jueves, 18 de febrero de 2010

Jaime Álvarez Buiza: por si acaso





Es fino este Jaime Álvarez Buiza. No se deja amilanar, impresiona pese y por su estatura normal, taladra con la mirada que sin embargo es mansa. Sus espaldas andan ya curtidas cercanas a la sesentena de la que él se cachondea. Que me quiten lo bailao dice. Enamorado como sigue de Trini y de Jesús Delgado Valhondo, a Jaime lo arropamos un montón de amigos en la noche de su intervención en el Aula Díez Canedo en Badajoz, en la que diseccionaron su figura y obra Enrique García Fuentes y Manolo Pecellín Lancharro (este con su sombrero de ala estrecha).
Pecellín aludió en su intervención a gentes a las que no quiso aludir ni nombrar (sí que es difícil tarea esa) e hizo un paseo por la obra del poeta, del que dijo que su voz se hizo en el tiempo más íntima y recatada, para acabar proclamando que Jaime es un poeta que aún no ha dicho su última palabra. Echó mano de Cervantes para recordar que la poesía es amiga de la soledad y el silencio, lo que se encarna en Jaime.
El poeta por su parte dio las gracias a quienes habíamos querido estar allí en una noche que no invitaba precisamente a salir de casa. (En una noche lluviosa de este febrero loco unas sesenta personas nos dimos cita en un salón del MEIAC. El auditorio escuchó de la trayectoria de Jaime, de sus amores y desamores, de Esquina Viva, de Universitas Editorial, de la Universidad, del taller de joyería, de las añoranzas juveniles de Enrique García Fuentes, de Trini, de los tres hijos del poeta, del plazo que ha pedido de un año para editar los Palíndromos, de sus confesables vicios de las esquinas de las tabernas... Allí Jaime desgranó varios de sus poemas más queridos y a mi me llegó especialmente el que dedicó a Manolo Pecellín, en el que afirma saludarse a sí mismo todas las mañanas ante el espejo y mirarse de soslayo al anochecer, por si acaso).
Recordó la nacencia de algunos de los poemas que después leería, la escritura en su tiempo de la mili o en los soportales del ayuntamiento de Badajoz y rememoró que ha estado y sigue estando marginado por la cultura oficial desde el momento en que se negó a aceptar los dictados de lo que calificó como pensamiento único en los albores de 1982 y años sucesivos. Que me quiten lo bailao, afirmó ufano cuando dijo que para él dormir es un tormento porque teme a lo desconocido de la noche. “Despertar cada mañana -dijo- es una aventura”, reconociendo que madruga mucho porque para él lo importante es levantarse. A mi me puso el alma en vilo cuando recitó un poema dedicado a su madre. Porque tras reconocer que convive bien con su sordera, lamentó que “cuando me despierto no recuerdo en el oído la risa de mi madre”. ¡Dios, Jaime, Dios, tampoco yo!

martes, 16 de febrero de 2010

Del cubo a la pala






Se asomaría a la ventana y comprobaría satisfecho que su fiel Poncio Pilato andaba trajinando conforme a lo que él había dispuesto. Ahí era nada tener a un sirviente tan diligente, tan dispuesto tanto a labrega como a la holganza,  esforzado, valeroso y prudente a la vez, escudero fiel de mil batallas y al que iba a pedir ahora un supremo esfuerzo en una encomienda de la que no sabrían cómo salir, si lograrían concluir victoriosos o con el rabo entre las patas, como afirmaba y deseaba el vulgo que los miraba entre divertido y socarrón, malévolo, esperanzado con el escarmiento que a buen seguro alguien había de llevarse.
(Por lo demás, la carnavalera y desconfiada ciudad andaba a lo suyo preparando los festejos pluricarnales pero participando entre cierto refocile general en la diatriba: que si cubo sí, que si cubo no, que si cubo arriba, que si abajo. Como la Parrala, a vé).
Pero el fundador de la ciudad tenía sus agallas, como había demostrado en mil lances y nada frenaba su arrojo. Él había empeñado su palabra de que aquello saldría adelante y lo lograría, a fe que sí.
Ibn Marwam no se había parado en barras. Había reunido a lo más selecto de la arquitectura civil de la época y les había dado la
tajante orden: Junto a mi bienamada Torre de Espantaperros, para que se note, levantad un cubo que sea el asombro del mundo conocido, que desborde pasiones, que cree polémica, que genere un sinfín de comentarios y que haga que del Oriente al Occidente no haya Ángel Cristo que no lo mire, que no se haga cruces con él, por su porte y majestuosidad, por su esbeltez, incluso por su desafío a las leyes de la gravedad conocidas y por conocer. Vamos, que acojone a todo el mundo.
(La concejala de Cultura, la Chelo, que estaba cerca, aprovechó un momento en que Antonio Manzano estaba distraído mirándose en un espejo y los Amigos de Badajoz andaban buscando los canapés y se arrojó sobre los arquitectos:
-Yo quiero un cubo para la concejalía, un cubo que no desmerezca del de la Universidad, quiero llevar allí a mi gente, quiero salvar la Plaza Alta, quiero.... un cubo  de cristal.
Dicho y hecho. Y aunque el maestro Bonilla ya no está por allí, unos operarios se pusieron a cavar zanjas con el catecismo del Plan E bajo el brazo. De momento, a la entrada del futuro cubo de cristal le pusieron dos puertas y en una remarcaron claramente: “Prohibido abrir esta puerta”, que es la de la derecha, sin que se sepa por qué está prohibido).
A la orden dada por Marwam no iban a  ser ajenos Poncio Pilatos ni Antonio Manzano. El Poncio le acercó la jofaina en la que el fundador de la ciudad se lavaría las manos a la postre (incluso antes de los postres, que todavía era temprano y no habían comido). El segundo, para no perder comba, convocó de inmediato una rueda de prensa para dentro de varios lustros venideros, o sea.
La vida había dejado de discurrir (si es que la vida discurre) entre plácida (la hija de Plácido) y placentera. Iban Marwan le había dicho a grandes voces a Poncio:
-Date prisa, que tengo un plan.
-¿No será el Plan E ?-, le replicó el servil cagarruto.
-No, ese es el de ZP y Celdrán, que entre los dos se lo guisan y se lo comen. Mi plan es el B de Badajoz al cuadrado, es seguir adelante con el cubo pese a todo y aunque sea sin Mesas del Rio y aunque no cuente con Celestino y ni siquiera con Manolo Sosa. He decidido montarme en globo y darme una vuelta por las tierras cercanas, por donde han hecho ellos (si es que han hecho), torres, cubos y castillos. Y les copiaré las ideas.
Y así fue como el fundador de la ciudad dio en otear el horizonte
desde el globo para tratar de encontrar eventos que le ilustrasen y le diesen ideas acerca de los elementos de que podría estar acompañado el susodicho cubil o cubillo. Y en primer lugar el viento le llevó hasta unos  terrenitos que tenía un tal Saavedra cerca de Los Montitos y el Marwan se fijó en ellos y vio que había miles de siervos de la gleba comerciando en una soleada mañana de domingo, intercambiándose objetos por monedas que ellos llamaban leuros:
-”¡Todo a tres leuros, todo a tres leuros!” gritaba desaforado uno de los comerciantes que pululaba entre los puestos, con su chupa de cuero, su bigote, sus pulseras y cadenas latosas (de lata) al cuello, sus anillos, su pelo engominado, una estampa del señor Jesús nuestro Salvador en el pecho, vamos, un pincelito el tío.
A este lugar, pensó Marwan, le llamaremos Suerte de Saavedra pero me temo que no me aporta nada para llevarme ideas con destino al cubo que espero levantar. Dicho lo cual arreó al globo como si fuese una mula y el artefacto, acercándose al río, le mostró el barrio de los machas, donde uno de sus ayudante le sugirió bajar a tomarse una migas en casa de Amancio, en el llamado Bar La Esquina (ahí me paré yo a pensar si no habría tomado de aquí las ideas el Robe Iniesta para el colocón de
su afamado y casposo libro). Pero un municipal que les vigilaba les advirtió de que Amancio había puesto pies en polvorosa y por ello Marwan dirigió el globo hacia su torre, sobrevolando el lugar que años después sería la calle del Obispo, donde desde las alturas atisbó unobjeto reluciente y brillante, abandonado junto a una carretilla.
Sus ojos no daban crédito, como los Bancos, eso. Allí, en mitad de la calle, muy cerca de donde iba a estar la joyería de Castellanos, se hallaba nada menos que el objeto que traía sin tino (no Florentino el del ICE, sino sin tino) a toda su corte alentada por un plumilla cortesano que les hacía salir los colores cada dos por tres (lo de tres por dos es en Carrefour).
Allí estaba la pala de sus sueños, la que él quisiera meter si posible fuera en una urna en lo alto de su adorada Alcazaba. (Detrás iba yo y por fin me di cuenta de que allí estaba lo que tanto tiempo habíamos estado buscando, un servidor y el contratista Luis Trinidad. Para mi sorpresa y de mucha gente que conozco y otra que no conozco, allí yacía junto a una carretilla la tantos años buscada pala de oro, un poco herrumbrosa de tanto entrarla y sacarla (la pala) bajo tierra. Ha aparecido al fin, vigilada por Godoy desde la estatua de la Plaza de Minayo. La miro y la veo abandonada en un tramo de la calle, cual el arpa que citaba el poeta, no haciendo ni sombra de lo que fue. La pala de oro, la tan ansiada pala de oro, más deseada que el toisón, más buscada que El Dorado, más citada que el burro de la lejía, apareció ante mis ojos y los de Marwan . Como está en la calle del Obispo pido
permiso a Marwan y voy a llevarla a casa de Castellanos a que le den un baño de plata y luego al Obispado a que me la bendigan antes de subirme con ella al cubo y ofrendarla a Marwan, para que le esconda en sus aposentos).
Y es que la obra del fundador de nuestra ciudad estaba ahí, para la posteridad, para quien quiera juzgarla. Bien o mal, cuadrado o sin cuadrar, ahí esta el cubo con su pala y el que venga detrás que arree, después de varias ruedas de prensa, a vé...





(Publicado en la Revista de Carnaval de 2010 del Ayuntamiento de Badajoz)

lunes, 8 de febrero de 2010

La pala de oro, por fin





Ha sido como una revelación. La pala, he encontrado la pala, tantos años buscándola y hete aquí que cuando iba en pos de elementos relacionados con el cubo de Biblioteconomía me he encontrado primero a don Apolonio y luego a la pala. Varios empleados de alguna empresa que se ha dejado media vida en arreglar la calle del Obispo (más que nada, por el tiempo que han tardado) tenían a mi querida pala abandonada sobre una carretilla en la calle del Obispo, allí, a los pies mismos de donde estuvo el Obispado, pegadita a donde otrora funcionaba la cafetería Saymu, muy cerquita igual de la joyería Castellanos a la que quienes entran no van precisamente a comprar el calendario zaragozano... La pala, mi pala de toda la vida, qué de desvelos me procuró, cuántas horas le echamos el contratista Luis Trinidad, mi fotógrafo Alfonso y yo tratando de encontrarla. Creíamos que estaría en la avenida de Santa Marina donde de repente veíamos abierta una zanja monstruosa que luego sería el embrión de la primera estación de Metro en Badajoz. Ese mismo día, una par de horas después, un vecino afirmaba que en el Hoyo de Calamón estaba la pala y allá que nos íbamos. !Cá, leche! La tal pala no aparecía de momento pero instantes después mostraba su cara más cantarina. 'La pala, la pala!, gritaban los mozos y las mozas por las canteras, por el Gurugú, qué digo sólo por el Gurugú, que el alborozo llegaba otra vez a San Roque, a la muy docta Universidad, al santo Seminario y de nuevo aquí nos tienes, a Santa Marina (las dos, la alta y la baja, mire usted) y la pala se escapa bajo tierra para llegar a la Plaza de la Soledad, a los bajos del Marqués de Porrina, a la calle La Sal, al López de Ayala, a los agujeros de la calle Menacho, incluso últimamente a la calzada frente al Casino de Iniesta, en fin, ¡qué les voy a decir!
Ahora, la pala se nos ha aparecido. Ponerle a la calle del Obispo calle de la Pala de Oro sería poco para el mérito que ha tenido el albañil que la ha encontrado y se la ha dejado allí, como el arpa que yacía olvidada del salón en el ángulo oscuro, como escribió el poeta romántico. Eso sí, durante las horas en que estuvo allí sola en la calle, justo en el momento en que servidor pasaba con la cámara de fotos en la mano, la susodicha pala estuvo vigilada por el príncipe de la paz, mi tocayo Manolo Godoy, que desde la Plaza de Minayo miraba de reojo por si algún concejal quería cargar de ella atribuyéndose el mérito de haberla encontrado. Por fin, dichosa pala, a vé...

lunes, 1 de febrero de 2010

El canónigo en su laberinto




Ahí va nuestro ilustre canónigo. Él acaba de vivir el colmo del misacanto: que en mitad de la rememoración del santo sacrificio le suene la musiquina del móvil a un feligrés. Pues le pasó, aunque él ni enterarse. En una de sus misas exprés hace unas semanas a don Apolonio le salió un devoto que no tuvo en cuenta la norma de apagar el móvil antes de entrar a rememorar el santo sacrificio. Y así fue como en un momento dado en un rincón de la humilde iglesia se escuchó, intrépido, el sonido no sé si politono o no: “Soy el novio de la muerte...”, rechinaba el maldito móvil. El canónigo iba a la suyo, de un mea culpa a un confiteor al ite misa est (o sea, que la misa se ha terminado). Sin apenas darse cuenta don Apolonio echó unas bendiciones y un podéis ir en paz, cuando a él lo que le gusta de verdad es decir ite-misa-est, a lo latino. Pero antes, la fila de devotos que se acercaba a comulgar recibió el jarro de agua fría, el que lanzaba el novio de la muerte. Y es que esto de los móviles tiene su guasa y menos mal que en las misas de don Apolonio la cosa es aligerada (precipitada, podía decirse) y así sabiendo que por término medio a un español usuario tipo le suena el móvil una vez cada media hora, pues puede deducirse que en las misas del ilustre e ilustrado canónigo sólo suena una vez el teléfono en el cuarto de hora escasa que duran.
Tras de ello, nuestro preciado canónigo se marcha a su San Juan a contemplar los restos del tronco de Navidad que el concejal navideño (que lo hay) le ha dejado de recuerdo hasta estos carnavales, aunque al final ha decidido, se supone que acertadamente aconsejado, retirar el tubo de la risa que estaba puesto en San Juan y dejar la explanada de la catedral expedita para que el personal se explaye en los festejos carnavaleros. ¡Ah!, si pudiera venir por aquí el novio de la muerte...