viernes, 25 de octubre de 2013

De pingos y pensionistas




(Nuestros visitantes -llamémosles así amistosamente- de otras nacionalidades aprovechan el constante pasar de jubilados,  pensionistas y desoficiados por la avenida Fernando Calzadilla).

Antiguamente estas escenas se desarrollaban en Badajoz en el Paseo de San Francisco. Y los rumanos y las rumanas estaban en Rumanío y en Rumanía. Hoy, con esto de la movilidad que tanto alabaría el ministro Montoro y que a lo mejor definiría como “opacidad corpórea y transmigración o metempsicosis animada”, el evento (por seguir con ese lenguaje) se ha trasladado.
   Ahora, mi avenida Fernando Calzadilla y sobre todo alguns calles adyacentes, son el escenario natural en que pingos (y no me llamen xenófobo, que no hay tal) y pensionistas debaten sobre lo humano, no sobre lo divino. “Ven abuelito, espera que te ayudo a pasar el semafóro” (con acento en la ó). Y allá que va la prójima y sin recato agarra al pensionista de la mano ( o por donde puede) y tira de él. Literalmente las he visto en algún caso puntual arrastrarlos, porque lo que es ellos no disponen de mucha fuerza para tirar de ellas.
   A las puertas de alguna de las panaderías, del supermercado, de los bares, del estanco, en alguno de los pasos de peatones… allí están ellas vigilantes, atentas al mozo que se acerca titubeando y mirando a un lado y a otro con cara de despiste, buscando un amigo, una mano que le ayude… Son los nuevos tiempos que nos está tocando vivir, ni mejores ni peores, pero en los que estas pécoras tratan por todos los medios de sobrevivir o de sacar más dinero para recargar la tarjeta del móvil. Tal vez también para comprar comida caliente y lo logran a base de calentar al personal. Y en la mayoría de los casos, es abusando de los pensionistas. Justo como los presupuestos del Estado de Montoro, que quiere tirar para adelante a costa de los pensionistas.
   Así que madres que tenéis hijos, esposas que tenéis maridos, estad alerta con ellos y pensadlo dos veces antes de mandarlos a comprar el pan con la lista de la compra en una mano y la otra en la faltriquera, no sea que acaben de picos pardos. A vé…

(Publicado en la edición impresa de HOY el viernes 25 de octubre de 2013)

domingo, 13 de octubre de 2013

Salvar el pingüino de Santa Marina








  Trabajos de desmontaje del pingüino, al que puede verse ya en el suelo descansando en la acera del local. (Fotos M. L.)


 Debió ser aproximadamente en el siglo pasado, si mi memoria no me falla otra vez. Estaba Luis Ramallo reinante (no gobernante, porque no tenía sobre qué gobernar, no como ahora  que se le llena la boca al personal cuando dicen mi Go-bi-er-no) y tan mal lo pasaba el primer presidente preautonómico que hasta tenía que pedirle un coche prestado a la Diputación o al ayuntamiento de Badajoz. Allí, en lo que era una especie de sala de estar, se montó sobre un rincón su mesa de despacho y unas cajas de cartón eran sus primeros archivadores. El despacho no tenía ni alfombra y yo creo que hasta la luz iba a 125, aunque ciclón Luis Ramallo pasaba en velocidad de esa cifra, por su entusiasmo contagioso. Antonio Bueno Tinoco de Castilla fue su primer interventor y un ex coronel familiar su primer secretario. Ponían su buena voluntad. Y en esas estábamos cuando yo, insensato de mi por mi poca edad, me sumé a quienes pedían que se derribase el edificio del que fue Seminario a mediados de ese siglo y que sucesivamente acogió Biblioteca, sala de exposiciones, escenario teatral en los patios… hasta que fue sede de la Junta Preautonómica. Aunque aquel edificio de la Plaza de Minayo vino a caerse por sus atenores de puro viejo y fue derrumbado para construir lo que hoy es el aparcamiento subterráneo y la Plaza, entono mi mea culpa por haber fomentado el derribo, desde mis cortas lunes. Por eso hoy me felicito de que se haya salvado algo tan simple como un pinguino de cerámica que adornaba la fachada de lo que fue una carnicería en la avenida de Santa Marina, en honor el fundador de las carnicerías llamadas genéricamente “Los Pinguinos”. Después ha sido local  de compra de oro y parece que la cerámica del pingüino feliz va a poder volver a campar a sus anchas en un nuevo negocio para el que sus responsables quieren mantener ese simbólico pingüino, en honor del fundador de esta dinastía. Menos mal que no ha habido ningún loco como yo que haya pedido que tiren el pingüino a la basura. Así que, antes de que se me olvide,  pido perdón una vez más. 

(Publicado en la edición impresa de HOY el miércoles 9 de octubre de 2013)