viernes, 16 de diciembre de 2022

El legío de la Biblioteca






Iba yo con mi bolsa y mis (sus) tres libros a la Biblioteca, seguro de que la funcionaria de turno no iba a soltarme esa frase tan manida ya de “¿bolsita, caballero?”, que la escucho en todas partes, que ya me cruzo con mi señora en el pasillo de casa y me dice ”¿bolsita?”… A lo que iba, que estaba llegando al noble edificio cuando me topé (topar, eso se dice mucho ahora) de frente con el lejío de la biblioteca lleno de cacharritos, los coches chocantes de Naranjo. Este año no han encontrado sitio en la plaza de El Corte Inglés, el antiguo lejío de los chinatos. Y en el entorno de la Biblioteca, que quedó perfectamente asfaltado, había aún un hueco junto a las pistas polideportivas y allí que ha caido este espacio para los cacharritos, rodeado de chinatos y de charcos de agua, menos mal, ¡agua virgen de Bótoa! Pues a lo que iba, que cambié los libros por otros y caí en la cuenta de que nadie me reclamó nada por la bolsa, y pensando, pensando, me vino a la mente la leyenda del contrabandista de bicicletas, que pasaba todos los días a Portugal y de allí vuelta a España sin que los civiles ni los guardiñas le dijeran nada hasta que cayeron en la cuenta de que el truco del almendruco estaba en la bicicleta. Y yo, mísero de mi, sin darme cuenta del negocio al que me estaba prestando con las compras en el supermercado Día, donde no contentos con poner las bolsas a 17 a los pocos días las han subido a 19 céntimos de euro, casi 120 reales de los de los tiempos de la oprobiosa. De modo que cada vez que voy a salir a la calle, aunque solo vaya a darle los buenos días a Emilio el frutero, me palpo las faltriqueras y me aseguro de llevar una bolsa que esté de buen ver, por si cae alguna compra. Que a mi no me soplan más por las bolsas y si puedo lo evito. Señor, que a fuerza de evitar los chinatos y los charcos, no sabe uno ni qué bolsa coger al salir de casa (de segunda mano, las tengo verdes, blancas, horteras como la furgoneta de los mejillones Jarry, azul claro, azul oscuro, del Día, de El Inglés (¡) y hasta guardada como oro en paño una de La Alianza) a enfrentarse a los precios, uf, los precios. Y eso no hay Gobierno que lo pare. ¡Qué cruz!


(Publicado en la edición impresa de HOY el viernes 16 de diciembre de 2022, página 11)

                                                                                

jueves, 1 de diciembre de 2022

Papá, ven en barco por el Guadiana


La del alba sería (Cervantes, lo admito) cuando entré, armado de valor, hasta el supermercado. La cajera me miró desde la honda lontananza y no me dijo “buenos días” sino algo más prosaico: “¿Ponemos bolsita, caballero?” (Sí, pensé yo, a 17 céntimos en el Día y a 15 en El Corte Inglés, qué te parece). Pasé el arco voltaico (cómo me acuerdo de mis colegas columnistas ilustrados que a todo le sacan punta,  Plácido Ramírez Carrillo, el galeno Agapito Gómez Villa, el funcionario proactivo Diego Algaba, el ex jefe de bomberos Fernando Bermejo) y aquello -el arco, digo- empezó a pitar como el tren de Chamizo (el tren, esa es otra, queridos canallas) y yo sin poder ponerle remedio al pitido constante pensé de inmediato en el nenúfar del Guadiana y supuse que si algún día perforan y encajonan el maltrecho rio y lo hacen navegable hasta Sanlúcar de Barrameda, ya desde el primer momento saldrá con retraso. O no arrancará, que no sabemos si los maquinistas de los barcos serán tan “eficaces” como los de la Renfe (no es “Renfe” sino “ten fe”, debería decir su publicidad). Y en ello estaba cuando se me fueron las ideas hasta la aventura de ese padre que se gana la vida fuera de nuestras fronteras y quiere volver a casa en tren, como el turrón, a celebrar el natalicio y esas cosas. La cajera, a todo esto, pensaría al mirarme que a dónde irá el viejo este, sin jeíto, arrastrando los pies con esas zapatillas  y esa gorra portuguesa, vaya  pinta el hombre. Y yo, que intuí su pensamiento, me miré y me acomplejé y hasta (para, por, según, etc) me compadecí de mi mismo porque miré los muros de la patria mia y, zas, se me vinieron cuerpo a tierra los palos del sombrajo, que es eso que se cae siempre cuando para el dolor propio (menuda piltrafa de redacción me está brotando) no hay alternativa humana y menos de la otra. Y en la alternativa humana inexistente sigo preguntándome hasta qué altura habrá subido hoy el precio de la leche, la semidesnatada, que es la mia. Porque espero que un día baje, menudo optimista estoy hecho. Menos mal que la leche me la venden en su propia caja, que va incluida en el precio y no me cobran los 17 céntimos de la bolsa… Anda, agila palante y sube al barco, que nos vamos al Guadiana y no hay más turrón (aunque siempre nos quedará Castuera).

Publicado en la edición impresa de HOY el 26 de noviembre de 2022)