jueves, 26 de diciembre de 2013

Periodistas de culo inquieto



Periodistas con culo de mal asiento. Así se podría definir a aquellos plumillas que en tiempos de la democracia vigilada trataron de romper con todos los esquemas de aquella sociedad capitalina y apoltronada del Badajoz de mediados de los 70/80, cuando empezaba a sonar la campanilla de la democracia que agitaba Martínez Mediero. Tanto zocotrearon la campanilla que varios de aquellos periodistas fueron llevados al tribunal de Ética profesional por los que decían ser sus propias colegas de profesión. Y tomaron al asalto los quioscos de prensa con La Hoja del Lunes de Badajoz (a la que las ‘fuerzas vivas’ enseguida bautizaron como La Roja del Lunes).
   Ruiz de Gopegui, Gregorio González Perlado, José María Bermejo, Gaspar García Moreno, José Manuel Requena, José María Pagador o José Carlos Duque fueron los que rompieron aquella lanza y a otros, como Julián Leal, Berna Calle y el aquí firmante,  nos tocó colaborar con ellos.
Y en aquellos años, llegado que fue el mes de diciembre, se hizo el Extra de Fin de año más iconoclasta conocido, con un resumen de todas las promesas de los señores políticos que no se habían cumplido. Se llamó “Lo que no se hizo” y en 24 páginas denunciaba  todas aquellas maravillas que nos habían prometido a lo largo del año y no habían visto la luz, que se esfumaron, seguramente como los miles de duros teóricamente dedicados a aquellos propósitos.
  Hoy, más de 40 años después, la situación no ha variado. Vergüenza debía darles a muchos de nuestros políticos actuales, de Badajoz y de Extremadura, de que no haya seguramente plantilla suficiente en este periódico para purgar entre las páginas de todo el año y extraer las miles de promesas incumplidas. Basta con abrir el periódico de cualquier día de este pasado año para encontrarse con  esos atracos a mano armada a la buena fe de los contribuyentes, algunos de los cuales están deseando sacar el tirachinas, para apedrear a estos personajillos.

 (Publicado en la edición impresa de HOY el jueves 26 de diciembre de 2013)

viernes, 20 de diciembre de 2013

El buhonero en Las Moreras






(Bombonas de gas portuguesas, en las calles de Borba y Estremoz, hace unos días. Fotos M. L.)


Allá por el siglo pasado, cuando en todas las viviendas teníamos al menos tres bombonas de butano, se hacía necesario acudir cada poco a Pedro el de Butagás o a los Teófilo y reclamarles que nos enviasen con prisas un par de bombonas, que con los frios no estaba la cuestión para ducharse con agua helada. Era frecuente ver a vecinos espiando y esperando el paso del camión de las bombonas, por si llevaba alguna de sobra para el caso de que no la hubiéramos encargado. Pero había y sigue habiendo lugares en que no era necesario llamar. Ya se sabe que el camión de las bombonas, cual un moderno buhonero (me gusta esa palabra), pasa ciertos días por las calles del barrio y entonces no hay más que esperar a oir los bocinazos del aviso para hacer el acopio del gas en forma de bombona. 
   Me he encontrado a uno de esos camiones entrando por la calle que homenajea a mi profesor Francisco Pedraja en el barrio pacense de Las Moreras y allá que iban clientes en bata y zapatillas a pagar y recoger la bombona. Porque el gas ciudad no llega a todas partes Y me ha venido a la memoria la figura de otro repartidor, que también actuaba como un buhonero que lleva menudencias a domicilio. Era el de la lejía, que también vendía cal blanca, soplillos y otros avíos domésticos,  según me recuerda el cronista oficial Alberto González Rodríguez, pipa en mano, quien por su provecta edad ­y con su dilataba sapiencia quizá pudiese comprobar personalmente, de lejos (más que nada por precaución, como se verá), el paso majestuoso del que era llamado “el burro de la lejía” en tiempos pretéritos.
    De “el burro de la lejía” me dio largas y repetidas conversaciones mi añorado y querido Emilio Rodríguez Olivenza, el fotógrafo, compañero de tantas andanzas periodísticas en tiempos pasados. A lo que parece el burro de la  lejía era un semental de armas tomar que exhibía descaradamente sus atributos y era bueno verlo de lejos. El casco antiguo y San Roque eran sus lugares de trabajo.
    Nada que ver con el camión de las bombonas, por supuesto y que el bombonero de Las Moreras me perdone haberme acordado del tal semoviente.

(Publicado en la edición impresa de HOY el  miércoles 11 de diciembre de 2013)

martes, 26 de noviembre de 2013

El coñazo de la fuente de El Faro





Obras, obras, ruidos, ruidos... (Fotos M. L.)


Le leí en estas páginas a Andrés Aberasturi una magistral columna en que hablaba de los temores o terrores nocturnos de aquellos padres que vivían los momentos en que se pasaba la hora pactada de regreso de los hijos a casa y no se cumplía lo acordado (o impuesto). Ese sonido del ascensor al llegar a la casa y la llave en la cerradura ponían fin a la ansiosa espera. Pero a veces el ascensor sonaba y no paraba en el piso y ahí se reavivaban los temores acrecentados por tantas malas noticias. Ese del ascensor es uno de tantos sonidos diarios que se meten en nuestras vidas, como el que atormenta a una camarera del centro comercial El Faro que hace unos días despotricaba contra la dichosa fuente central de la instalación: “Toda la gente entusiasmada mirando la … fuente y yo estoy hasta el moño de ese ruido constante. ¡Qué alivio cuando la apagan!” 
  Parecidos ruidos nos acompañan a todas horas: El del grifo que gotea en el silencio de la noche; las tragaperras escupiendo monedas; la radial o la hormigonera que espera a que se haga de día para empezar a atormentarnos (y eso que dicen que estamos en crisis y no hay ya obras); el camión de la basura que todas las noches me recuerda que ya va siendo hora de irse a dormir; el tableteo sobre las aceras de la máquina que arrastra los palés hasta el supermercado; los chirridos de los frenazos de los coches; las sirenas de las ambulancias, de la policía, de los bomberos; el arrastre de los sillones de algún vecino cuando son movidos para limpiar debajo; el molinillo zumbón del bar; el extractor de humo; los coches discoteca; el soniquete que en las mañanas me trae el mensaje del tapicero que ha llegado, señora, a esta localidad; el afilaor, con su chiflo, vaya, algo más agradable como los canarios que tiene el peluquero Youssef ahí junto a la estación de autobuses… 
  A veces molestan, pero todos esos sonidos son la vida que pasa.

(Publicado en la edición impresa de HOY el martes 26 de noviembre de 2013)

miércoles, 6 de noviembre de 2013

El lejío de la verguenza







( Bueno, pues esto era el lejío de la verguenza esta mañana del lunes 4 de noviembre. ¡Fantástico! )


 A mis cortas luces que es extraño que aún no se haya dirigido a Badajoz ninguna productora de cine o televisión pidiendo permiso para rodar unas escenillas en el lejío de la vergüenza. Por Puerta Palmas se rodó ‘La guerra empieza en Cuba’ allá por el año 57 del siglo pasado, pero seguramente el rodaje no incluía apariciones o cameos del alcalde y algún concejal, que tal vez es lo que ahora exigiría el excelentísimo para otorgar el permiso, porque conocida es la afición de la casta política en general a colocarse delante de la cámara cuando va a salir el pajarito (de la cámara). Ahí sería nada, si se hiciera una película con la Corporación abrazada a las palmeras desecadas o bien saltando entre ellas –con taparrabos, para ocultar las vergüenzas- asidos a las lianas, como Tarzán (hubo en tiempos un concejal al que apodaron Tarzán, pero era una broma). Pues in illo tempore fue cuando apareció la primera mención que se recuerda del lejío de los chinatos, o al menos de la que se tiene constancia escrita.
  Y viene esto a cuento porque Jaime Olivera, ese entusiasta vecino de Santa Marina, en la revista El Ancla de la Asociación de Vecinos Pacientes (¿por qué no añadirle el adjetivo?) de Santa Marina me cuelga a mi la medalla de haberme inventado la frase del lejío de los chinatos. Que no, Jaime, que el mérito fue de Gabriel Montesinos, que aunque muchos no lo recordarán bien fue alcalde de Badajoz, por carambola tras la dimisión de Manolo Rojas. Y él se lo inventó y este plumilla lo remachó.
  De rodarse la película hoy sería en este lugar, con los actores deambulando a tiro limpio por las dársenas vacías del parking, los vecinos agarrados a los barrotes como en Alcatraz, aves revoloteando como los de ‘Los pájaros’ terroríficos de Hitchcok, cientos de coches buscando aparcamiento,… Lo dicho, el lejío de la vergüenza. Pasen y vean porque Badajoz es una ciudad de cine. A vé…

(Publicado en la edición impresa de HOY el lunes 4 de noviembre de 2013)

viernes, 25 de octubre de 2013

De pingos y pensionistas




(Nuestros visitantes -llamémosles así amistosamente- de otras nacionalidades aprovechan el constante pasar de jubilados,  pensionistas y desoficiados por la avenida Fernando Calzadilla).

Antiguamente estas escenas se desarrollaban en Badajoz en el Paseo de San Francisco. Y los rumanos y las rumanas estaban en Rumanío y en Rumanía. Hoy, con esto de la movilidad que tanto alabaría el ministro Montoro y que a lo mejor definiría como “opacidad corpórea y transmigración o metempsicosis animada”, el evento (por seguir con ese lenguaje) se ha trasladado.
   Ahora, mi avenida Fernando Calzadilla y sobre todo alguns calles adyacentes, son el escenario natural en que pingos (y no me llamen xenófobo, que no hay tal) y pensionistas debaten sobre lo humano, no sobre lo divino. “Ven abuelito, espera que te ayudo a pasar el semafóro” (con acento en la ó). Y allá que va la prójima y sin recato agarra al pensionista de la mano ( o por donde puede) y tira de él. Literalmente las he visto en algún caso puntual arrastrarlos, porque lo que es ellos no disponen de mucha fuerza para tirar de ellas.
   A las puertas de alguna de las panaderías, del supermercado, de los bares, del estanco, en alguno de los pasos de peatones… allí están ellas vigilantes, atentas al mozo que se acerca titubeando y mirando a un lado y a otro con cara de despiste, buscando un amigo, una mano que le ayude… Son los nuevos tiempos que nos está tocando vivir, ni mejores ni peores, pero en los que estas pécoras tratan por todos los medios de sobrevivir o de sacar más dinero para recargar la tarjeta del móvil. Tal vez también para comprar comida caliente y lo logran a base de calentar al personal. Y en la mayoría de los casos, es abusando de los pensionistas. Justo como los presupuestos del Estado de Montoro, que quiere tirar para adelante a costa de los pensionistas.
   Así que madres que tenéis hijos, esposas que tenéis maridos, estad alerta con ellos y pensadlo dos veces antes de mandarlos a comprar el pan con la lista de la compra en una mano y la otra en la faltriquera, no sea que acaben de picos pardos. A vé…

(Publicado en la edición impresa de HOY el viernes 25 de octubre de 2013)

domingo, 13 de octubre de 2013

Salvar el pingüino de Santa Marina








  Trabajos de desmontaje del pingüino, al que puede verse ya en el suelo descansando en la acera del local. (Fotos M. L.)


 Debió ser aproximadamente en el siglo pasado, si mi memoria no me falla otra vez. Estaba Luis Ramallo reinante (no gobernante, porque no tenía sobre qué gobernar, no como ahora  que se le llena la boca al personal cuando dicen mi Go-bi-er-no) y tan mal lo pasaba el primer presidente preautonómico que hasta tenía que pedirle un coche prestado a la Diputación o al ayuntamiento de Badajoz. Allí, en lo que era una especie de sala de estar, se montó sobre un rincón su mesa de despacho y unas cajas de cartón eran sus primeros archivadores. El despacho no tenía ni alfombra y yo creo que hasta la luz iba a 125, aunque ciclón Luis Ramallo pasaba en velocidad de esa cifra, por su entusiasmo contagioso. Antonio Bueno Tinoco de Castilla fue su primer interventor y un ex coronel familiar su primer secretario. Ponían su buena voluntad. Y en esas estábamos cuando yo, insensato de mi por mi poca edad, me sumé a quienes pedían que se derribase el edificio del que fue Seminario a mediados de ese siglo y que sucesivamente acogió Biblioteca, sala de exposiciones, escenario teatral en los patios… hasta que fue sede de la Junta Preautonómica. Aunque aquel edificio de la Plaza de Minayo vino a caerse por sus atenores de puro viejo y fue derrumbado para construir lo que hoy es el aparcamiento subterráneo y la Plaza, entono mi mea culpa por haber fomentado el derribo, desde mis cortas lunes. Por eso hoy me felicito de que se haya salvado algo tan simple como un pinguino de cerámica que adornaba la fachada de lo que fue una carnicería en la avenida de Santa Marina, en honor el fundador de las carnicerías llamadas genéricamente “Los Pinguinos”. Después ha sido local  de compra de oro y parece que la cerámica del pingüino feliz va a poder volver a campar a sus anchas en un nuevo negocio para el que sus responsables quieren mantener ese simbólico pingüino, en honor del fundador de esta dinastía. Menos mal que no ha habido ningún loco como yo que haya pedido que tiren el pingüino a la basura. Así que, antes de que se me olvide,  pido perdón una vez más. 

(Publicado en la edición impresa de HOY el miércoles 9 de octubre de 2013)

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Un batería en oferta






( Imágenes del Jesús-Jesús que campea en las farolas del Puente de la Universidad, con los nuevos accesos a Las Moreras y la Taberna Camarón, en Sinforiano Madroñero. Fotos: M. L.)

No es una batería de cocina. Es un batería de los de música de chimpún y tachín-tachán quien se anuncia en las farolas de Sinforiano Madroñero, al lado de la taberna Camarón. Dice tener instrumento propio (sic) y lo divulga encaramado a las farolas, como el Jesús que aparece forrando las luminarias del Puente de la Universidad, un Jesús al que quieren difundir  los seguidores de la Iglesia Pentecostal Unida de España (sic, así, como suena) quienes tienen sede en Badajoz en la calle Rey Mudafar. Como se entere el progre Papa Francisco ­-¡buenos estarán los que usted y yo sabemos!- de que han forrado las farolas con sus proclamas (por lo que he leído la cosa es que Jesús viene, a vé) es capaz de salir tras de ellos con una fregona en la mano… Este es el Badajoz que uno se encuentra tras mes y medio campando alegremente por el mundo mundial. Un Badajoz en el que me tropiezo en El Corte Inglés al doctor Antonio Tinoco comprando cacharrinos informáticos para sus estudiantes del Master de periodismo que va a impartir con la Uex y este periódico. Se va a enfrentar a más de 30 alumnos periodistas, que quieren aprender más porque buscan trabajo. Más crudo lo tendrá la seño Marisa en la clase de mi nieto Ricardo, en el nuevo colegio de Llera, con más de 25 crías de universitario de sólo tres años que pelean con la plastilina, como un pescador al que he visto riñendo en las laderas del Guadiana, allí donde se hace el festejo de los fuegos de la noche de San Juan, vigilado por su perro y tres docenas de patos ante el Puente Real y la Torre de CajaBadajoz. Allí empieza el Puente de la Universidad y desde él puede verse que ya han culminado las obras para el paso hasta Las Moreras bajando por  el nuevo acceso hasta las calles de Fernando Pérez Marqués y Mario Rosso de Luna. Más maestros: veo de lejos al maestro y ex alcalde de Badajoz Luis Movilla, al ingeniero Paco Mira Tur, al maestro tocayo Manolo López… en fin, esto es Badajoz: se ofrece batería con instrumento propio, a vé…

(Publicado en la edición impresa de HOY el lunes 23 de septiembre de 2013)
Post Data: La maestra de mi nieto Ricardo no se llama Marisa, sino Manoli. Perdón. 

martes, 3 de septiembre de 2013

El día está por hacer



Amanecer de agosto en Salvaleón, con el sol visitando el nuevo día (Foto M. L.)

Se llama Francisco Torres, cuenta 75 años y aunque ahora hacía su vida por Badajoz, vio sus primeras luces en Salvaleón, donde nació en una humilde casa de La Podría. Suerte que su madre Isabel no haya tenido que ver el desasosiego de Francisco en estos días. Cuando escribo, desde Salvaleón, aún no se sabe nada de él después de varios días perdido. Vio nacer el sol muchas mañanas desde el risco Barbellío, alumbrando Monsalud y el Alto de las Palomas, inundando de luz los higuerales de Los Plaos, el puente Valdejerez, el barrio de Buenavista y así hasta perderse cada tarde, cuando comenzaban a cantar los cárabos por Los Sortines camino del Monte Porrino, que también pateó buscándose la vida, como toda la buena gente que aún ahora ignora cómo saldrá de esta aventura, si podrá o no contarlo. Jugó a los bolindres o a marro con algunos de sus hermanos, con Victoriano, con Lorenzo “Sevilla”… En torno a la historia de Francisco se resume ahora con destacado acento el interés de todo un pueblo preocupado por él, por saber si se puede hacer algo, si se puede colaborar aunque se sepa que buscarlo parece tarea casi imposible.
Cuando cada mañana Francisco salía a la calle, a la escuela, forzado quizás a trabajar en los oficios más duros, se plantaba ante él toda la belleza del paisaje pero también toda la crueldad de la vida, una existencia que le llevó a emigrar a Francia, donde se buscó la vida con inteligencia y astucia, como siempre han sabido hacer las gentes de esta tierra. En el barrio pacense de San Roque se  hizo un “macha” más, sin olvidar su condición de porrinero sino pregonándola con orgullo. El suyo es, en resumen, el ejemplo de un hombre hecho a sí mismo y al que se le iluminaba el rostro al hablar de su familia, con ese brillo que aflora únicamente a los ojos de la gente buena. Y tras cada amanecer se imponía su lema, el de la gente sencilla: hay que ganarse el pan, hay que salir adelante, está todo el día por hacer.

(Publicado en la edición impresa de HOY el martes 3 de septiembre de 2013)

domingo, 18 de agosto de 2013

¿ A cuánto están los tomates por ahí ?










(Los tomates o cualquier otra cosa, como algunos de estos productos del mercado)

Allá por el siglo pasado mi inefable amigo Manolo Martínez Mediero me hacía reir de la propia risa (es así, no se extrañen) cuando me  transmitía una de sus siempre acertadas observaciones en su atiborrado despacho de funcionario del Ministerio de Trabajo, en el antiguo Edificio de los sindicatos en Badajoz. El edificio en sí era lúgubre, pero las risas que aquella mañana salieron por las puertas de su despacho debieron hacer temblar los cimientos del sindicalismo vertical, cuando hacía poco tiempo que el gobernador civil había dejado ya de ser jefe provincial del Movimiento, y a él habían de rendirle pleitesía los respectivos delegados provinciales de los Ministerios. Por aquella época que recuerdo ahora debió estar en el machito de la Delegación de Trabajo el inolvidable y desaparecido Alfredo Fernández Barrios. O Tito, que era también un tipo muy legal y que con sus barbas rompía la imagen de un delegado ministerial. Y Manolo Martínez Mediero, separado del plumilla con los informes y legajos del Consejo Económico y Social de Badajoz (quiá, no había ni atisbo aún de Extremadura, dónde va usted a parar, España era todavía una unidad de destino en lo universal y las provincias seguían siendo 52 y las 17 autonomías aún estaban en el limbo), bromeaba sobre el paciente turista de Badajoz que emprendía la aventura de irse a la playa subiendo la cuesta de la Media Fanega a bordo de su Seat-600, su Simca 1000 o su 850 (ese era el mío, que me lo vendió nada menos que José Luis Joló, el de la Seat de los Talleres Muñoz). Y comentaba la pregunta que debía contestar el turista desde su punto de destino, cuando después de pedir conferencia en alguna destartalada oficina de Telefónica en La Antilla o Punta Umbría, soportaba la pregunta de la madre o de la suegra: “¿Y cómo es el agua de por ahí?”
Me costaba trabajo sacar a Manolo Martínez Mediero de sus cavilaciones en voz alta y de su cara colorada por las risotadas. Yo quería preguntarle por la frase que él escribió para que la dijera Tina Sainz en su obra “Las Hermanas de Búfalo Bill”, cuando Tina y Berta Riaza habían de soportar el asedio de su hermano Germán Cobos, que las mantenía encerradas a cal y canto, para proteger su virtud y que, cuando sonaba de repente una campanilla, levantaban las risas de una parte del público y las iras de los ultras que no aceptaban la llegada de la democracia. “¿Uy, será la democracia…!”. Y el teatro se venía abajo y a Manolo se le saltaban las lágrimas de la risa por haber burlado otra vez a la censura. Entonces se preguntaba por el agua. Ahora, en estos veranos, yo siempre pregunto “¿a cuánto están los tomates por ahí?”

(Publicado en la edición impresa de HOY el domingo 18 de agosto de 2013)

miércoles, 31 de julio de 2013

La sevesita, el fanta, el cocacola






O sea, que si  tu llevas ya un día revolviéndote por entre aquella arena, con tanta agua, con tanto griterío, y no te has encontrado todavía a Emilio González Barroso ni a Alberto González ni a Antonia Márquez Anguita ni a José Emilio Estrella, pues llegas a la clara conclusión de que no estás en Badajoz. Será cualquier playa del Sur si además has visto que no bien quieres dejar el coche en cualquier esquina y ya se te ha echado encima un controlador de la ORA (que sí, que eso lo hay en Punta Umbría) o el controlador del hotel que te reclama 10 euros al día por dejar el coche aparcado en un recinto al aire libre, cerrado, eso sí, pero al aire libre y con unos sombrajos que no son precisamente gloriosos. Estás fuera de Badajoz. Si en ese sitio llamado playa (este año limpio, sí) aparece un payo gritando alegremente desde bien temprano”¡ La sevesita fresca, el colacola, los fantas con sus temperaturas, para usté y sus criaturas”! es que ese sitio es la playa de Punta Umbría. O sea, puedes encontrarte con Brígido Férnandez padre y Brigido hijo, el reportero gráfico de HOY en Mérida que ha venido hasta aquí a quitarse los espinos. Y se ha encontrado conmigo y unos cuantos mosquitos que este año pican, pero no son como los de Badajoz, estos son silenciosos y discretos, pero traicioneros.
Más al Sur, en Isla Canela o la Punta del Moral hay parecido bullicio y también no exagerado movimiento. Se nota en el mercado de Ayamonte, donde veo un bicho feísimo que intentan venderme. ¿Y eso qué es?, pregunto. “Japo”. ¿Y para qué sirve, preguntó el veterinario de San Vicente de Alcántara Juan Ramón Castaño? Andaba de paso y m lo contó con Maruja en la Punta del Moral, al lado de un choco de trasmallo en La Cayuelita. “Pajé jopa”, le dijeron. Y ya deducimos que es sapo y sirve para hacer sopa. Y comentan que lo fríen con chocos, y boquerones en Casa Margallo, un sitio al que hay que ir aquí en Ayamonte como a casa Vicente, que si no los visitas es como si no hubieras estado en la playa. En Punta Umbría hay que ir a casa Fermín y te puedes encontrar en la calle Ancha con el rumano del acordeón (el mismo del quiosco de San Francisco y de la Plaza de los Alféreces en Badajoz), que otros años por lo menos andaba por aquí con su acordeón y su pareja, la mujer que se coloca a las puertas del Eroski de Héroes de Cascorro en Santa Marina, donde Juanito Benavente, uno de los encargados, mete mercancías desde las 8 de la madrugada ayuddoa por Jesús.
Pero lo mejor de todo, ya digo, es el vendedor de Punta Umbría que le pone rima a su mercancía, tratando de atraerse más clientela.

(Publicado en la edición impresa de HOY el jueves, 25 de julio de 2013)


sábado, 13 de julio de 2013

Los huevos del Cerro





Aquí está la prueba. Las gallinas y gallos, en calentamiento antes de entrar al campo del Cerro. M. L.

Aún siguiendo en las categorías inferiores, ha vuelto a subir el Cerro de Reyes y tiempo habrá de seguir sus avatares por esos campos de fútbol. “Sabino,  a mi el pelotón que los arrollo” fue el grito de guerra que resonó en los campos de Amberes cuando muchos de nosotros ni habíamos nacido y cuando Sabino marcó el gol de la gesta en aquellas olimpiadas a las que se dijo que los jugadores acudían comiendo chorizo y morcilla para coger fuerzas.  
Es una frase que quedó en los anales de la crónica futbolística como símbolo de una gesta. No es extrapolable a este Cerro de Reyes de Cachola, pero vale como punto de arranque de una crónica que yo quiero redondear con lo que he visto bastantes días a eso de las siete de la madrugada: una parva (no es ni piara, ni rebaño ni manada) de gallos y gallinas a las puertas del estadio José Pache. Es un misterio para mi qué hacen ahí esos gallos y gallinas, de quién son, si pertenecen a la plantilla o a Evaristo al que conocí como empleado del club en los tiempos de los jugadores Rodolfo y Enzo Noir. Si son o no son propiedad de Cachola que las tiene ahí para que pongan los huevos que hace falta echarle a toda gesta deportiva, si son escapados de las casas cercanas de la barriada de Llera o si los ha llevado allí el concejal de tráfico para que los conductores que enfilan la fuente de los 80 millones se frenen antes de caer limpia aunque violentamente al agua.

De una u otra manera, las gallinas con sus gallos podían acercarse unos metros más arriba en la avenida Jaime Montero de Espinosa y colocarse ante las puertas del Centro de Salud de Valdepasillas, para distraer a los numerosos pacientes que se agolpan cada día bastante antes de las 8 de la mañana, que es la hora de apertura. Y es que la gente tiene prisa y desea que la pinchen cuanto antes. Pero en eso no tienen nada que ver los huevos. 

(Publicado en la edicicióm impresa de HOY el martes 9 de julio de 2013)