(La Barcelona de hoy, el 12 de octubre pasado. Contrastes de la vida. Fotos M.L.)
Corroborarán conmigo
en que Badajoz es un lugar en el que
pareciera que no pasa el tiempo, como en las novelas de García Márquez pero con más mala leche. Uno se va quince días a la
periferia (ingenua forma de hablar de Girona,
de Barcelona, de Torrelodones) y vuelve con los
colmillos aún más retorcidos porque ve que en los territorios de Monago (territory comanche Monago’s, que ellos gustan de anunciarse en
inglés en la prensa nacional) parece que no pasa el tiempo.
Los mismos parsimoniosos trenes de Chamizo, los carísimos aviones que le
pagamos a Air Europa que casualemnte
abre enlaces con Tel Aviv, como
quien dice ahí al lado con Caminorisco,
las carreteras medianamente arregladas… Pero el tren, el avión… En la periferia
esa que nombro he asistido estupefacto a las infraestructuras casi lujuriosas de
la Estación de Francia, de Sants, al milagro que hace decenas años
propiciamos con nuestros impuestos todos los españoles mientras aquí nos siguen
regateando un cacho de AVE, nos
cuesta un ojo de la cara montarnos en un avión en Talavera, arreglar una vía del túnel de Miravete se lleva tres días con un carril cortado...
Por aquí parece
que no ha pasado el tiempo de los años 50 aunque en algunas cosas andemos algo
mejor que esos vecinos tan adorables a los que he visitado. El Gobex, ese invento que al menos tiene
la ventaja de que no han saltado chispas de corrupción, sí se resiente de un protagonismo
de los que acuden a ver los buitres volar en Monfrague o la berrea con un casco puesto. Son tributos a la
galería. Mientras, desde Badajoz,
donde no pasa el tiempo y seguimos como hace 50 años, vemos que España continúa
progresando y aquí aún forramos los libros con papel de estraza. La culpa quizá
no sea de nuestros gobernantes, sino de todos nosotros, de los que no saltamos
la verja con decisión. Porque aquí siendo siendo todos los días la misma hora.
A vé si no…
(Publicado en la edición impresa de HOY el martes 21 de octubre de 2014)
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