martes, 30 de junio de 2015

El pulmón de Badajoz y el del ávido lector












Vistas de Badajoz en el entorno del nuevo Parque del Guadiana. Y, al final, el cochino "entreverao" pintado por mi hija Paz López Sanjuán para la "Iberian Pork Parade".(Fotos, Manolo  López)


Saltar como un poseso de la furgoneta, para poder colocarse delante del hermano que reclamaba también ejercer aquí su mayoría de edad y su primogenitura, aunque ahora la norma bien podía ser la de “maricón el último”. Abandonar la DKW de color verde aceituna por la primera puerta que se viera abierta para llegar a situarse corriendo delante de las persianas del quiosco de San Andrés. En una caja de cartón que en su día albergó unas botas Segarra venían cuidadosamente doblados los cuentos que el ávido lector se disponía a cambiar. Eran aventuras de Roberto Alcázar y Pedrín, de El Zorro, TBO viejos con las aventuras de las Hermanas Gilda y el pobreCarpanta (siempre bajo la alcantarilla soñando con un pollo asado, como los que ahora compro yo de cuando en cuando en el Pio Lindo de mi calle) y los hermanos Zipi y Zape y don Pantuflas y el doctor de los inventos. La caja llena de los cuentos que íbamos a cambiar había estado semanas y semanas en lo alto del topetón de la cocinna, al lado de la mano del almirez y unos hermosos platos viejos con escenas de gallos increíbles, junto con un caldero auténtico de cobre deGuadalupe. Esa caja volvería después al mismo sitio, una vez hecho el cambalache de las revistas y en ella volveríamos a ir recolocando los cuentos nuevos, una vez leídos, para en un ciclo interminable volver a sacarlos unas semanas después, porque no todos los días se terciaba un viaje a Badajoz.

Lo máximo a lo que se podía aspirar quizás era a visitar Badajoz en la feria de San Juan. Ahí tendría yo la primera oportunidad en mi vida de comerme un helado azul, que decían era de Pitufo y yo no sabía qué era eso de los pitufos. Ni yo ni casi nadie de los que alternábamos los viajes a Badajoz en las furgonetas DKW de Francisquino Marín, de Quiquito o de Jacinto Marabel.  Algunos tendríamos más suerte, como yo, que cada dos por por tres me rompía un brazo ya fuera jugando a la gata paría o haciendo virguerías con el tentemozo de una maquina cosechadora que llevó al pueblo Vicente Giralt, que había sido varias veces campeón regional de ciclismo y contagiaba de su entusiasmo por la vida a cuantos nos topábamos con él. Vicente iba acompañando a la máquina, él montado en una moto Guzzipor los caminos que llevaban deSalvaleón a Almendral. Por Las Navas, por La Bejarana, por la huerta de mano Frasco, por lo de Monsolina. La moto de Vicente era igual que la de don José Rubio Armesto, el veterinario, el marido de doña Erundina y padre deOlegario, que luego se compró un seiscientos verde para ir a vacunar a las ovejas y a las cochinas y ayudar a parir a las vacas que traían el becerro atravesado. Pues Olegario, como Juan García o Juan Cuenda o Juan Cachimba, todos ellos veían pasar antes sus ojos aquellos cuentos que, en armoniosa camaradería, repasábamos una noche tras otra a la luz escasa de bombillas de quince bujías o con candiles de mala muerte o incluso a base de lamparillas hechas con mariposas de cera reposando y chisporroteando en la noche sobre un lecho de aceite renegría, noche tras noche, agigantando las sombras, invierno tras invierno, como si el hogaño no tuviera derecho a noches más iluminadas y porque los cocos de la luz, las luciérnagas, no hubieran comprendido nuestra precisa necesidad nocturna de luz más luz, como dijo al morir Goethe, pero de ello no sabían nada El Coyote ni Roberto Alcázar.

De la Plaza de San Andrés la furgonetas DKW se fueron al Salto del Caballo, a los brazos amables y bonachones de Micha, el generosoMicharet, el más flamenco de los amigos de los bares que he tenido, al que aprendí a querer en compañía de mi también bienamado Joaquin Rojas Gallardo, que se nos fue bajito en Italia para venir a reposar finalmente en España pasando por su Sevilla pero sin los jaleos de la feria de Badajoz. Ahí ya nos perdimos porque se nos quitó de delante el quiosco de San Andrés, en el que tras las aventuras de El Coyote yo tropecé con Emilio Salgari y empecé a amar la narrativa. Había libros, sí, pero ya no eran lo de antes y ya había que recurrir a las bibliotecas, como la que yo visitaría años más adelante en elSeminario, bajo la tutela de algún Padre Prefecto poco amigo de esas cosas de los libros, aunque aleccionador de la lectura pía que no es la que buscábamos quienes encontramos en la estantería de los libros prohibidos tanto el Cantar de los Cantares como las novelas de Juan Varela, que eran el no va más para los cortos años de unos mozalbtes que eran llevados a pasaer alFuerte de San Cristóbal o a las inmediaciones del Parque Ascensión,en Palomas, con la sotana (¡a los once años!) y la estola o beca roja además del bonete… Allí nos hacía fotos El Rápido, el fotógrafo padre de Juanito Paredes. Ya allí se había pasado de Salgari aGóngora y Santa Teresa y ya también habíamos dejado atrás el paseo de San Juan o los comercios de Los Ángeles yLa Paloma para llegar  sin solución de continuidad a lo que es hoy el Carrefouro El Corte Inglés o El Faro, un caos mental total en suma. Pero antes, pasando por el paseo de la Plaza de Minayo, donde una piara de guarros de distintos pelajes saborean bellotas de asfalto ahora bajo un sol de justicia. Ya no van a engordar más, ya han crecido lo suyo, pero ahí están poniendo sabor y color ante los ojos descreídos del viajero que contempla el panorama de la piara entre burlón, descreído y emocionado.

Pero sigamos: De las orillas de la Playa de Amigos del Guadiana habríamos saltado en el tiempo  a lo que todos llaman hoy el pulmón verde de la ciudad, un Badajoz  que bastante tiempo ha vivido de espaldas a su río, al que ahora parece adorar. Porque lo merecen, la ciudad y el río.

(Publicado en la revista Oficial de Ferias del Excmo Ayuntamiento de Badajoz., junio 2015)

martes, 23 de junio de 2015







A mis cortas luces que los que somos de pueblo tenemos muchos inconvenientes y bastantes ventajas. Entre los primeros, no haber visto el mar hasta la edad madura. Yo vi el mar por primera vez en las playas de Chipiona cercano a mis primeros 20 años. No me lo perdoné y por eso mi primera hija gozó aguas marinas con apenas tres meses, hace ya casi cuatro décadas. Ahora, pertenezco como muchos a la generación Imserso, a la misma que Alfonso Guerra criticaba cuando espoleaba contra la Ucedé bajo el lema de “¡qué buenos son, que nos llevan de excursión!”. Muchas personas en mi familia y en las de muchos lectores murieron sin ver el mar, la mar.
   Lo mío fue un viaje ansiado, una forzada presencia en el campamento Hernán Cortés de Chipiona, a donde había que ir por narices para refrescar los principios del Movimiento etc si uno aspiraba a poder sacarse el título de maestro después de tres años en la Normal de Magisterio de Badajoz. Por allí andaban como “mandos” (entonces no se decía monitores)Juan LeónManuel Mayorga Gerardo Alvarado(+) personajes hechos y derechos allá por el año sesenta y muchos del siglo pasado.
   Hoy, con la cartilla de jubilado en el bolsillo, he dispuesto junto con otros cincuenta y pico extremeños (tras once horas de viajes en autobús, tren y otra vez autobús) de otras posibilidades de acercarme al Mediterráneo, ese mar mágico, y de pasar por lugares tan emblemáticos como Calella, Barcelona, Figueres, Tossa, Canet, Arenys (jartos de trenes cada veinte minutos) y de cruzar la frontera en escapada fantástica hasta Perpignan y Colliure, palpando de cerca la losa que da reposo a los restos mortales de don Antonio Machado. Casi sin solución de continuidad, con el parénteseis de ese medio siglo mal contado, he pasado de Chipiona a Colliure llevando en mi equipaje las ilusiones jóvenes del campamento y de las playas de Regla hasta mis canas y calvicie incipiente en el mágico cementerio que entierra al admirado poeta, bajo banderas hermosamente republicanas.

(Publicado en la edición impresa de HOY el miércoles 6 de mayo de 2015)

Pamplinas de manioso







Fran Fragoso se ayudó de la mano tonta para volver a ocupar el sillón de la alcaldía. ¿Nadie se percató de lo tonta que tenía el candidato la mano en esa foto del cartel electoral? Fotos M. L.)

No hay duda. Son pamplinas de un manioso como yo. Otros años por estas fechas ya había yo dado la tabarra con lo de  guardar los edredones en el altillo del pasillo, tras recomendar una preparación para forrar los libros que ahora ya no tiene mucho sentido, si acaso hoy debería ser con pedir de regalo de fin de curso de una buena funda para el Ipad. También por estas fechas hablaría yo de la necesidad de que pinten los pasos de peatones antes de la feria, porque en tiempos en que Luis Movilla era el alcalde eso se hacía para prevenir las carreras de nuestros visitantes portugueses que venían masivamente a ver los toros, toreros y rejoneadores y a comer calamares y langostinos “a la bella vista” en la cafetería Rioen los tiempos de Juan Polanco, q.e.p.d.. Claro que entonces no había rotondas ni pasos elevados, aunque sí estaban como ahora los muñequinos del concejal José Antonio Polo (salud, ex concejal, ánimo compañero) y circulaban los conductores que no los respetaban, como sigue pasando ahora. Pero para todas estas cosas yo había depositado mi fe en la mano tonta del candidato a alcaldeFran Fragoso (¿a quién se le ocurrió la idea de aprobar aquella foto para los carteles de campaña, con la mano caida de Fran?) esperando que me nombrara un concejal de tonterías y resulta que no ha sido así y sólo me queda confiar en las alforjas que en campaña electoral llevaba Antonio Ávila, con los mecheros y las piruletas de la gaviota. Más que nada por ver si de esas alforjas salen algunos de los remedios que debe este Ayuntamiento aplicar  en Badajoz cuando hayan pasado los cohetes de la feria y la pólvora se haya ido río abajo, aguas abajo, bordeando lo que queda del caño de la Cambota, hasta allá porAlqueva.

(¡Felicidades, Juan, Juanes y Juanas!)

(Publicado en la edición impresa de HOY el martes, 23 de junio de 2015)

lunes, 8 de junio de 2015

Muy señor concejal mio, dos puntos:











(Varias imágenes de Badajoz y carteles de publicidad electoral, algunos de ellos pegados donde no estaba permitido por las normas elementales y por la más mínima educación)

    Querido señor concejal: 
    En los próximos cuatro años voy a tener el honor de ser representado por usted ante el Ayuntamiento de este lugar en el que yo pago mis impuestos. Si es que antes no da usted la espantá buscando una mejor situación (me resisto a escribir prebenda) o huyendo de la quema, si no le imputan, si no le pillan haciendo lo que no debe, va a tener usted la oportunidad única en su vida de dedicar su tiempo a los demás, de vivir esa apasionante aventura de quienes dejan de lado la familia, quizá los negocios, el tiempo libre, de quienes se agarran a la bandera del esfuerzo colectivo por causas sencillas que le voy a contar. Trabajará usted para que las luces de mi calle estén encendidas todas las noches, no como ahora. 
    Que los empleados de la limpieza sean eficientes y cobren un sueldo digno, que las calles estén limpias, que los perros hagan la caca en los lugares indicados o, en su defecto, en las puertas de las casas de sus respetivos dueños, no los putativos, sino los dueños reales.
    Que los adoquines no se levanten porque sí, que los semáforos funcionen, que los imbornales estén limpios, que los grifos nos den agua limpia todos los días, que los pasos de cebra estén pintados claritamente todo el año, que los municipales sean simpáticos y amables pero inflexibles, que los necesitados de la renta básica la reciban, que los niños que lo precisen tengan comedores gratuitos todo el año, que los aparcacoches dejen tranquilos a los honrados automovilistas que buscan un sitio para dejar su vehículo, que sean regadas las palmeras de la plaza de Conquistadores con el mismo derecho que todos los árboles de todas las esquinas de la ciudad, y que se abra el parking de una maldita vez, que en todas las barriadas haya vigilancia y atención policial, que no haya desahucios porque no sean ya necesarios, que no haya pactos secretos para repartirse los pasteles y las reuniones de ustedes sean con luz y taquígrafos y no en los reservados de los restaurantes, que hagan ustedes unos presupuestos justos que repartan con equidad las cargas y los beneficios para los contribuyentes, que haya una revolución cultural a base de conciertos de la banda, teatro, libros rodando por las calles, que no se levanten los asfaltados, que no se cierren bibliotecas, que tengamos si puede ser un Mercado Central, que se tire el jodido Cubo, que se salven el parque Ascensión y todos los parques, que igual en Gurugú que en las Cuestas,  en Suerte de Saavedra o en Llera o en el Cerro los vecinos tengan limpieza viaria, tengan plazas escolares en todos los centros, tengan policía, tengan seguridad, tengan autobuses, …
      Señor concejal: no meta usted la mano donde no debe pero vigile porque a su lado también puede haber un chorizo por mucha acta de concejal que él también tenga. Y recuerde que dentro de cuatro años, si no me he muerto antes, yo voy a seguir aquí con derecho a voto y usted se va a ir a la calle si no cumple con aquello para lo que nosotros le hemos elegido.

(Publicado en la edición impresa de HOY el lunes 8 de Junio de 2015)