lunes, 22 de enero de 2018

Gansos ¿para tomar o para llevar?



Con estudiada parsimonia bajó del noble caballo, que relinchó molesto al sentir que era atado sin contemplaciones a las puertas mismas del vetusto establecimiento. Se sacudió, orgulloso, el polvo del camino. Vestía un terno comprado en las rebajas de Primark. El fulano apestaba a sudor, pese a los esfuerzos del desodorante de barra que se había aplicado, lo que multiplicaba el efecto pestífero o pesticida. Se ajustó el sombrero cordobés, ay mi sombrero, y empujó los postigos atravesando la entrada al cuchitril. Como suele suceder en estos casos, su sombra, alargada como la del ciprés, se proyectó sobre el entarimado en el que hizo sonar sus botas y rechinar las espuelas. Una pizarra, frente al cliente, pregonaba las exquisiteces culinarias de la casa. El enjuto mojamuto del camarero le esperaba silbando, haciendo como que sacaba brillo a unos vasos también comprados en las rebajas.
-¿Qué va a ser?, preguntó el sirviente.
-Un palacio quemao le escupió a la cara el forastero.
Cansado el sol de tanto y tanto caminar, el viajero miró a la pizarra dejando el colt aún humeante sobre la cochambrosa barra. La tablucha se rodeaba de otras advertencias, entre ellas un hermoso “Hay sebos vivos” remarcado con pintura de color rojo.
-¿Sin más?, preguntó el enjuto.
-Quiero también una tapa de vestigios y una ración de gansos.
-¿Para tomar o para llevar?
-Los vestigios caerán aquí, pero los gansos me los llevaré al puesto que tengo allí.
No hubo más. El forastero calló y fuese, cual flautista de Hamelin. El enjuto se quedó dormido y cuando despertó los gansos aún estaban allí.
(Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia).

(Publicado en la edición impresa de HOY el 19 de enero de 2018)