miércoles, 23 de febrero de 2011

Un día, Badajoz; cualquier día

Se despereza lentamente Badajoz. Con las primeras luces del amanecer, vencida la oscuridad, empiezan a percibirse los sonidos de una ciudad viva, de cientos de personas que quieren echar a andar en un nuevo día. Suenan en la calle las primeras pisadas enérgicas, decididas, las de quienes marchan a algún trabajo, en busca de cumplir con algún afán. Más tarde llegarán pasos más reposados. El jubilado al que el insomnio de la edad echa a la calle, el parado que va a buscar, el barrendero que inicia su jornada. Pocos coches aún por fortuna, alguna moto molesta o el chirriar del carrito del trabajador que vacía camiones y acumula cajas a las puertas del supermercado. Ahora tal vez el piar de algún pájaro asustado, aterido. Y la bicicleta del repartidor de periódicos. Y el renquear de una furgoneta que acarrea las verduras o de otra que lleva el pan caliente del nuevo día. Caen desde los balcones las gotas de agua de la mujer impaciente que riega ya a esta hora las macetas. El viento empieza a remover los papeles que esconden los rincones de la calle. Un albañil silba a una muchacha que se apresura para no llegar tarde al colegio, recogiéndose con un mohín gracioso el pelo y haciendo equilibrismos para que no se le caigan al suelo esos libros tan gordos, tan llenos de letras, de problemas, de teoremas, de ecuaciones, de preguntas que pueden caer en el próximo examen.... Cinco hombres maduros ríen mientras inician su marcha deportiva -uno de ellos un poco más retrasado- y comentan las últimas noticias, que a esta hora son ya las primeras del día. El camarero, sin miramientos, arrastra al cielo el cierre metálico de su establecimiento y se arremanga, esperando ya a los madrugadores clientes que acuden a la llamada del café o del cazalla, a saber. El pescadero arrincona las cajas procurando no hacer mucho ruido. Un taxista bosteza, esperando clientes. Un perro apresurado atraviesa el paso de cebra aunque el semáforo está en rojo para los peatones. Un frenazo y una bocina desatada le recuerdan que no todo el monte es orégano. Un policía mira con extrañeza qué maniobras hace ese camión que quiere aparcar en un espacio inverosímil, qué hace el conductor que deja el coche en doble fila y se acerca al quiosco. La luz ya se ha apoderado de las calles y varios mozalbetes cruzan con risotadas, apresurados pero serenos, sin exageraciones. Una paloma venida de algún tejado picotea en la calle. El cuponero toma posiciones.



EL GATO DEL PALACIO

Un gato se pasea curioso y feliz por el patio interior del Palacio de Congresos. Da varias vueltas al aro central. Ha visto moverse algo por el suelo y sueña con ratones de verdad y de piel sedosa, con pajarillos descarriados llenos de plumas de colorines, que van como él, buscando alimento. Pero no hay tal. Ni lo uno ni lo otro. El aire ha levantado unas hojas mustias, ha removido unos papeles, ha hecho al gato del Palacio un guiño y con esa travesura el gato no podrá empezar temprano su día con un buen bocado. Pero por ahí anda paseándose a diario.

DAÑOS A LA VISTA
El bar Los Jardines luce con solera su rótulo. Es la calle Trinidad, muy cerca de Puerta Trinidad y el Parque de La Legión. El luminoso de la cerveza impide al forastero leer el rótulo. Hay más obstáculos. Como un insolente aparato de aire acondicionado que destroza la vista de la fachada y quita la alegría a las macetas. Como el farol, como el letrero de Royne, como la placa de prohibido aparcar. Todo un cúmulo de elementos que dañan a la vista del paseante quien, además, se encuentra la puerta cerrada a cal y canto.





UN BAR PARA EL RECOGIMIENTO

Muy cerca está San Andrés, la plaza de las incongruencias. Y es así porque la plaza está presidida por el pintor Zurbarán y el rótulo dice que esta es la Plaza de Cervantes. Pero todos le decimos San Andrés. Aquí está “El Claustro”, un bar que ha querido sacar a la calle sus esencias. Junto al letrero de la gallina ponedora de la Granja El Cruce el bar muestra un par de estatuas que alzan los brazos en demanda de piedad, de recogimiento... todo lo contrario de lo que podría esperarse de un bar. Pero este claustro es así y hay que aceptarlo.




TENGO UNA VACA LECHERA

No sé quién habrá copiado a quién. Aquí en la Ronda del Pilar tenemos un reclamo sencillo y directo, de una ternerita joven anunciando la alegría de la carnicería-charcutería de Juan e Isi (lo han hecho un poco complicado. ¿Por qué no Isi y Juan? Bueno, a mi qué me importa esto, pueden decirme. Venga, escúpanlo y con razón). Y es que un restaurante cercano a 'La Campana', en Sevilla, también sitúa a sus puertas un cuadrúpedo similar para avivar en el cliente los jugos gástricos ensalzando las excelencias de sabores culinarios. En nuestra Ronda del Pilar se puede encontrar esta charcutería que además oferta paletas a muy buen precio. Por supuesto, la vaca está atada, para que no se escape a pastar por su cuenta.



UNAS MANCHAS ROJAS
Pintadas no son, son pelotazos de color rojo en la fachada de la sede del PSOE en Badajoz. Todo un símbolo que a buen seguro no es del agrado de los dueños del local, que supongo prefieren dar una imagen más limpia de su anuncio político. Alguien, desde la acera de enfrente, ha emponzoñado la pared y pienso que lo mejor que han podido hacer es lo que creo han hecho. Dejarlo como está. Que pase el tiempo. A fin de cuentas el rojo es un color más llamativo que otros, aunque haya quien lo deteste. Pero hay quien lo aprecia. Ahí está. Para borrarlo habría que pintar encima y ya de por sí es bastante pinturera la fachada. Como es pinturero un día en la vida de Badajoz.