miércoles, 17 de junio de 2020

El regreso de los sonidos



Aquí mi conviviente y yo solemos ponernos de  acuerdo rápidamente en aquello en lo que tenemos una misma opinión. Normal. Y aceptamos como un hecho consumado que le he cogido el punto al gazpacho y ello me permite felicitarme a mi mismo a menudo, cada vez que me sale uno que propiamente viene a ser una pequeña obra maestra de la literatura universal. Lo malo es (algo tenía que fallar) que esta afirmación de las bondades de mi gazpacho no puede ser corroborada por los foráneos, porque como todo el mundo sabe los foráneos no están en mi casa, al lado de mi gazpacho fresco hecho en el día previsto de consumo, con unas horas de por medio para que baje a la temperatura apropiada. Y digo que no tiene parangón en la literatura universal porque, como sabemos bien las escribanas y los escribanos propiamente dichos, para que una obra alcance la categoría de maestra se precisa un espacio de maceración que sólo se logra con el paso del tiempo, porque de escribientes de majaderías están llenos los arcones de los textos no publicados, los que jamás verán la luz, por ejemplo como le podría pasar a este mismo sin ir más lejos. 

Dicho lo anterior, me queda añadir mi gozo por el regreso de los sonidos en mi habitat diario. Han vuelto a mi calle en Santa Marina los ruidos diarios del camión de la basura, los bocinazos del butanero, el chiflo que me anuncia al afilaor, el soniquete del "se tapizan sillones, descalzadoras..." Esto es, pese a todo, que aunque muchos ya no estarán, para otros está volviendo la vida. Nada menos.

Publicado en la edición impresa de HOY el viernes 12 de junio de 2020

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