo unas señales, por favor







A veces a nuestros responsables municipales les está dando miedo
meterle el diente hasta atrás a temas que son de gran importancia para
el común de los contribuyentes (a fin de cuentas, eso es lo que somos,
contribuyentes. Y nada más, a menos que nos opongamos con fiereza y
logremos quitarnos de encima esa cadena que nos ata hasta que nos
caduca definitivamente el DNI. Ya nos entendemos.) La limpieza, la
limpieza de nuestras calles, ese es el meollo de la cuestión. En el
caso que más me preocupa, el de Badajoz, la situación parece que va
estando un poco mejor después de que la docena de guarros y guarras de
mi calle hayan empezado a darse cuenta de que hay una cosa que se
llama contenedor y no hay que dejar la bolsa de la basura escondida
entre los coches. Igual que en la calle en que me honro en vivir, que
parece que hay una miaja más de limpieza, está pasando en otras y de
ello me alegro.

Pasado el sarampión de los primeros días, hay gente que por fin ha
caído de la burra y ya se han dado cuenta de que es necesario andar
los cincuenta o cien metros que nos separan del contenedor. Eso sí,
hay otras muchas personas que no han llegado a verlo todavía y
persisten en que sean o seamos lo de demás quienes les recojamos las
basuras de allí donde las dejan, por lo general escondidas entre
coches.

Y si grave es eso, no es moco de pavo el caso de los dueños de perros
que tienen Badajoz hecho un asco. Hay muchos vecinos cumplidores y
ejemplares que sacan a sus bichos a pasear provistos de una bolsa para
recoger las cacas y echarlas a un contenedor con la bolsa tapada, para
evitar contagios y malos olores. Pero hay muchos vecinos y vecinas que
entienden que las cacas de las perros tienen como destino los zapatos
de los demás. Y no debería ser necesario, pero no estaría de más que
hubiera en lugares estratégicos unos cartelitos avisadores de la
prohibición de que los perros suelten su 'mercancía' allí donde sus
dueños los colocan a hacer sus 'oficios'. A este respecto acabo de
encontrar en La Antilla, una población tan vinculada a Badajoz,
carteles junto al mercado que recuerdan gráficamente a los ciudadanos
la prohibición de que sus perros hagan en cualquier lugar lo que les
parezca. No basta con los carteles, hace falta educación. Y tampoco
estaría de más algún agente de la Policía Local dedicado a hacer un
seguimiento a esta cuestión, especialmente en aquellos lugares que
supuestamente están pensados para el esparcimiento de menores que son
quienes más riesgo tienen de coger infecciones y llevarse a casa la
suciedad de los perros de otros. ¡Guau!


A la izquierda, la Avenida de Castilla, remozada, que ha quedado de dulce. Repreparada y totalmente solitaria en estas fechas. Y a la derecha, señal dirigida a los dueños de los perros, junto al mercado de La Antilla. A lo mejor se podrían colocar algunas iguales en Badajoz. (Fotos, M. López)



lunes, 25 de octubre de 2010

La muchacha que lloraba Mar







Caminaba descalza pisando a veces el agua y a veces la arena, dejando
caer sus diminutos pies sobre las conchas, haciéndose daño quizá
voluntariamente. Yo la miraba divertido porque intuía que iba hablando
para sus adentros. Veía moverse sus labios y en ocasiones gesticular
con ambas manos, acaso espantando moscas o tratando de meterse de
costado en el viento, como el atleta que atraviesa acelerado la pista
abriéndose camino con las manos, para ganar velocidad. La muchacha vio
llegar por la arena a su amiga Inés, que le gritó desde lejos
haciéndose altavoz con las manos:
¡Mar! ¡Mar! ¡Mar!
Las dos se abrazaron largamente. Inés le saca varios palmos y Mar, que
es menudita, se refugia en su amiga con aspavientos. Parece que hace
tiempo que no se ven y ahora el mar es testigo del reencuentro, con
cientos de gaviotas piando a su alrededor. Inés y Mar se hacen
confidencias mientras caminan agarradas del brazo, al principio entre
risas, después más silenciosamente, a medida que se alejan de mi. Ya
no puedo escuchar sus risas, la voz cantarina de Inés, ni adivinar la
mirada sostenida en el rostro de Mar, que se agacha de cuando en
cuando a coger una piedrecita o tal vez una concha.
Las dos caminan despacio, alejándose cada vez más de mi. Pasado un
buen rato, algo debe ir mal en la conversación porque Inés se da la
vuelta repentinamente, desasiéndose de Mar. Mira a la orilla como
buscando en la playa, pidiendo sin hablar la presencia de algo o de
alguien. Mar sigue caminando en dirección contraria, agachada la
cabeza, los ojos fijos en el suelo. Espanta a las gaviotas que aquí
han perdido el respeto a la presencia de los seres humanos. Inés echa
de repente a correr. Unas lágimas asoman a sus muy humildes ojos, de
los que empieza a brotar mar. Porque Inés está llorando Mar.

(Imágenes tomadas por el autor en la playa de Isla Antilla, después de haber soñado con Inés, Mar y gaviotas, el día 17 de octubre de 2010)

viernes, 8 de octubre de 2010

Cochinos y cochinas viviendo en mi calle








Decir cochinos y guarros o guarras a algunos de mis vecinos es quedarse corto, es ser demasiado indulgentes para con estas demostraciones de guarrería pura y dura que algunos están haciendo en estos días de implantación de los nuevos contenedores de basura. Algunos vecinos y vecinas ignoran la forma en que hay que comportarse para dejar las basuras en los contenedores que ahora ya no están en el mismo sitio en estaban colocados que antes y que a algunos vecinos les supone que se los han puesto en sus narices y a otros se los han llevado a 50 metros de la ubicación anterior. Algunos usuarios de estos servicios, algunos seres con los que nos encontramos a diario en la calle tan simpáticos, tan educados, tan de ducha más que de aseo diario, han iniciado una peculiar campaña contra el resto de los ciudadanos. Y dejan las bolsas en mitad de la calle, a sabiendas de que ahí no las van a recoger los empleados del servicio de Limpiezas, quienes tienen la obligación de llevarse cada día los contenedores, pero no las bolsas de basuras que aparecen en rincones y esquinas. Saben estos vecinos que se exponen a ser sancionados si los pillan con las manos en la masa soltando la basura en las aceras, fuera de los contenedores, pero les da igual porque en Badajoz la vigilancia también brilla por su ausencia y no hay policías municipales para hacer cumplir por la fuerza con las obligaciones vecinales, bien porque no hay policías o porque los dedican a otros menesteres. Tal vez durante las mañanas pueda verse a algún policía Local por las calles, pero en las tardes ya es más difícil encontrarlos y mucho menos por la noche. Así, tendremos que seguir aguantando y esperando a que se les caigan las manos a los incívicos. Tentado estoy de sentarme en la esquina de mi calle con un libro y un garrote en la mano, para arrearle al primer sospechoso que vea caminar hacia la esquina con una bolsa de basura. Mi malestar es compartido por otros vecinos que hasta han puesto carteles admonitorios, algunos sobre paredes igualmente llenas de pintadas de mierda que nadie nos quita y nos hacen avergonzarnos de vivir si no en esta ciudad, sí al menos en calles como la mía, Agustina de Aragón, que ya he dicho que es una de las calles más guarras de Badajoz, si no es la que más luces la guarrería de algunos vecinos.

(Además, en esta calle gozamos de la presencia de algunos gatos a los que les encanta despedazar las bolsas de basura. En fin, todo un primor. A ver si el concejal señor Ávila es capaz de disponer de algunos policías más que hagan entrar en cintura a los vecinos guarrosy cochinos).

lunes, 30 de agosto de 2010

Mis calles, mi gente, mi pueblo














¿Es la melancolía o es la viva imagen del recuerdo bruscamente despertado de una larga siesta, de una prolongada noche? ¿Es la hora dudosa de la tarde en que empiezan a entremezclarse el día que muere y la noche que nace? ¿Es el aire aún respirable preñado del olor de las hojas de higueras alineadas, cercanas a donde la besana se alió con los terrones? ¿Es el canto de los pardales acompañados de sus múltiples saltitos, es el silbo largo y lento del cuco, es el graznar de los grajos o de algún mirlo negro como los milanos, que busca desde el cielo su alimento, sin darse cuenta de que lo más le llena su alma es el paisaje soberbio con el que se emborracha cada vez que hace una majestuosa pasada sobre los higuerales, por encima de la era, arriba de los trigales, sobre los barbechos, las dehesas, el bosque inmortal de alcornoques y encinas y hasta de las esterqueras? ¿Es el paisaje lleno de calles sinuosas, todas con sus historias, testigos del paso de innúmeros personajes que han ido dejando en estas casas, en esos tinaones, en estos cercados, parte de sus pequeñas historias, jirones de su piel, sobre donde han depositado sus miradas, ahormado sus sueños, llorado sus pesares, enterrado sus alegrías, alimentado sus sueños, amamantado sus suspiros, sus besos, sus quejídos, sus lágrimas, sus abrazos? Es mucho más que sólo todo eso.

Salvaleón, aquel verano de 2010.

lunes, 9 de agosto de 2010

La Plaza de El Palmeral







Menudo susto eso de llegar en Badajoz a El Corte Inglés y encontrarse de repente con un palmeral que para sí lo quisieran en Elche. Y es que a los diseñadores de la obra y de la plaza en superficie que tratará de embellecer esta zona de Santa Marina les ha debido dar un atracón de Gerardo Diego y han sembrado, literalmente, esta plaza de palmeras. “Si la palmera pudiera...”, escribió el poeta al que ahora bien podían dedicarle el nombre de esa plaza, mejor sería que no dársela a algún presidente de asociación de vecinos, aunque la Plaza se supone que es de Conquistadores y así seguirá siendo por los siglos de los siglos. Pero nadie podrá evitarme que me refiera a ella como el palmeral al lado del lejío de los chinatos, si es que se llama palmeral a una aglomeración de palmeras. O la Plaza de Alberto Cortez, el de la canción de Las Palmeras y el de mi corazón está empezando a padecer.

Además,todo hay que decirlo, a la hora de acabar hoy día 9 de agosto su jornada el personal recogió las sombrillas (porque se habían colocado -¿o sería mejor escribir plantado?- unas sombrillas allí para tomarse la merendola en su tiempo de justo descanso) y dejaron allí en medio plantado el tractor con el que se habrían ayudado junto a alguna grúa para sembrar el lugar de palmeras y de algunos otros árboles de los que ya nos irán hablando prolijamente en día sucesivos, cuando empiecen a convocar las in-oportunas ruedas de prensa para entretener a los becarios de las radios y los periódicos. Bien, dejo esto que me voy al palmeral...

sábado, 31 de julio de 2010

La calle El Medio, la patria de mi infancia






La calle El Medio, mis amigos, algún personaje... Esta es mi gente, esta es mi infancia a la que he de volver.


Si es verdad, como Gabriela Mistral dejó escrito, que la patria de todo hombre es su infancia, mi patria está en la calle El Medio, en los riscos Candilitos y en el Corral Concejo, por donde corríamos alborozados cada vez que el alguacil encerraba alguna burra, unas cabras o unos cochinos que vagaban por las calles sin dueño, buscando algo de comer. Dijo Gabriela que la patria es la infancia, el cielo, el suelo y la atmósfera de la infancia. La patria, en suma, es el paisaje de la infancia. Mi patria, pues, está al lado de la calle El Medio en ese Corral del Concejo hasta donde el alguacil había hecho llegar a la burra, las cabras, la oveja o los cochinos que habrían encontrado tal vez La Brava o El Cunda o el Caza o José La Rabiosa o Luis Tijerilla o Félix o alguno de esos personajes entrañables que poblaron mi infancia y adolescencia. Estarían vagando por El Pájaro o por La Podría, cerca del puente de Valdejerez, o en Las Contiendas o en Los Canchos o en Las Navas o cerca de la Colá o tal vez en la Bejarana o en Las Contiendas o en El Vínculo o en La Herrería o en el Monte Porrino o en el Ceremeño o en la Huerta Rivera o al lado de El Mortero. Bueno, ¿qué más da? Pero todos tenían dueño y los expertos sabían de quién era la burra torda, la yegua brusca, el mulón falso, aquellos guarrinos que gruñían cuando intentábamos cogerlos para jugar con ellos. Alguna vez me mordería alguno, a mi o a Gilito o a mi primo Luis Cuenda... A veces se producía el milagro:

-Ha parío... La burra que llevaba dos días encerrada en el Corral Concejo ha parío...

Y allí empezaba nuestra peregrinación. Encabezados quizá por Juan García o con Juan Cuenda y su hermano Daniel (nunca más los ví, Dios, ¿por qué ese desaparecer de nuestras vidas si sé que no es como la ausencia de mis hermanos Francisco y Luis, que están enterrados para siempre?) digo que encabezados por ellos tratábamos de hacernos con la llave del Corral Concejo, pero eso era imposible, que la tenía a buen recaudo el aguacil o Mato o mano José La Aceitera, con lo que había que arriesgarse y saltar desde la era del risco Candilitos ( y salir después, ¿qué?) hasta llegar a las cercanías de la burra que se ponía brava, para tratar de tocar al burranquino hasta que aparecía Mariano (luego sería y es Mariano el de Frigo, el de la Juani Espinosa)... Pero la burra nos tiraba unos mordiscos regulares, con lo que se quedaba nuestro gozo en un pozo por aquellas callejas en las que a veces aparecía Joselín o su hermano Juan o hasta Juanico, el hermano de Quico Contreras, al que vendí un laúd de mi tío Luis García (al que yo le arrancaba los punteos iniciales del Inch'Allah, de Adamo) para que se fuera a dar serenatas, anda con los Clavelitos, y nunca me pagó el total del precio acordado, total, no sé cuántas pesetas, ¿qué más me da ahora, cuarenta años después, Quico ya ausente también?... Eso sí, lo seguro es que de allí no pasábamos y había que buscar el modo de escapar del corral si no queríamos que todos los animales allí atrincherados (que si la burra y el burranquino, que si una galga -¡hasta una pava vimos una vez!- que si unos marranos, que si cabras viejas como el Risco Barbellío, que si una oveja un poco caduca, creo yo) la emprendieran en feroz guerra contra los invasores, que jugábamos a tomar posesión del Corral Concejo y a tirarles a aquel fabuloso animalario hojas de lechugas, restos de melón y culos de sandía, peros reconcomidos, cáscaras de higos, acaso restos de granadas, cachos de bruños, higos chumbos y alguna que otra lindeza que habíamos afanado en casa (madre, discúlpame ahora también por esto).

Mas no había manera, no podríamos jamás entrar y salir del Corral Concejo por la puerta principal, como vimos hacer a Manolo el Encantado, que a ese sí que lo dejaban pasar cuando iba con los avíos acompañado de Luis el alguacil (el padre de José Luis Nogales, el electricista que se rompió una pierna cuando lo tiraron a la piscina en la despedida de soltero de Nino Navarrete, que se casó con Ana Alonso, muchos años después) y lo mismo -Manolo el Encantado, digo- pelaba a una burra -me refiero otra vez a Manolo- que calzaba al mulo rebelde aquel. (Lo del apodo de Manolo el Encantado dicen que tenía explicación, que se escondió en una tinaja cuando la guerra y al ir a alistarlo dijo que allí, sin ir al frente, él estaba encantado y así se le quedó. Hasta que se murió. Tal vez no fue verdad, pero así se lo oí contar a muchos, entre ellos a Paulino el Colorao o a mano José Macías, que sabían bastante de la mili).

Pero no me consolaban ni el Corral Concejo ni Manolo el Encantado ni el Caza. Que yo, tras ver a la burra paría, quería irme a la plaza a buscar por si entre los algarrobos estaba aún sentado Paulino El Colorao contando sus historias de la puta mili (“me jarté”, decía, que se jartaba de vino todos los días, feliz él). Y es que Paulino a mi me recordaba a Einstein y con él componía mentalmente una pandilla de ilustres porrineros, de los buenos, de la buena gente y los otros que decían tenían la cabeza llena de grillos. A saber, mezclados y sin orden, los cuerdos y los otros, andaban por allí Paulino el colorao, la señorita Aquilina, Fito, Alonso el latero, las Jagapas, Perico El Chino, Emilio el barbero, la Antonia la ratona, Mano Moisés, Antonio La Lauriana, mano Genaro, mi tia Sabina y Carmelo, la Quica, Braulio, mana Teresa la Basilisa, la Ramona, una de las Catalinitas, Lauriano, Alonso el latero, Blasito, La Teruela, Eloy, Manolito el de oro, Parrao, José Cachimba mi primo, mi tio Florencio al que casi ni conocí, don Manuel el secretario, Lorenzo el cartero, de la mano Francisco y Jacinta, mano Julián el sacristán, don Antonio el practicante, la Pepa la Capitana, Simón el guarda verde, don Diego el médico, Serrano el electricista, Carandango, Burrino, Francisco el enterrador, Juanita Banana, el Chato (“la puta que parió a la pared”), Carvajal, doña María la comadrona, Crisanto, mano Diego Madre-mía, doña Irundina, Jacinto Marabel el de la dekauve, señá Presenta, Braulio, Charrúa, Alonsino la Paula, Saquito, Antoñino Meléndez, Felix Arcos sorteando las mesas con la bandeja, Juan Cambero, Francisco Marín, Bernardo que tanto he querido, mano Marciano, la Lucinda, Genaro el del coche, mi muy querida Cliselda, el maestro Gordillo, la mi querida Josefa la hermana de El Chino, don Leopoldo, mi tia Toribia y la Toribia la madre de Juan y suegra de María José la hija de Gómez, José Cachimba, el tío Sánchez con el 'quinto' ganado a las cartas para la su Josefita, mano León, Garrío...

Pero, bueno, a lo que iba, al corral del Concejo, a los riscos Candilitos, a lo que fue mi infancia, a marro, a herreritos nuevos tenemos, a la fragua, a las visitas a mano Alonso el latero (“dice mi madre que me arregle usted esta pitera de la vasija de la vecera“, “¿esta pitera?”, bramaba y allí temblaba el misterio) a los brembos que empleábamos jugando al mico, a las sillas viejas que llevábamos a quemar en las Candelas, a José Malpìca a quien tanto quiero y no me averguenzo de decirlo una y otra vez, a los recuerdos de la maestra Cloti en las comuniones, a la leche y la mantequilla donativos del pueblo americano... y prietas las filas en aquellas escuelas en que brillaban los Papas que pintaban Juan Cuenda y Juan García -ante la atenta mirada de don Simón- que luego se me fueron por el mundo, ellos mejor que Francisco y Luis, mis hermanos (¡Dios, si lo hay!) parte de mi vida, de nuestras vidas. Y el bramar de Alonso el Latero (“¿esta pitera dices, Manolito?”)... Sí, esta y todas estas piteras.

Miles de golondrinas, mientras, han tomado la calle El Medio como pista de aterrizaje y suben y dan la vuelta y bajan por la calle Arriba, pasan el Llano Marín y se van al paseo y luego otra vez enfilan la calle El Medio, en busca del Castillo y se topan, sin esperarlo, con el corral Concejo. Este es mi pueblo, -que no me digan otras cosas, que no me griten, que me dejen- esta es mi infancia, esta es mi gente, aquí quiero que me entierren, sólo esta es mi patria...

viernes, 2 de julio de 2010

Manolo: Balor, boluntad y buevos



Dice y canta el poeta Joaquín Sabina que “en 'Kamala' comprendí que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. Pero no le ha hecho caso Manolo Cerebro Vicente González, porque quiere tratar de volver una y otra vez a León, a Malasaña y a Badajoz, sobre todo a Badajoz, donde se inició la gestación de su 'Regreso a Vadinia', la novela que publicó hace unos meses la Editora Regional de Extremadura y que ahora acaba de presentarle en Badajoz su paisano, ese lujo llamado Julio Llamazares. A Manolo sigue gustándole volver al lugar en que ha sido feliz, como en Vadinia, ese territorio semiimaginario en el que el entonces joven futbolista del Castilla se curtía mientras una dama le sorbía el seso y el sexo, todo ello de modo imaginario (Dios nos libre de maledicencias), claro está. A la sede del MEIAC en Badajoz acudimos en la noche de este jueves un puñado de amigos y admiradores, algún militante deportista como Paco Herrera, no pocos escritores y algún curioso que pasaba por allí, como se dice mucho ahora en los libros y en la vida. A Manolo Vicente lo retrató a la perfección Julio Llamazares, quien dijo que a ver si nos ponemos de acuerdo de una vez en si llamarle Manolo Vicente o Manolo Cerebro o Cerebro González o como sea, porque aunque lo bautizaron Cerebro en Badajoz (citó a don Apolonio, pero en realidad fue Enrique García Calderón quien lo rebautizó de esa manera tan acertada), la verdad es que hoy se le llama de todos modos, que si Manolo Vicente, que si Manolo Cerebro o que si sólo Cerebro. No comentó en su intervención Julio Llamazares nada de su reciente artículo en El País en que habla del fútbol como paradigma de las tres B que hay que echarle: Balor, Boluntad y sobre todo Buebos, que fue lo que le echó el futbolista Anselmo protagonista de la novela, que no era otro que nuestro Manolo autor confeso del 'Regreso a Vadinia', esta historia que nos ha permitido confirmar a un buen escritor. En la presentación Julio Llamazares colocó en la mesa presidencial dos elementos imprescindibles en la vida de Manolo Cerebro, un ejemplar del libro y un balón, más que nada una bola del mundo. Y, como es de rigor, los intervinientes en esta calurosa tarde le echaron al asunto Balor, Boluntad y Buebos. Lo mismo que ha hecho en su nuevo libro Manolo.



miércoles, 23 de junio de 2010

Del Wellington a la 2ª B




Imágenes de la celebración del ascenso el 16 de mayo de 2010

Soy uno de aquellos jóvenes (de entonces, ahora algo menos, pero animoso y entusiasta con su vida) de la generación del pub Wellington y de la discoteca Fashion, aunque en esta entré pocas veces. Curiosamente he vuelto al cabo de los años a lo que fue discoteca y hoy es academia... a hacer un curso del Windows Vista, que de poco me sirvió porque fue apresurado y a salto de matas y además el Vista es un rollo moruno (¡uy!, perdón por lo de moruno). También de mi época gloriosa eran, más o menos por este orden, los billares del López de Ayala, su terraza, los bailes que organizábamos los alumnos de Magisterio (año 1967 quizás) en lo que hoy es el ambigú del López o en la Casa Regional de Valencia que estaba en la calle Primo de Rivera (joder con la memoria histórica), las primeras figuritas de mazapán navideño compradas en casa Alba, las cañitas con patatas fritas en el Club Cacereño (cerca de lo que hoy es El Arrabal) los calamares en Los Corales, más cañas en Los Gabrieles o en Las Lanzas, los churros en el Saymu, los paseos en San Juan con los libros bajo el brazo haciendo el papel de sobaquillos ilustrados, las tostadas en la cafetería Veracruz del industrial Camacho hermano del que fue coronel del Castilla Juan Camacho Collazo, la asistencia emocionante a ver la película Helga en el Cine Pacense, una media ración de mejillones en El Sótano (“oiga, ¿usted sabe lo que vale eso?” -nos dijo adusto el dueño, mirándonos de arriba abajo-, “sí, lo sé, y lo voy a pagar”). También de mis tiempos eran una cena apresurada a base de judías verdes revueltas con tomate y huevo o unos riñones al jerez en “El 101” de toda la vida, soy de los que fueron en marcha silenciosa desde la Escuela de Magisterio en la Avenida de Colón hasta los almacenes David en la calle La Sal a comprarnos una gorra hasta que nos paró la secreta y le pidó el carnet a unos cuantos (amigo, ahí al lado estaba calentito el mayo francés del 68 y 'El Pardo' era 'El Pardo' y don Benito Mahedero se descojonaba y doña Carmen Álvarez-Arenas nos reñía porque tuvo que ir a Comisaría a sacarnos de allí. Aún recuerdo la cara del dueño de Almacenes David cuando despachó unas treinta gorras en un momento, ¡qué tiempos aquellos en que él vendía camisas de cuadros de idéntica tela a la de los manteles en los que Antonio nos “echaba” la comida en “El 101”!) o vendía blusones como los de los turroneros de Castuera o trajes de época como los del Charleston y los de la película Bonny and Clyde.

En el pub Wellingtom de Carlos Uriarte entré muchas veces, antes de los años 80 creo, hace nada menos que tres décadas. Café irlandés, quizá Larios con Naranja, algún San Francisco... y muy buena música con un organista portugués que me mantenía embelesado mientras tocaba y al que yo le pedía 'Noches de blanco satén' o 'La casa del sol naciente' y el tío lo bordaba. Y lo que iba a contar es que soy de los pacenses que hemos conocido de cerca a Carlos Uriarte, un personaje ciertamente curioso que no se sabe cómo apareció en Badajoz y que a mi y a toda la patulea que por aquellas fechas poblaba la Redacción de HOY (digo bien, poblaba) nos presentó José Manuel Requena, un periodista de raza, un murciano que también cayó por aquí de extraña manera, que tras sentar cátedra y marcar una época en el periodismo deportivo acabó casándose con una pacense y emigrando a trabajar a Sevilla, más cerca de su tierra murciana. Requena era el alma del deporte de la calle en Badajoz y eran sonadas sus crónicas, sus amores y desamores con Carlos Uriarte o con aquel entrenador que se llamaba Juan Manuel Tartillán, que tampoco puedo imaginar por donde andará ahora. Con los dos se pillaba Requena unos rebotes monumentales y era raro el día en que desde el viejo periódico a siete columnas y desde el nuevo a cinco columnas no aparecía algún titular de aquellos de “Tartillán deshoja la margarita” o “Quetglas fue cazado de copas cerca de la medianoche”. O, después, la famosa osteopatía de pubis de Diego Román, pero entonces Requena ya había volado y el club estaría en manos de Folgado o de Castillo o de Berna, no recuerdo de quién de ellos.
Todos esos recuerdos se me han agolpado en la tarde-noche del 16 de mayo, cuando el Badajoz ha logrado el ansiado ascenso a la Segunda B, con lo que se sitúa en eso que pomposamente se llama la categoría de bronce del fútbol nacional. Me he llegado hasta la fuente y he recordado una fiesta similar cuando le pedíamos a aquel simpar alcalde “Manolo, haznos olímpicos”. Me han venido al recuerdo las lágrimas de Manolo Rojas el año que no se pudo ascender y la alegría desbordada cuando el ascenso sí llegó. Y he visto en la fuente, en la tarde noche de ese hermoso domingo de mayo, la alegría desbocada de quienes ponen en el fútbol su máxima ilusión en tiempos de crisis, en tiempos jodidos en los que tan necesario se hace aferrarse a una clavo de ilusión, a algo que nos permita salir a la calle y echarnos la bandera de un club al hombro y jalearnos, y rociarnos de agua, y que corra la cerveza o corra el vino, aunque sea por algo tan prosaico como un balón redondo que quiere entrar a la portería unas veces sí y otras no.
No lo he visto entre la multitud que se dio cita junto a la fuente pero por allí debía estar el espíritu de Carlos Uriarte y de todos los que han sido algo en la historia del C.D. Badajoz, de los que han corrido en el césped, de los que han peleado en los despachos, de los que han sudado unas y otras camisetas, para hacer que este sueño de cientos de aficionados se haga realidad. Aunque la realidad no permita que todo sea un camino de rosas, de éxitos... algo habrá que celebrar y, ¡ que nos quiten lo bailao!

(Publicado en la Revista oficial de Ferias del Ayuntamiento de Badajoz, Junio 2010)

jueves, 3 de junio de 2010

REal REsaca













En las inmediaciones del lugar del majestuoso desfile había escenas como estas. Forman también parte de lo que badajoz vivió ese día. FOTOS: MANOLO LóPEZ


Era lo que daba de sí el día. ¿Qué digo el día?, ¡las semanas y los días! Todo el tiempo que fue necesario para llegar después a esta REal REsaca de la que Badajoz tardó apenas un par de días en recuperarse. Menos mal que Badajoz estaba guapa, con sus miserias. Y que al menos se dio la imagen de ciudad moderna, con sus inconvenientes, con un despliegue de vigilancia que podía parecer exagerando pero que a lo mejor era necesario. Muchos se despacharon a gusto con las protestas, haciendo protagonistas a quienes a lo mejor no merecían el descalificador silbido. Pero esa es la grandeza de la democracia. Que admite a todos incluidos quienes no piensan como nosotros. Con estos mimbres, Badajoz vivió un día de sol espléndido y calor agobiante, que se tradujo en largas colas en los asadores de pollos y en los bares, en muchas casas en las que los responsables del avituallamiento se quedaron ante la tele o en el desfile en vivo y en directo con lo que el personal hubo de conformarse con apurar los restos de la nevera y pensar en que ya vendrán tiempos mejores.
Lo menos bueno del caso es, como han destacado varios lectores de la prensa local, que han de venir el rey y su corte para que la ciudad coja el tono de la limpieza que tanta falta le está haciendo. O que al menos lo coja en las zonas afectadas por los desfiles militares y los controles de policía. Porque hay otras barriadas de la ciudad que no se han visto beneficiadas de la febril actividad limpiadora de los últimos días. Tan sólo un par de días antes del desfile, el viernes, muchos contenedores de Sinforiano Madroñero estaban a reventar de basura poco antes de las 9 de la mañana, que no es hora de que estén así. No sé por qué cuando vi una de las fotos del HOY sobre la recepción del rey en el Palacio de Congresos me saltó de inmediato a la vista una de las fotos, la de el rey hablando con el concejal de Limpieza, Antonio Ávila. No sé si su Serenísima Majestad le estaría recriminando o preguntando. “Concejal, ¿cómo tienes tan limpia esta avenida?” Supongo que al concejal se le subiría el pavo, que es lo que debe pasar en un caso así. Bueno, pues a hora a ver cuánto nos dura la REal REsaca, por lo menos en lo de la limpieza.

lunes, 17 de mayo de 2010

Badajoz: de cajas,cartones, cacas y ruidos, hasta el mismo moño






En las fotos, letrero en Chiclana advirtiendo contra los ruidos y recipientes de basuras doméstica e industrial situados en Conil. Dos buenos ejemplos para Badajoz.


Que a Badajoz le queda por aprenderlo casi todo en materia de limpieza urbana, de cacas de perros y de ruidos es algo que hasta los más tiernos infantes lo saben. Lo saben todos menos algunas autoridades y menos muchísimos vecinos guarrillos que tenemos en la ciudad y que nos obligan a que los demás vecinos paguemos por sus guarrerías y se las limpiemos. Por suerte, cada día se ve a mas propietarios de perros que van provistos de la bolsita recoge-mierdecillas, pero son más los que pasan olímpicamente y dejan que sus perros echen lo que tengan que echar allí donde se les antoja. El ayuntamiento ideó poner unos espacios en algunos parques, con más arena, para que así los perritos acudan allí a soltar sus excrecencias. Pero con eso no basta, porque sucede que muchos de esos sitios dotados de más arena son al mismo tiempo lugar apetecible para que los chavalinos de poca edad se metan a jugar con la tierra y con lo que se encuentren. Lo peor no es que esos lugares no se limpien bien por los servicios de limpieza; lo peor es que eso tampoco se hace en innúmeras aceras y paseos, donde uno no puede circular sin tener la precaución de mirar bien donde pone sus zapatos.
A esa basura de origen estomacal se une la otra, la de los cientos de papeles, cartones, latas, botellas, colchones, televisores (sí, sí, televisores) y un sinfín de cosas que los ciudadanos incívicos dejan en mitad de la calle. Hay algunas calles, además, que son modélicas de la guarrería, como mi calle, que para más inri se llama Agustina de Aragón, para mayor sonrojo de la titular de la calle que seguro la emprendería a cañonazos si descubre a los vecinos guarros-guarros. Hay puntos en nuestra ciudad de especial significación en esto de la guarrería urbana. Son los alrededores de algunos comercios que no disponen de recogida de basura comercial o pasan de ella. Hay zonas en las que los empleados de Limpieza pasan a media mañana recogiendo las basuras del comercio, especialmente cajas y cartones... porque hay comerciantes que aunque tengan cerca contenedores de papel, prefieren dejar en mitad de la calle sus cartones a la hora que les viene en gana. Ejemplo perfecto de esta desidia es la Avenida de Fernando Calzadilla (para mi que por el caos de tráfico y otras cosas debería llamarse avenida de Fernando Pesadilla), en la que ni por asomo se ve a esas horas presencia policial que ponga un poco de orden y por fin haga realidad esa promesa de las multas cuantiosas que tanto estamos esperando y deseando que lleguen.
En esta avenida, en sus dos aceras cerca del cruce con la autovía, hay verdaderas competiciones diarias a ver quién deja más cajas de cartón en mitad de las aceras. Nada de policía por aquí, nada de policía por allí, caja y cajón que van a la calle... Hace unos días he podido fotografiar en Conil unos curiosos artilugios, verdaderas cajas de camión listas para recibir basuras de comercios. No había ni un solo cartón ni papel en las immediaciones. Si ya una vez recomendé al concejal Ávila que se acercase a Zamora a ver la limpieza de las calles, ahora le recomiendo ir a Conil, por si le puede apretar las tuercas a la nueva concesionaria del servicio de Limpieza y exigirle que coloque en puntos estratégicos de las barriadas y del centro puntos de recogida de mierdecillas de estas.
Y ya, aprovechando que estamos por la costa gaditana, no puedo resistir la tentación de traer también un aquí un cartel que me he encontrado en la playa de La Barrosa, en Chiclana de la Frontera. También muy apropiado para Badajoz. Allí hay nada menos que un plan de Andalucía para luchar contra la contaminación acústica, que sería muy apropiado aplicar en Badajoz, una ciudad que parece reacia a colocar cartelitos de estos en diversos puntos, en aquellos que es necesario recordarle al personal varias cosas. A saber: que no ensuciemos, que no seamos guarros y que no hagamos tanto ruido, sobre todo ahora que viene el buen tiempo y apetece descansar con las ventanas abiertas, por las que algún día se nos va a meter una moto escandalosa o alguno de los aviones de la Base Aérea cuando andan haciendo maniobras. Porque lo que es el supuestamente ensordecedor ruido del AVE (que no es tal, que lo sé, que lo he oido), por ahora y por mucho tiempo, no lo vamos a tener, mireusté.

martes, 20 de abril de 2010

Adiós, dios: Una cuestión de pelos











¡Anda! Menudo planchazo. Me devanaba yo los sesos viendo el letrero del “Adiós” (colocado en la entrada al Puente Real, frente al rascacielos mastodóntico de la Caja de Ahorros de Badajoz) reconvertido en sólo “dios” por culpa del tormentón y de las violencias de los fenómenos adversos y del cabreo del dios de los vientos, Eolo, cuando ahora resulta que la cosa es más prosaica y sencilla de lo que parecía. El cartelón con el Adiós primero y el dios después ha llegado a lo que se proponía. A convencer al personal de que es bueno decir adiós a … los pelos. Y hete aquí que han hecho acto de presencia en Badajoz las afamadas clínicas Dr. Pelo (no creo que sea doctor, me parecería una exageración, cuanto tanto médico hay por ahí con poco pelo, más que los de mucho pelo). En resumen, que el DrPelo.com se propone que el personal diga adiós al vello no deseado y ofrece consulta médica gratuita, una superoferta de apertura y advierte de que combina un sistema de enfriamiento para proteger la piel y destruir los folículos pigmentados de todos los tipos de piel, incluso las bronceadas (¡incluso!, jolines) en un reducido número de sesiones. Esta peliaguda cuestión (nunca mejor traido al pelo) me ha llevado a husmear en mis archivos y a encontrarme con la sabrosa actuación de un grupo musical llamado Manos de Topo que acaba de lanzar un divertido tema musical con letras furiosas, en el que el autor de la letra advierte a su amada de que “me gusta oirte roncar y que haya pelo en el aseo”. Así que si ahora mismo estás aburrido o al rascarte el pelo te pica la curiosidad, échale una visual a este enlace y te entrará la risa, porque como bien dice el cantante (?) de Manos de Topo, es muy feo. Vaya, lo mismo que los pelos no deseados.
http://letrasfuriosas.blogspot.com/2008/10/canciones-es-feo-manos-de-topo_06.html

martes, 13 de abril de 2010

Jerte: Borrachera de flores












He tenido la suerte de poder estar una vez más en el Valle del Jerte, en un año en el que me ha sonreído la fortuna al darme la oportunidad de patear el Valle en dos días de esplendorosa primavera. Con viento, sí, pero con un sol que bañaba cada rincón de este paraíso, absolutamente borracho de las flores de millones de cerezos. Hemos sido miles los visitantes que en estos días nos hemos cruzado en el objetivo común de apresar toda la belleza, de meterla en nuestro cerebro a través de los asombrados ojos, demasiado acostumbrados a no poder ver con más frecuencia tanta hermosura arracimada.
El Jerte baja aún bravo, inundando hermosamente el Valle del canto del agua que visita todos los recovecos, haciendo cantar a las piedras con las que se roza compañera, a las que lava amorosamente dejando relucientes, hasta en las más recónditas umbrías. El sol, generoso, se prodiga proyectándose por entre los cerezos, acariciando a las flores. Suenan esquilas y cientos de vacas pacen en las abundantes hierbas, extrañadas ante tanto turista armado de cámara, tanto niño correteando tras las flores, esquivando la riña de los mayores que a toda costa quieren proteger a las flores, de tacto suavísimo, a las que toco con respeto, casi con temor... Luego, dejo flores deslizarse por entre mis dedos y me siento unido a los cerezos, muchos viejos, bastantes jóvenes, luchando todos para poder traernos cuando pasen estos días su fruto insultantemente rojo, de un regusto que traslada al paladar los sabores de este Valle bendito, completamente borracho de flores.

lunes, 5 de abril de 2010

La Jara, la belleza explosiva











Basta con pasear la mirada por entre los millones de margaritas que estos gozosos otoño e invierno nos han derramado. Es suficiente con dejar que el campo hable solo. Se ha apropiado del silencio de la dehesa una paz infinita llena del reventón de las flores, plagada de las miles de flores, de las hierbas hermosas que resisten todo el día enhiestas, sin importarles aún el tenue sol que no es capaz de doblegarlas. La Jara se ha revestido de una belleza explosiva, insultante, demoledora. Hasta a los mismos pájaros les da un cierto respeto dejar caer su canto en estos parajes bellísimos, por temor a quebrar tanta belleza, penetrada por rayos de sol que atraviesan las silenciosas encinas, que avanzan desde el alba hurgando en los regatos, buceando en las charcas repletas de agua cristalina aún.
Muy cerca de La Jara, dejando atrás el Arroyo de Los Linos, la llamada Aguerida, la mole impresionante de la Sierra de Monsalud, refugio de las pantarujas, mucho más abajo del Arroyo de la Pata la Mora, vigilada por el altivo castillo de Nogales, rodeando las miles de jaras que aún crecen tras el Regío, bordeando la huerta de El Aguacil, al lado de El Novillero, junto a la Ribera de Nogales, pasando la cuesta de la Zarcita, jugando con las orillas del pantano, allí se expanden orgullosas La Jara y la Jara Baja, testigos del increíble sonido de las esquilas, de los campanillos de las vacas, del berrear de algún becerro perdido de su madre, del relincho de caballos que trotan alegres tras las potras (por las flores, por la primavera que les ha calentado la sangre). Cientos de golondrinas revolotean felices de no ver a seres humanos; decenas de pardales pían y repían, alguna avutarda anuncia la próxima llegada del verano, milanos otean desde el cielo por si cae algún conejo muerto, cigueñas buscando gusanos en las orillas del pantano, todo un complot contra el silencio y por la belleza que todo lo envuelve en esta dehesa que alguien con acierto llamó el bosque sagrado.
Tras todo un día de miles de sonidos alentados por la Naturaleza, un sobrecogedor silencio se dejará caer en la noche, traspasada ya la hora dudosa que se inventó mi hija Paz. Y aquí, en La Jara, ahora todo es paz hasta que reviente mañana otro día de belleza explosiva.

viernes, 26 de marzo de 2010

Los fenómenos adversos (I)


















Jodido ha estado el tiempo en Badajoz con los temporales de los coletazos del invierno y las vísperas de la primavera. Una estación que, y esa es otra historia, se presenta altamente conflictiva para los alérgicos. En fin, de todo se sale.
Y como el mundo no se entiende sin imágenes, me he agarrado estas que tenía por aquí que reflejan bien lo que ha pasado en estos días por Badajoz, por el Guadiana, el azud a reventar, la que fue playa de Amigos del Guadiana llena de patos, el socavón que se tragó un camión y en el que están haciendo una parada del 'Metro'... En fin, una mezcolanza de fotos que dejo aquí para la consideración del lector. Y por favor, después que hayas visto esto pasa a la siguiente entrada en la que se muestra cómo el vendaval se llevó una letra y dejó un curioso cartel a la entrada al Puente Real, junto al nuevo mastodóntico edificio de la Caja de Badajoz.
Todas las fotos han sido hechas por el menda y las dejo aquí para la posteridad.