lunes, 24 de septiembre de 2012

Los vasos democráticos, en 'El Arco Iris'



Uno de las objetos que se beneficiaron de la llegada de la democracia (vigilada primero, vigilante después)  fueron los vasos del uso doméstico diario. Sí, sí, los vasos. Porque aunque ya teníamos los vasos del Cola-Cao (que nos recuerda el dramaturgo Miguel Murillo con su recreación del negrito del África tropical), con la democracia las multinacionales de la alimentación descubrieron un filón con los vasos de Nocilla y otros productos de consumo masivo (no  confundir con masiva, + IVA), que aunque habían llegado antes de la democracia, se hicieron más populares a partir de entonces. Desde Badajoz teníamos fácil ir a Elvas a comprar en ’El Arco Iris’ vasos de todos los tamaños y clases, más baratos que los de duralex y otros que se encontraban en las tiendas. Con tres hijas en el hogar, es fácil deducir que tengo hasta 37 clases de vasos distintos en mi casa. Vaya, un filón de vasos. Por eso cuando se rompe uno ya ni me inmuto. Porque además es que junto a ellos hago colección de vasos históricos, como el que empleaba para recibir la leche en polvo, donativo de los americanos al pueblo español (¡je, el pueblo!) que yo bebía religiosamente cuando iba  la escuela que regentaba  mi maestro favorito, don Pedro Nieto, que anda por ahí creo que viviendo en Mérida. Hoy, por el progreso, ya tengo lavaplatos y, por eso del nivel de vida, se me presenta  todos los días el mismo dilema cuando me encuentro siete vasos seguidos en la encimera, y pregunto airado de quién es el vaso verde con un culino de agua o el blanco con un resto de leche o el amarillo con signo de haber sido usado para tomar un colacao…. Al final decido meterlos todos en el lavaplatos (mi familia, especialmente mis yernos,  también sabe de mi desmedida afición a enchufar el lavavajillas; claro: mi madre se pasó toda su vida fregando la loza a mano), aunque esto del progreso tiene también sus inconvenientes. Y, lo que yo les diga, que debo tener 37 clases de vasos distintos, vasos democráticos que yo les digo para entendernos, porque  además son como las sábanas dalmases, que se lavan, se lavan y nunca se acaban.
Pero, a lo que iba, que me llevan los demonios cada vez que veo esos vasos en la encimera. Cuando los veo me acuerdo de Antonio el Pescaero, mi fiel lector, que me regaña. “ ¡Déjate de vasos, sácame la pala de oro!”, me dice. Y yo le argumento: ahora tocan los vasos, cuando pase lo de los edredones y lo del forrar los libros volveremos a la pala. A lo del lejío –con El Faro…-  y a los muñequinos de Polo ya no podemos volver…  aunque también era  –muñequinos, pala y lejío- como los vasos democráticos portugueses de ‘El Arco Iris’, siempre en boca de todos. A vé…

(Publicado en la edición impresa de HOY el 24 de septiembre de 2012)

martes, 4 de septiembre de 2012

Cuando no hacen falta candiles





Allá por los estertores del siglo pasado (que veinte años no es nada, han dejado escrito y cantado por ahí) cuando un gobernador civil (el Poncio, se le decía) ya no era jefe provincial del Movimiento (el movimiento se demuestra andando) al entonces Poncio de Badajoz, el socialista José Luis Romero García, le invitaron a inaugurar el edificio restaurado del ayuntamiento de mi pueblo, Salvaleón. El alcalde de aquellos tiempos, José Gómez Trigo, desoyó los consejos de su concejal Pedro Cruz, El Chino, y se subió a pelo al estrado ante el entonces presidente de la Junta, Rodríguez Ibarra, y el citado poncio. Y como no se había preparado ni unas líneas maestras ni unos apuntes, pues se quedó perplejo ante el auditorio que esperaba sus palabras bajo la mirada atenta de sus dos jefes politicos, Ibarra y Romero García (que eran poco amigos, como se contará algún día en esas memorias de a pie de calle que ó Ibarra o el mismísimo Pedro el Chino podrían escribir). “Esto es lo que hay”, debió pensar José Gómez, que dijo para resumir el espíritu inaugural una frase que a buen seguro no figura en los manuales de los expertos en comunicación, pero que vale un potosí. Podría haber dicho el alcalde que su Corporación o el Gobierno de Mérida o Madrid habían levantado un edificio democrático enterrando los mismos cimientos del anterior decimonónico, pero suprimiendo el calabozo, símbolo de privación de libertad, que siempre fue tabú en nuestro pueblo y en el que hasta algún paisano se quitó la vida, temeroso de los métodos de la Guardia civil de mediados del siglo pasado. Pero no, no se le ocurrió, aunque es hombre espontáneo y ocurrente hasta el extremo de que el mismísimo Curro Romero  hubo de replicarle a las puertas de la Maestranza en una señalada tarde taurina sevillana, en la que en la cola de las entradas Gómez le preguntó “¿qué haces aquí Curro, cómo no estás en  el paseíllo?” y Curro le dijo, “¿usted no ha visto los carteles? ,yo no voy a torear esta tarde, vengo a eso, a ver los toros… desde la barrera”. De  anécdotas como esas está lleno el historial de José Gómez Trigo, al que un día hice llegar hasta las barbas del presidente de la Diputación, su correligionario León Romero Verdugo, saltándonos la cola de alcaldes gracias a los buenos oficios de Paco Zurrón, que se arriesgó a los enojos de alcaldes y otras gentes más principales, que se quedaron atrás viendo colarse a aquel alcalde que creían paleto y al plumilla aquí firmante. El día del discurso aquel, en la Plaza de España de Salvaleón (que ya no es lo que era, que no, que la han okupado de diversas maneras), el alcalde José Gómez Trigo se dirigió a los porrineros presentes y a los dos ilustres inauguradores y les dijo, sencillamente, señalando la fachada del ayuntamiento: “Bueno, cuando las cosas están a la vista no hacen falta candiles”. Y se quedó tan pancho. Y ahí sigue, paseando su tercera juventud por las calles de nuestro pueblo.


(Con mi homenaje a todos los que en aquellos tiempos, concejales y alcaldes, pusieron con honestidad y honradez su fe y su tesón en la lucha por el progreso de sus vecinos, mejorando las condiciones de vida de sus pueblos, como José Gómez Trigo y Pedro Cruz Dominguez El Chino, que pasarán a la pequeña historia de nuestras vidas, aunque no figuren en la lista de los primeros espadas, como Curro Romero).

(Publicado en la edición impresa de HOY el martes 4 de septiembre de 2012)