HE
dado por terminada una corta estancia hospitalaria de ocho días con
sus noches (¡qué insoportablemente largos son los días y las
noches en un hospital!). He sido huésped del centro sanitario del
consejero Vergeles en la carretera de Portugal, sin que él lo
haya sabido. Varias horas de quirófano con un equipo dirigido por el
cirujano Florencio Monje, que viene a ser ya algo así como mi
segundo padre. Varios días de Reanimación con sus noches. En
los ratos de lucidez y de búsqueda de respuestas (¿por qué yo?) he
recordado mis inicios laborales, frescos aún aquellos últimos
exámenes de carrera, por los años 80 y pico del siglo pasado. Mi
entonces jefe de Redacción, Ruiz de Gopegui, me enviaría a
curtirme en el oficio periodístico informando de un pleno de la
Diputación, con Chano Pérez de Acevedo de presidente, cuando
me di de bruces con la cruda realidad. Se iban a aprobar unas
partidas de bastantes miles de duros (años 80, recuerdo) destinados
a dotar de apósitos al Hospital Provincial San Sebastián y
al Psiquiátrico de Mérida y yo me dije: Pero esto, ¿qué es
lo que es? ¡Qué atrevida es la ignorancia!, admito ahora, cuando
he asistido al impagable trabajo en los quirófanos y he visto la
labor de enfermeras y enfermeros quitándome, limpiando y reponiendo
apósitos en mi maltrecho cuerpo (reuniéndolos en uno solo a todos
ellos y ellas, pongo en su nombre a mi enfermera Amelia Gragera),
he comprendido el significado de aquellos puntos en el Orden del Día
de las sesiones de la Diputación a los que los diputados
daban el visto bueno sin pestañear y a los que yo despachaba con par
de frías líneas de texto en las páginas de HOY. Gracias, hoy, a
quienes aún sin el suficiente reconocimiento social, desde pinches y
pinchas hasta responsables máximos de los quirófanos, hacen posible
esta sanidad que tenemos y que merece mi emocionado agradecimiento.
¡Más apósitos!