Obras, obras, ruidos, ruidos... (Fotos M. L.)
Le leí en estas páginas a Andrés
Aberasturi una magistral columna en que hablaba de los temores o terrores
nocturnos de aquellos padres que vivían los momentos en que se pasaba la hora
pactada de regreso de los hijos a casa y no se cumplía lo acordado (o impuesto). Ese sonido
del ascensor al llegar a la casa y la llave en la cerradura ponían fin a la
ansiosa espera. Pero a veces el ascensor sonaba y no paraba en el piso y ahí se
reavivaban los temores acrecentados por tantas malas noticias. Ese del ascensor
es uno de tantos sonidos diarios que se meten en nuestras vidas, como el que
atormenta a una camarera del centro comercial El Faro que hace unos días despotricaba contra la dichosa fuente central
de la instalación: “Toda la gente entusiasmada mirando la … fuente y yo estoy
hasta el moño de ese ruido constante. ¡Qué alivio cuando la apagan!”
Parecidos
ruidos nos acompañan a todas horas: El del grifo que gotea en el silencio de la
noche; las tragaperras escupiendo monedas; la radial o la hormigonera que
espera a que se haga de día para empezar a atormentarnos (y eso que dicen que estamos
en crisis y no hay ya obras); el camión de la basura que todas las noches me
recuerda que ya va siendo hora de irse a dormir; el tableteo sobre las aceras
de la máquina que arrastra los palés hasta el supermercado; los chirridos de
los frenazos de los coches; las sirenas de las ambulancias, de la policía, de
los bomberos; el arrastre de los sillones de algún vecino cuando son movidos para
limpiar debajo; el molinillo zumbón del bar; el extractor de humo; los coches
discoteca; el soniquete que en las mañanas me trae el mensaje del tapicero que
ha llegado, señora, a esta localidad; el afilaor, con su chiflo, vaya, algo
más agradable como los canarios que tiene el peluquero Youssef ahí junto a la estación de autobuses…
A veces molestan,
pero todos esos sonidos son la vida que pasa.
(Publicado en la edición impresa de HOY el martes 26 de noviembre de 2013)