He
aprendido que el cervatillo, a no sé qué día de su nacimiento,
se zampa diariamente hasta dos kilos de vegetación, que mezclada
con la leche materna le ayuda a crecer a un buen ritmo. O que a
veces el cervatillo se acerca más de lo que debiera a un cernícalo
con el que se ha tropezado en las verdes praderas, el cual le
acaricia con sus garras. Esto es, que no han respetado la distancia
esa que nos impone a los humanos el confinamiento en que seguimos.
Mira tu, a mi me ha gustado de siempre ver cómo se meriendan entre
sí los guepardos o los tigres, cómo el pez grande se come al
chico, porque es ley de la sabia naturaleza. Las sobremesas con los
bichos de La 2 hacen más llevadera esa franja horaria que media
hasta la hora de reanudar la lectura, los crucigramas, los paseos
pasillo palante, pasillo patrás y otro rato la radio, Sabina, el Circo del Sol y así hasta la hora de los aplausos, las llamadas
por Skype para ver a mis nietas Teresa
a la que se le ha caido un diente o a Jara
que se ha maquillado para una fiesta virtual a la que asiste con su
prima Nazarita.
Ventajas de los tiempos modernos, enredos de nietos, tablas de
salvación a las que se agarra quien, como yo (y como le deseo a
usted) tiene la enorme suerte de que el maldito bicho no haya
tocado a su familia y haya pasado de lejos. Pero queda el temor de
que ha seguido su carrera mortal, de que esa terrible procesión de
muertos puede habernos tocado de lado. ¿A quién no pudimos
despedir, qué besos se quedaron en nuestros labios, cuántos
abrazos se quedaron dentro de nosotros sin fundirse con nadie? Y
mientras siguen pasando los días con desesperante lentitud y no caen las hojas del calendario (las mañanas se
llevan mejor, ventilar la casa, leer el periódico, el desayuno,
pasar la aspiradora, la cocina, hacer las camas, preparar la
ensalada, la mesa, los cubiertos; pero las tardes, ¡ay las tardes!)
yo sigo aprendiendo como los cervatillos, que saben a poco de nacer
qué
sonidos del bosque deben ponerles en alerta. Y a mi por mi ventana
ya no me entran ni los sonidos del chiflo del afilaor ni los del arrastre de las maletas de los estudiantes que se van de fin de semana al pueblo. Sólo los aplausos, que a algunos ya les
están molestando porque dicen que quieren menos aplausos y más
medios materiales.
(Publicado en la edición impresa de HOY el martes 5 de mayo de 2020)