lunes, 29 de abril de 2019


(Ahí sigue el pirulo, enorme, inmenso, extraordinariamente guarro. ¿Para qué sirve, si además ni funciona la fuente que vertía agua a la base del invento maléfico este?).

A quienes me preguntan si he estado activo en la semana pasada (ya saben, procesiones, cofradías, etc), yo contesto que no encontré quien me prestara una escalera, no para lo que cantaba Serrat eso de quitar los clavos, sino para ver si encuentro a quien endiñarle la tarea de escamondar y fregar a fondo el pirulí de la plaza de Santa Marta, que tiene mierda acumulada desde antes de las pasadas elecciones. Y mucho me temo, ya que parece que están trabajando con ciertas ganas en esa plaza, que llegue la hora de la inauguración y se limiten a abrir paso a las tropas infantiles y hordas juveniles y dar por inaugurada la nueva plaza sin limpiar y adecentar el pirulo, cuyo aspecto es deprimente hoy. Como deprimente es el aspecto de otra plaza, la de Santa María de la Cabeza, en otro tiempo lugar agradable, con su manantial de los escalones, con sus fuentes para beber o refrescarse los morros, con su pista reluciente y apetecible. Aquello se ha convertido en un lejío impresentable y mucho me temo que se ha echado en el olvido su arreglo. Los industriales asentados en el lugar, como Paco, del bar Avecilla, o Fernando el camarero, casi ni recuerdan cuánto tiempo hace que allí no corre el agua. Parece que la maquinaria del manantial se averió y alguien tachó con lápiz rojo la reparación y puesta a punto. Matojos, jardincillos sin cuidar, suelo de la pista levantado,... ¿Por qué, quién le ha puesto la cruz a esta plaza? Lo que está desarreglado no se rehabilita ni con la escalera que nadie me presta.

(Publicado en la edición impresa de HOY el viernes 26 de abril de 2019)

miércoles, 17 de abril de 2019

Ajetreo en la Comisaría de Badajoz







Algunos de los maestros y maestras de la Promoción 1969, que nos reunimos el 5 de abril en Badajoz.



La mañana prometía ser tranquila en la Comisaría, en los bajos del Gobierno civil de Badajoz. Hasta allí llegaban los ecos del mayo francés de aquella primavera del 68. Nadie podía suponer que los alumnos de la última promoción del Plan Antiguo habíamos programado irnos en fila desde la Escuela Normal por la avenida Colón y la calle Santo Domingo hasta los Almacenes David, en la calle La Sal (vale, Arias Montano), para comprarnos una gorra (!) e iniciar así el Paso del Ecuador. Un gigantón llamado Sebastián Preciados, bedel de la Normal, se maliciaba con su compañero Chaparro (bajito, regordete, con la lista de la compra a mano, inocente bigotito hitleriano, restos de un balazo en la cara): “Estos están tramando algo”. La directora de la Normal, doña Carmen Álvarez-Arenas (la bondad y la prudencia en persona) no sospechaba que tendría que mediar ante la Comisaría con el profesor don Benito Mahedero, ante la chiquillada de unos muchachos que pusieron de los nervios a los “secretas” de la Brigada de Seguridad Ciudadana, con “Pepe el espía” a la cabeza (así me lo definió años después Martínez Mediero). Era 1968 y El Pardo era lo que todos sabíamos que era. “¿A dónde vais? ¡Pegados a la pared, no se junten más de cuatro! ¡Venga, el carnet!” Tras aquella peripecia, cuatro fueron a Comisaría pero todos volvimos a la Normal con las gorras puestas. No fue una rebelión, fue un canto a la amistad y camaradería que luego hemos enseñado en las aulas de escuelas desperdigadas por toda España. Si nos ven hoy por los aledaños de la Normal sepan que los que sobrevivimos volveremos hoy día 5 a aquellas mismas aulas tras dejar sembradas en nuestras escuelas sonrisas en los ojos emocionados y abiertos de nuestros alumnos, a los que enseñamos a leer y a ver la vida. Eso es, la vida. Nada menos.

(Publicado en la edición impresa de HOY el 5 de abril de 2019)