miércoles, 2 de marzo de 2022

La plaza interminable



Cuando el chasis ya no responde como esperábamos, cuando el paseante se da cuenta de que los remos se muestran remisos al desplazamiento, cuando hay que pararse de vez en cuando distraídamente a mirar un escaparate que no nos interesa ni lo más mínimo o a ver al heroico albañil que logra colocar otra baldosa en la Plaza Interminable de El Corte Inglés (¿por qué si no Celdrán desde su estatua iba a darle la espalda?), cuando el cuerpo propio nos da un aviso de que debemos arrellanarnos un rato, cuando las rodillas empiezan a aflojar y, ainda mais, cuando uno echa mano a la cartera y descubre que se le ha olvidado el dinero en casa es cuando uno busca ansiosamente un banco, por dos razones. La primera, la más urgente, para sentarse. Y la segunda, no menos importante, para que algún cajero automático o humano nos resuelva de inmediato el problema de la liquidez, el cash, el money necesario para poder salir adelante airoso en la compra de la leche semidesnatada  o el calendario zaragozano o bien el pago de las mojastras. Y lo de buscar un banco para sentarse se está convirtiendo en Badajoz cada día en una cuestión más difícil. Porque sí, hay bancos, pero no tantos como se necesitan para la cantidad de parados, desoficiados o jubilados que zascandileamos por la calle. Y lo que ha venido a agravar la relativa escasez de asientos es que pedimos que estén vacíos y limpios (¡ay, las cagaditas aéreas!) y no tengan encima ramas de árboles que cobijan inocentes pajarillos, cuyos ellos (¡) evacuan sus cacas sobre los incautos que se sientan debajo.

Lo de las oficinas bancarias, los otros bancos, ya es más grave. Si uno comete la fechoría de tener una cierta edad y no disponer para la supervivencia más que de una sencilla pensión, lo más probable en que en muchas entidades bancarias le esperen tras la ventanilla recubiertos de cartelillos que advierten graciosamente de que la Caja está cerrada, usted es un gusano, váyase a intentar sacar dinero del Cajero automático y si no sabe hacerlo o es un cegato perdido, lárguese a las tinieblas y no venga con llanto y crujir de dientes, desgraciado. (Y casi sin llover a cántaros, que es lo malo).Señor, ¡qué cruz!


(Publicado en la edición impresa de HOY el 25 de febrero de 2022)