martes, 19 de abril de 2022

La Coca Cola, Ángel de España y el Duo Dinámico


Era yo un tierno infante cuando oía historias de contrabandistas del café en Badajoz, mochileros que divulgó el escritor Antonio Ballesteros Doncel. Se daban cita en las traseras de la Coca Cola luego de haber pasado de Portugal a España con su cargamento a las espaldas, atravesando el Rio Caya o Caia. También en ese lugar, traseras de Coca Cola, se citaban a lomos de sus “ducatti”, los buscadores de los pichones que caían muertos tras los disparos de los tiradores que competían por las apuestas y por deporte (¿). La fábrica de Coca Cola que está siendo demolida era un símbolo. En sus pistas, que nos cedía Pepe Gómez Capilla, hice mis pinitos en el tenis jugado con Teresiano Rodríguez Núñez, mi director, y mis colegas Julián Leal y el fotógrafo Alfonso Rodríguez, que tenía fuerza para mandar las pelotas a la frontera de Caya. Al lado se alzaba el frontón del Tiro y después apareció ‘Dard’ys, que gestionaba Eduardo Polanco y donde escuché por primera vez cantar a Ángel de España, quien arrebataba a los comensales cuando cantaba “me quemaste, me quemaste”. Allí, junto a Dardy’s, cuando yo era aún un joven prometedor, trajo la Asociación de la Prensa de Badajoz a su Caseta de la Prensa en las ferias de San Juan, a Los Mustang, los Lone Star y el Duo Dinámico con Manolo y Ramón cuando aún no sonaba su “Resistiré”, sino “Esos ojitos negros” y otras por el estilo. Hasta hace cuatro días, como quien dice, he tenido en mi casa las toallas de la Fanta naranja que me regaló Pepe Capilla y me acompañaron algunos veranos a La Antilla y otros lugares de evasión. Ahora se va la fábrica de Coca Cola, como se fue el Tiro, Dardy’s y los salones Murano. Menos mal que aún, confiamos, nos queda el mes de abril. Ese no nos lo robarán, espero.

(Publicado en la edición impresa de HOY el viernes 25 de marzo de 2022)

El fontanero timador

Me fijé como meta llegar desde Santa Marina a la Plaza Alta sin saltarme ni un semáforo ni atravesar la calle por lugares no señalizados y con expresa autorización. Tengo dos vecinos jubilados vigilantes, el bancario y el municipal. Este segundo parece que sigue con el uniforme puesto y la libreta de multas al cinto. Ambos son aficionados a reconvenir. En mi paseo cavilaba yo sobre la fugacidad de la vida y sobre la plataforma logística, sin olvidarme de la plataforma única del centro de Badajoz. Veía caer derribados por la piqueta los bordillos, alisarse los imbornales, repararse los alcorques, los sumideros sin hojarascas… cuando de repente un andoba (¡el andoba!) me vio cara de estimable (“este es timable”, se dijo) y me largó: “¿No te acuerdas de mi? Soy el hijo de Paco, el fontanero, que estuvimos en tu casa por la avería”. (¡Já, la avería!) En mi casa hace mucho que no pisa un fontanero. Este tio me confunde. “Ni mijita”, le dije mientras enfilaba la calle del Obispo para atravesar por el semáforo del muñequino bailongo y dirigirme todo lo gallardo que puede ir un jubilado  emérito. Iba yo a El Hospital de Gallardo. El individuo seguía a mi lado, sonriente. Con cara de muchos amigos. (Así escriben los columnistas ahora, a base de punto, frasecita, punto). “Mira, estamos arreglando los pasos para las procesiones (si llega a decirme “procesionar” lo estampo allí mismo. Punto.) “Que digo yo  (me dijo él) que podías colaborar con la hermandad”. Y me plantó muy cerca, como para que no lo pudiera ver, un taco de papeletas. “Mira, la Lotería, te aparto un décimo”. Y yo me dije que hasta aquí llegó la riada… Escudriñé (esto queda más fino y culto que “miré”, me dije) para todos los lados a ver si veía a alguno de los cientos de policías que (dicen que) hay en Badajoz, pero el gachó ya había enfilado no para El Hospìtal de Gallardo, sino para Martin Cansado. Y fuese y fuime. Sin haber metido la mano en la faltriquera. Ni en ningún otro sitio.

 

(Publicado en la edición impresa de HOY el miércoles 13 de abril de 2022)