martes, 20 de abril de 2010

Adiós, dios: Una cuestión de pelos











¡Anda! Menudo planchazo. Me devanaba yo los sesos viendo el letrero del “Adiós” (colocado en la entrada al Puente Real, frente al rascacielos mastodóntico de la Caja de Ahorros de Badajoz) reconvertido en sólo “dios” por culpa del tormentón y de las violencias de los fenómenos adversos y del cabreo del dios de los vientos, Eolo, cuando ahora resulta que la cosa es más prosaica y sencilla de lo que parecía. El cartelón con el Adiós primero y el dios después ha llegado a lo que se proponía. A convencer al personal de que es bueno decir adiós a … los pelos. Y hete aquí que han hecho acto de presencia en Badajoz las afamadas clínicas Dr. Pelo (no creo que sea doctor, me parecería una exageración, cuanto tanto médico hay por ahí con poco pelo, más que los de mucho pelo). En resumen, que el DrPelo.com se propone que el personal diga adiós al vello no deseado y ofrece consulta médica gratuita, una superoferta de apertura y advierte de que combina un sistema de enfriamiento para proteger la piel y destruir los folículos pigmentados de todos los tipos de piel, incluso las bronceadas (¡incluso!, jolines) en un reducido número de sesiones. Esta peliaguda cuestión (nunca mejor traido al pelo) me ha llevado a husmear en mis archivos y a encontrarme con la sabrosa actuación de un grupo musical llamado Manos de Topo que acaba de lanzar un divertido tema musical con letras furiosas, en el que el autor de la letra advierte a su amada de que “me gusta oirte roncar y que haya pelo en el aseo”. Así que si ahora mismo estás aburrido o al rascarte el pelo te pica la curiosidad, échale una visual a este enlace y te entrará la risa, porque como bien dice el cantante (?) de Manos de Topo, es muy feo. Vaya, lo mismo que los pelos no deseados.
http://letrasfuriosas.blogspot.com/2008/10/canciones-es-feo-manos-de-topo_06.html

martes, 13 de abril de 2010

Jerte: Borrachera de flores












He tenido la suerte de poder estar una vez más en el Valle del Jerte, en un año en el que me ha sonreído la fortuna al darme la oportunidad de patear el Valle en dos días de esplendorosa primavera. Con viento, sí, pero con un sol que bañaba cada rincón de este paraíso, absolutamente borracho de las flores de millones de cerezos. Hemos sido miles los visitantes que en estos días nos hemos cruzado en el objetivo común de apresar toda la belleza, de meterla en nuestro cerebro a través de los asombrados ojos, demasiado acostumbrados a no poder ver con más frecuencia tanta hermosura arracimada.
El Jerte baja aún bravo, inundando hermosamente el Valle del canto del agua que visita todos los recovecos, haciendo cantar a las piedras con las que se roza compañera, a las que lava amorosamente dejando relucientes, hasta en las más recónditas umbrías. El sol, generoso, se prodiga proyectándose por entre los cerezos, acariciando a las flores. Suenan esquilas y cientos de vacas pacen en las abundantes hierbas, extrañadas ante tanto turista armado de cámara, tanto niño correteando tras las flores, esquivando la riña de los mayores que a toda costa quieren proteger a las flores, de tacto suavísimo, a las que toco con respeto, casi con temor... Luego, dejo flores deslizarse por entre mis dedos y me siento unido a los cerezos, muchos viejos, bastantes jóvenes, luchando todos para poder traernos cuando pasen estos días su fruto insultantemente rojo, de un regusto que traslada al paladar los sabores de este Valle bendito, completamente borracho de flores.

lunes, 5 de abril de 2010

La Jara, la belleza explosiva











Basta con pasear la mirada por entre los millones de margaritas que estos gozosos otoño e invierno nos han derramado. Es suficiente con dejar que el campo hable solo. Se ha apropiado del silencio de la dehesa una paz infinita llena del reventón de las flores, plagada de las miles de flores, de las hierbas hermosas que resisten todo el día enhiestas, sin importarles aún el tenue sol que no es capaz de doblegarlas. La Jara se ha revestido de una belleza explosiva, insultante, demoledora. Hasta a los mismos pájaros les da un cierto respeto dejar caer su canto en estos parajes bellísimos, por temor a quebrar tanta belleza, penetrada por rayos de sol que atraviesan las silenciosas encinas, que avanzan desde el alba hurgando en los regatos, buceando en las charcas repletas de agua cristalina aún.
Muy cerca de La Jara, dejando atrás el Arroyo de Los Linos, la llamada Aguerida, la mole impresionante de la Sierra de Monsalud, refugio de las pantarujas, mucho más abajo del Arroyo de la Pata la Mora, vigilada por el altivo castillo de Nogales, rodeando las miles de jaras que aún crecen tras el Regío, bordeando la huerta de El Aguacil, al lado de El Novillero, junto a la Ribera de Nogales, pasando la cuesta de la Zarcita, jugando con las orillas del pantano, allí se expanden orgullosas La Jara y la Jara Baja, testigos del increíble sonido de las esquilas, de los campanillos de las vacas, del berrear de algún becerro perdido de su madre, del relincho de caballos que trotan alegres tras las potras (por las flores, por la primavera que les ha calentado la sangre). Cientos de golondrinas revolotean felices de no ver a seres humanos; decenas de pardales pían y repían, alguna avutarda anuncia la próxima llegada del verano, milanos otean desde el cielo por si cae algún conejo muerto, cigueñas buscando gusanos en las orillas del pantano, todo un complot contra el silencio y por la belleza que todo lo envuelve en esta dehesa que alguien con acierto llamó el bosque sagrado.
Tras todo un día de miles de sonidos alentados por la Naturaleza, un sobrecogedor silencio se dejará caer en la noche, traspasada ya la hora dudosa que se inventó mi hija Paz. Y aquí, en La Jara, ahora todo es paz hasta que reviente mañana otro día de belleza explosiva.