lunes, 27 de febrero de 2012

El desfile imaginario




Los escenarios del desfile, en el Puente Real, con las naranjas de Santa Marina y el huerto de los olivos... (Fotos M. LÓPEZ)

-¿Y dice usted que las mulas atravesarían el Puente Real, tirando de las carrozas y de la tartana de las provisiones, pero llenando la calzada de cagajones y entorpeciendo la marcha normal de las comparsas y murgas, que veloces como rayos y para no perder la costumbre de los automovilistas pacenses, atraviesan el Puente Real raudos como posesos, en busca de la otra orilla?
-Pues sí, señor concejal, mire usted. Que hemos pensado que sería bueno que la cabalgata con el desfile de Carnaval atraviese este año el Puente Real, como homenaje a la recuperación de la margen derecha...
-¿Ehhhh?
-Me refiero al río, a sus márgenes. Para celebrar que las islas del río parecen estar más limpias, para ensalzar Badajoz con este paseo fabuloso...
-¿Habéis osado decir fabuloso?
-Sí, porque se trata nada menos que de hacer un homenaje a la magnanimidad de la Caja de Badajoz por su torre señera y soberana, que todo lo domina, desde la cual la ciudad se pierde allende sus confines y amenaza con inundar Elvas, Campomayor, Juromenha, el mismo Portugal todo entero, que un día nos lo vamos a comer...
-...
-Y no es eso solo, sino además atravesar Gévora, Villafranco, Montijo, traspasar Mérida, dejar a un lado La Albuera y Almendral, atrofiar Olivenza, atragantar Valverde... en fin, llegar a los confines de cuanto abarca la vista en días luminosos...

El aguante de la madera

No sé cómo aguantaron a los carnavaleros las nobles maderas del no menos noble despacho del concejal de Festejos, el buenazo (vale, y noble) Miguel Ángel Rodríguez de la Calle. Porque de atrevidos es acudir con la descabellada propuesta de cambiar el orden del desfile del carnaval de Badajoz, pretendiendo nada menos que llevarlo desde el Cerro de Pepe Reyes (lugar de salida, en la Plaza de las Grullas) para hacerlo desfaratarse en la barriada de la Estación, para desde allí todos los desfiladores, comparsas, artefactos y grupos menores, pregoneros, concejales, mazeros, murgueros variados... montarse en un vagón del AVE y llegarse hasta casa de Mariano en La Moncloa.
-Y cantándole coplillas a Monago y a Rajoy por el camino... Esto lo decía uno de los murgueros proponentes, un descarado liberal e izquierdoso él, el más lanzando a favor de montarle un pollo al partido gobernante, después de lo que ha llovido con los que se fueron y sus múltiples promesas zapateriles de que el AVE iba a desbordarnos a todos y todas y a inundarnos de felicidad, una dicha completa con el marcial desfile de decenas de aviones surcando los aún puros cielos y los muros de la patria mia (¡ay!, siento haberme apropiado de la estrofa de don Francisco, que él me lo perdone). Pues lo dicho. Y digo más: que el asesor del concejal, si es que lo hubiese, saltaba en los sillones del Palacio:
-¿Cómo han podido hacerme esto a mí?, dijo poniendo cara de Alaska.
-Usted, a callar y a cobrar, le replicó el tío comparsero. Darle una vuelta, un cambio a Badajoz. Estábamos en que los comparseros se dirigían al valiente y leal concejal (que si no peina canas, el pobre, es porque qué mas quisiera él) para tratar de hacerle entrar en razón acerca de la conveniencia de darle un cambio a la ciudad (¿el cambio o la vuelta?) y romper con todos los moldes. El comparsero, más que nada, llevaba adelante la propuesta por chinchar y por ver si mete las narices y lleva sus felonías (¿has querido decir Besonías?) al ayuntamiento, que es el fin último que alimenta en su retorcida mente. Echar al noble concejal y cambiarlo por otro de su misma cuerda. Pero hete aquí que el asesor hila más fino y se enfrenta al proponente, desbaratándole los planes.
-Dejen que les explique-, se sincera el muchacho.
Y así empieza a desgranar su descabellada idea. Llevar todas las carrozas y arrancar el desfile desde la Plaza de las Grullas. Recorrer el trecho que va hasta el Carrefour, pasear despaciosamente por las avenidas que rinden homenaje a Vicente Marcelo Nessi, a Jaime Montero de Espinosa, pasar al lado de la avenida de Luis Movilla, todo Sinforiano Madroñero... en fin, recordar a personas que han sido o fueron pacenses egregios e ilustres y reconocidos amantes de cuanto ensalza a Badajoz.
La propuesta del muchacho es aprovechar el paso por las oficinas de la gran Torre y lanzar algún improperio a los que osaron tratar de hollar el cielo (dificilillo, ¿eh?, eso de querer pisar el cielo) de la ciudad con semejante signo de delirante grandeza bancaria, más en estos momentos en que la masa (no el Masa, sino nosotros) anda cabreada con el capital y no hace falta ser más explicitos, que no, que no hace falta. Antes, cantar unas décimas, cuartetas o lo que sea a la expectante Biblioteca Pública de Papá Estado, que un día de estos va a abrir sus puertas, a lo mejor incluso antes que el parking de Conquistadores, al que proponen hacerle un monumento para celebrar la tira de meses que lleva cerrado, o sea, lo que es lo mismo, sin ser abierto. (Todos se miran inquietos. ¿A que va a ser verdad que el Delegado del Gobierno, Alejandro, va a ser el que inaugure la Biblioteca del Estado que se hizo bajo los auspicios de un Gobierno que es tan saliente que ya casi nadie se acuerda de él, aparte de los que lo sufrieron?)

Para no darle mucho crédito

Y aprovechando que el Guadiana pasa por Badajoz, al llegar la caravana desfiladora al Puente Real permitir que los caballos echen unos tragos de agua y comenzar a tirar al río las cifras del paro, los duques innecesarios, los traductores del Senado, las instituciones eludibles, los mercados y los intermediarios financieros, los Correa, los trajes regalados, los represores de los indignados... en fin, una caterva de elementos y personas sin los que nuestras vidas, que son los ríos, serían más felices, más productivas, más deseables... El insigne concejal, apoyado en el quicio de la mancebía y en otro asesor que se había presentado por allí, decíale en un susurro:
-Pero, ¿qué seto?
Nadie daba crédito (y buena está la Banca ahora para eso). Vaya, que casi nadie se creía que tal oferta de reconducción del itinerario del desfile pudiera haber sido concebida por mente humana y menos la de un bellotero pacense, que si el proponente hubiera sido de otro lugar (dilo, anda, escríbelo, no te cortes: de otro pueblo) pues la cosa habría cambiado. El concejal estaba sopesando (los concejales no piensan, sopesan) seriamente si echar o no mano del último recurso que tenía guardado en la bocamanga de la sotana (porque el concejal había usado ropa talar en algún festejo como este, haciéndose pasar por deán de la catedral y provocando las iras de don Apolonio y de Su Eminencia, que Dios guarde).
Más hete aquí que el concejal arrugó el ceño y dirigiéndose al comparsero jaranero proponente, le increpó echándole en cara:
-Ahora que hemos mandado podar en forma los naranjos de Santa Marina... vas a venir tu con esas. Ahora que en prevención de que por el desfile todo pudiera devenir en una guerra de las Naranjas hemos decidido por una vez y aunque sirva de precedente podar los naranjos y llevarnos las naranjas, para que un año por lo menos la avenida de Santa Marina no sea un estercolero por el pisoteo. Ahora que el huerto de los olivos que teníamos frente al Punto Caliente se ha convertido en otra zona asquerosamente asfaltada, para que por fin en Badajoz la gente se dé cuenta de que hay que llevar a los perros a hacer las cacas al extrarradio... Ahora nos sales tu con esas marianas (dijo sin pensarlo dos veces y de inmediato se arrepintió; pero lo dijo, marianas, y ahí queda transcrito) y además, que a mi con esas no me vengas, culminó recordando su época esplendorosa y brincante de musiquero de los años sesenta.
De lo que pasó después, el cronista piensa que es mejor no meneallo. El personal se aprestaba para para el desfile del 19 de febrero, esperando que ni los relojes ni los calendarios decidiesen también declararse en paro antes de ese día. Y ante ello, en esta fría mañana febreril, el cronista se disfraza y respetuosamente se tapa ahora los ojos para no ver lo que no quiere ni ver.

(Publicado en la Revista oficial del Carnaval 2012, del Excmo. Ayuntamiento de Badajoz. Febrero, 2012).

martes, 21 de febrero de 2012

La eclosión de las fragonetas



El mercadillo de los martes, un paraíso de fragonetas y monovolúmenes, que son como el Arca de Noé del personal... ¿Y qué me dicen del tractor verde airosamente aparcado en Santa Marina? (Fotos, M. LÓPEZ)


La contemplación de la cabeza de un tractor aparcada días atrás en la Avenida Santa Marina en Badajoz me ha llevado, por asociación de ideas, a los momentos en que yo veía en mi infancia furgonetas estacionadas en las calles de mi pueblo y la ciudad. Particularmente señalada era la presencia de furgonetas en la Plaza de San Andrés, hasta donde llegaban las “dekauves” de los pueblos (la de Francisquino Marin, la de Genaro, la de Jacinto Marabel), que nos dejaban allí a los viajeros para que al término de los mandaos (luego se decían encargos, ahora se dice gestiones) volviéramos al lugar para emprender viaje de regreso. Después de San Andrés (donde también se aparcaban los “milquinientos”, otro vehículo mítico, igual que el Pontiac de Blasito) las furgonetas se trasladaron al salto del Caballo, al lado del bar del Micha, un flamenco de postín ya desaparecido. Y, a la par, en muchos pueblos, estaban los tractores como ese que he visto en la Avenida de Santa Marina y que no sé si es del Ayuntamiento (luego, habrá un concejal del tractor) que lo usa para retirar las ramas de los naranjos o es de algún agricultor que ha ido a las oficinas de Caja Rural a cobrar la PAC o a pagar algún impuesto, que es lo que más hacen, mayormente. Del tractor he vuelto a las furgonetas que ahora pueblan algunos lugares como esos nuevos objeto de culto que son los mercadillos, en los que ya se llaman fragonetas. En los dos mercadillos de Badajoz hay decenas que se agolpan en los días señalados, siendo gentes del pueblo gitano su casi exclusivos propietarios. Son las fragonetas como unas nuevas arcas de Noé (en ellas cabe de todo), donde no sólo se viaja acompañando a la mercancía sino que se hace una buena parte de la vida familiar, se come, se echa la siesta de media mañana, se hacen las oraciones, se jalea a Estopa... La fragoneta, hoy ya monovolumen, es ya para ellos una unidad de destino en lo universal. Sin duda.

(Publicado en la edición impresa de HOY el lunes 20 de febrero de 2012)

miércoles, 1 de febrero de 2012

Afilaor a domicilio


(A veces sí se ven policías en la calle. Lo que pasa es que cuesta encontrarlos. Allí, al fondo de esta imagen tomada en la Avenida Fernando Calzadilla, había unos cuantos apelotonados por alguna movida ).

Fue en el portal de mi casa en Badajoz. Un individuo (debo llamarle así) no muy mal encarado y no muy mal vestido llamaba a todos los timbres. A cada vecina que respondía (todas fueron mujeres) les dijo lo mismo: “Señora, el afilaor a domicilio. Cuchillos, tijeras, ¿tiene algo que afilar? Subo y recojo lo que tenga y se lo afilo”. Por suerte, nadie le abrió el portal y el pájaro voló a otro portal, donde tampoco le abrieron. Le estuve siguiendo hasta que se perdió por las inmediaciones del Pirulo. No tenía en la calle ni la clásica bicicleta del afilaor ni nadie esperándole. Me hice el tontito cerca de él. Yo no llevaba teléfono ni me encontré gente conocida. Hasta fui a por el coche después y recorrí dos calles, Rafael Lucenqui y Francisco Luján. Ya no le buscaba yo a él. Lo que yo buscaba era un policía a quien poder transmitirle mi preocupación. Eran poco menos de las 12 del mediodía y en esta zona de Santa Marina alta no encontré ni un solo agente, ni Local ni Nacional. No dudo de que estarían en otro sitio. O no estarían. Lo de ese día de finales de diciembre, en plena vorágine navideña con cientos de personas en las calles, cargados de paquetes, nos pasa a diario. No es frecuente ver policías en la calle. A veces uno se las ve y se las desea para atisbar el color de sus uniformes. Estarán en otras cosas. Tengo depositadas mis esperanzas en una sociedad en la que no haga falta que siempre haya policías de patrulla por la calle. Pero esa sociedad tan casi perfecta o no existe o no es la que me ha tocado vivir a mi. Y bien que lo siento.
Yo creo que alcalde y delegado del Gobierno ya conocen qué opina mucha gente de esas ausencias policiales en la calle. Y saben que se espera que ellos les pongan remedio. A ver si no se producen más los “hechos puntuales” que decía la señora Pereira. A vé...

(Publicado en la edición impresa de HOY el martes, 31 de enero de 2012)