La
mañana prometía ser tranquila en la Comisaría, en los bajos
del Gobierno civil de Badajoz. Hasta allí llegaban los ecos
del mayo francés de aquella primavera del 68. Nadie podía suponer
que los alumnos de la última promoción del Plan Antiguo habíamos
programado irnos en fila desde la Escuela Normal por la avenida Colón
y la calle Santo Domingo hasta los Almacenes
David, en la calle La Sal (vale, Arias Montano),
para comprarnos una gorra (!) e iniciar así el Paso del Ecuador. Un
gigantón llamado Sebastián Preciados, bedel de la
Normal, se maliciaba con su compañero Chaparro (bajito,
regordete, con la lista de la compra a mano, inocente bigotito
hitleriano, restos de un balazo en la cara): “Estos están tramando
algo”. La directora de la Normal, doña Carmen
Álvarez-Arenas (la bondad y la prudencia en persona)
no sospechaba que tendría que mediar ante la Comisaría con el
profesor don Benito Mahedero, ante la chiquillada de
unos muchachos que pusieron de los nervios a los “secretas” de la
Brigada de Seguridad Ciudadana, con “Pepe el espía” a la
cabeza (así me lo definió años después Martínez Mediero).
Era 1968 y El Pardo era lo que todos sabíamos que era.
“¿A dónde vais? ¡Pegados a la pared, no se junten más de
cuatro! ¡Venga, el carnet!” Tras aquella peripecia, cuatro fueron
a Comisaría pero todos volvimos a la Normal con las
gorras puestas. No fue una rebelión, fue un canto a la amistad y
camaradería que luego hemos enseñado en las aulas de escuelas
desperdigadas por toda España. Si nos ven hoy por los aledaños de
la Normal sepan que los que sobrevivimos volveremos hoy día 5
a aquellas mismas aulas tras dejar sembradas en nuestras escuelas
sonrisas en los ojos emocionados y abiertos de nuestros alumnos, a
los que enseñamos a leer y a ver la vida. Eso es, la vida. Nada
menos.
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