miércoles, 17 de junio de 2020

El regreso de los sonidos



Aquí mi conviviente y yo solemos ponernos de  acuerdo rápidamente en aquello en lo que tenemos una misma opinión. Normal. Y aceptamos como un hecho consumado que le he cogido el punto al gazpacho y ello me permite felicitarme a mi mismo a menudo, cada vez que me sale uno que propiamente viene a ser una pequeña obra maestra de la literatura universal. Lo malo es (algo tenía que fallar) que esta afirmación de las bondades de mi gazpacho no puede ser corroborada por los foráneos, porque como todo el mundo sabe los foráneos no están en mi casa, al lado de mi gazpacho fresco hecho en el día previsto de consumo, con unas horas de por medio para que baje a la temperatura apropiada. Y digo que no tiene parangón en la literatura universal porque, como sabemos bien las escribanas y los escribanos propiamente dichos, para que una obra alcance la categoría de maestra se precisa un espacio de maceración que sólo se logra con el paso del tiempo, porque de escribientes de majaderías están llenos los arcones de los textos no publicados, los que jamás verán la luz, por ejemplo como le podría pasar a este mismo sin ir más lejos. 

Dicho lo anterior, me queda añadir mi gozo por el regreso de los sonidos en mi habitat diario. Han vuelto a mi calle en Santa Marina los ruidos diarios del camión de la basura, los bocinazos del butanero, el chiflo que me anuncia al afilaor, el soniquete del "se tapizan sillones, descalzadoras..." Esto es, pese a todo, que aunque muchos ya no estarán, para otros está volviendo la vida. Nada menos.

Publicado en la edición impresa de HOY el viernes 12 de junio de 2020

domingo, 10 de mayo de 2020

Para bichos, los de La 2 en sobremesa




He aprendido que el cervatillo, a no sé qué día de su nacimiento, se zampa diariamente hasta dos kilos de vegetación, que mezclada con la leche materna le ayuda a crecer a un buen ritmo. O que a veces el cervatillo se acerca más de lo que debiera a un cernícalo con el que se ha tropezado en las verdes praderas, el cual le acaricia con sus garras. Esto es, que no han respetado la distancia esa que nos impone a los humanos el confinamiento en que seguimos. Mira tu, a mi me ha gustado de siempre ver cómo se meriendan entre sí los guepardos o los tigres, cómo el pez grande se come al chico, porque es ley de la sabia naturaleza. Las sobremesas con los bichos de La 2 hacen más llevadera esa franja horaria que media hasta la hora de reanudar la lectura, los crucigramas, los paseos pasillo palante, pasillo patrás y otro rato la radio, Sabina, el Circo del Sol y así hasta la hora de los aplausos, las llamadas por Skype para ver a mis nietas Teresa a la que se le ha caido un diente o a Jara que se ha maquillado para una fiesta virtual a la que asiste con su prima Nazarita. Ventajas de los tiempos modernos, enredos de nietos, tablas de salvación a las que se agarra quien, como yo (y como le deseo a usted) tiene la enorme suerte de que el maldito bicho no haya tocado a su familia y haya pasado de lejos. Pero queda el temor de que ha seguido su carrera mortal, de que esa terrible procesión de muertos puede habernos tocado de lado. ¿A quién no pudimos despedir, qué besos se quedaron en nuestros labios, cuántos abrazos se quedaron dentro de nosotros sin fundirse con nadie? Y mientras siguen pasando los días con desesperante lentitud y no caen las hojas del calendario (las mañanas se llevan mejor, ventilar la casa, leer el periódico, el desayuno, pasar la aspiradora, la cocina, hacer las camas, preparar la ensalada, la mesa, los cubiertos; pero las tardes, ¡ay las tardes!) yo sigo aprendiendo como los cervatillos, que saben a poco de nacer qué sonidos del bosque deben ponerles en alerta. Y a mi por mi ventana ya no me entran ni los sonidos del chiflo del afilaor ni los del arrastre de las maletas de los estudiantes que se van de fin de semana al pueblo. Sólo los aplausos, que a algunos ya les están molestando porque dicen que quieren menos aplausos y más medios materiales. 

(Publicado en la edición impresa de HOY el martes 5 de mayo de 2020)

jueves, 9 de abril de 2020

La Orquesta de Extremadura, el lujo de todos


Quizá por ser un músico frustrado, he valorado siempre como se merece a los profesionales de la música. Hace años ya que en mi casa somos socios de la Orquesta de Extremadura y no nos perdemos ni un concierto de abono, así como las amenas  charlas previas de Santiago Pavón. La Orquesta de todos, en cuya gestación tanto peso tuvo Paco Muñoz en su época de consejero de Cultura, es hoy ese lujo de todos que en estos días nos trae su arte a casa, mientras dure penduleando sobre nuestras cabezas el maldito bicho. No hay día en que no podamos desde casa saborear ese chute de cultura, que nos traen con gracia y arte. Tengo dos huenos amigos en el plantel que me visitan con su música y me honran con su presencia. Javier Borreguero, violin y Gustavo Castro, trompa, pasean ya con soltura por el salón de mi casa y van dejando caer notas y sonidos que me hacen más llevadero el confinamiento. Si alguna tarde se retrasan, salgo al balcón de mi casa de Santa Marina y con la compañía de las palmas de mis vecinos de Agustina de Aragón, les recuerdo que les estoy esperando, hasta que volvamos al día de poder ocupar nuestros asientos en el Palacio de Congresos de Badajoz, ese templo musical que va a formar ya para siempre parte de mi memorial de jubilado, ese escenario cultural de que gozamos en Badajoz gracias a la gestión de personas como Paco Muñoz. Hay, en esos días que estamos padeciendo, algunas tardes en que nos puede la melancolía, que nos echa para atrás el deseo de seguir en casa leyendo, pero las palmas y los saludos de vecinas y vecinos, de balcón a balcón, obran el milagro de espolearnos, para agradecer su labor a tantos profesionales (de la sanidad, de Cuerpos de Seguridad, repartidores de prensa, quiosqueros, distribuidores de alimentación, servicios de Limpieza, funcionarios municipales anónimos,) que están dado su alma por nosotros, por todos, Como, sin ir más lejos, a gentes como Javier y Gustavo que desde sus casas nos alegran la tarde con sus músicas y sólo con una trompa o un violin y unas generosas sonrisas nos hacen superar esto del bicho con la magia de la música.

(Publicado en la edición impresa de HOY el 8 de abril de 2020, después de muchos días de confinamiento)


martes, 11 de febrero de 2020

Muñequinos espías


(Hoy, abriendo agujeros en la calle Agustina de Aragón para reparar averías del colector general. Varios días han tardado los de la excavadora y han tenido copadas varias plazas de aparcamiento. A ver hasta dónde llega el agujero que están haciendo ahora, con la calle cortada al tráfico. En la segunda foto, las obras que dejaron el pirulo en pie. Ya se han llevado las vallas protectoras y han cubierto con herrajes  el acceso al estanque, para que no se caiga nadie hasta el fondo. A ver si llueve y se desborda  el estanque, en el que nadarán las botellas vacías que han dejado bajo los herrajes).




Rebuscando como Karina en mi baul de los recuerdos no encuentro un caso semejante al del concejal ese que se va con una limpiadora a registrar y hurgar en las bolsas de la basura a ver si halla allí las cartas que recibe el guarrete que saca las bolsas a media tarde. A mi me escriben cada dos días para que me compre otro sonotone y no les hago caso, ya me compré uno y no me convence, así que echo las cartas a la bolsa de los papeles y allí va mi nombre, claro, pero ¿qué le voy a hacer, escupirme las manos y arrancar mi dirección del sobre? Pues si quieren que me espíen y pillen cuando tiro los papeles y cartonajes. Bastantes veces he dicho en voz alta que en los contenedores de basura de Badajoz debían colocar una pegatina que diga clarito a qué horas se puede depositar la basura, pero no me hacen ni caso. ¿De 21 a 23 horas? Parece una hora razonable, pero que lo digan. En Portugal, sin tener que ir más lejos, escribían antes algo así como “ao sol, posto, lixo posto”. O sea, depositar la basura cuando se ponga (o se vaya) el sol. Aquí, como no hay carteles, habrá que acudir a una estratagema. Sugiero que faculten a los muñequinos de los semáforos, los que el entonces concejal del PSOE José Antonio Polo popularizó entre los años 1983/1987, para que se salgan del cacharro en el que están subidos y echen a correr tras los vecinos incívicos, les apunten la matrícula o se hagan un selfie con ellos...En la calle del Obispo hay sembrados muñequinos que corren y andan, hale, que los manden a controlar a los incívicos y así se ahorra el concejal ese ir tras ellos y filiarlos. Vaya tela...

(Publicado en la edición impresa de HOY el miércoles 5 de febrero de 2020)