sábado, 6 de agosto de 2016

Gitanos en caravana


Creí que no volvería a ver más está estampa, que me ha herido otra vez. Una par de carros achacosos a los que seguro que no les engrasan los ejes hace años. Unas mulas, alguna burra vieja, un par de caballos o tal vez tres, unos potrillos. Sobre los carros tres o cuatro mujeres con cara cansada, unos niños de escasa edad, uno un poco mayor correteando tras la caravana. Dos hombres que rondarán la cuarentena y un mozalbete se turnan para conducir esta medio familia, que acaba de dejar el improvisado campamento que  les ha albergado por una noche junto al cementerio que està a las afueras del pueblo. Allí los cárabos y las chicharras han sido testigos de la velada junto a las tapias del camposanto, ante las cuales han encendido una lumbre, quizá para protegerse durante la noche, para ahuyentar a las ratas o algún perro salvaje que podría haber mordido a los churumbeles. Quizá llegando desde Barcarrota han hecho noche en Salvaleón y de ahí han seguido su camino en dirección a Salvatierra, que festeja estos días a Santo Domingo. O van a La Morera que se engalana para San Lorenzo. Con la pausada marcha a que obligan los burros viejos, a los que las moscas persiguen, inclementes. Soportando, como dice la Biblia, el peso del día y el calor de justicia de este mes de agosto. No saben què les esperará tras la próxima curva, ni si hallarán agua o sombra para el cobijo. O pan para los niños o paja para los potrillos. No sé si hay horizontes para su lento y eterno camino. Tal vez sólo el canto monótono y aterrador de la chicharra, las picaduras de las avispas y los tábanos, el calor. Y la vista cansada de hombres y mujeres, quizá portugueses, que esperan acabe pronto esta maldita y empinada cuesta y lleguen las primeras casas del siguiente pueblo, para acampar junto a otro cementerio.

(Publicado en la edición impresa de HOY el viernes 5 de agosto de 2016)