martes, 16 de febrero de 2010

Del cubo a la pala






Se asomaría a la ventana y comprobaría satisfecho que su fiel Poncio Pilato andaba trajinando conforme a lo que él había dispuesto. Ahí era nada tener a un sirviente tan diligente, tan dispuesto tanto a labrega como a la holganza,  esforzado, valeroso y prudente a la vez, escudero fiel de mil batallas y al que iba a pedir ahora un supremo esfuerzo en una encomienda de la que no sabrían cómo salir, si lograrían concluir victoriosos o con el rabo entre las patas, como afirmaba y deseaba el vulgo que los miraba entre divertido y socarrón, malévolo, esperanzado con el escarmiento que a buen seguro alguien había de llevarse.
(Por lo demás, la carnavalera y desconfiada ciudad andaba a lo suyo preparando los festejos pluricarnales pero participando entre cierto refocile general en la diatriba: que si cubo sí, que si cubo no, que si cubo arriba, que si abajo. Como la Parrala, a vé).
Pero el fundador de la ciudad tenía sus agallas, como había demostrado en mil lances y nada frenaba su arrojo. Él había empeñado su palabra de que aquello saldría adelante y lo lograría, a fe que sí.
Ibn Marwam no se había parado en barras. Había reunido a lo más selecto de la arquitectura civil de la época y les había dado la
tajante orden: Junto a mi bienamada Torre de Espantaperros, para que se note, levantad un cubo que sea el asombro del mundo conocido, que desborde pasiones, que cree polémica, que genere un sinfín de comentarios y que haga que del Oriente al Occidente no haya Ángel Cristo que no lo mire, que no se haga cruces con él, por su porte y majestuosidad, por su esbeltez, incluso por su desafío a las leyes de la gravedad conocidas y por conocer. Vamos, que acojone a todo el mundo.
(La concejala de Cultura, la Chelo, que estaba cerca, aprovechó un momento en que Antonio Manzano estaba distraído mirándose en un espejo y los Amigos de Badajoz andaban buscando los canapés y se arrojó sobre los arquitectos:
-Yo quiero un cubo para la concejalía, un cubo que no desmerezca del de la Universidad, quiero llevar allí a mi gente, quiero salvar la Plaza Alta, quiero.... un cubo  de cristal.
Dicho y hecho. Y aunque el maestro Bonilla ya no está por allí, unos operarios se pusieron a cavar zanjas con el catecismo del Plan E bajo el brazo. De momento, a la entrada del futuro cubo de cristal le pusieron dos puertas y en una remarcaron claramente: “Prohibido abrir esta puerta”, que es la de la derecha, sin que se sepa por qué está prohibido).
A la orden dada por Marwam no iban a  ser ajenos Poncio Pilatos ni Antonio Manzano. El Poncio le acercó la jofaina en la que el fundador de la ciudad se lavaría las manos a la postre (incluso antes de los postres, que todavía era temprano y no habían comido). El segundo, para no perder comba, convocó de inmediato una rueda de prensa para dentro de varios lustros venideros, o sea.
La vida había dejado de discurrir (si es que la vida discurre) entre plácida (la hija de Plácido) y placentera. Iban Marwan le había dicho a grandes voces a Poncio:
-Date prisa, que tengo un plan.
-¿No será el Plan E ?-, le replicó el servil cagarruto.
-No, ese es el de ZP y Celdrán, que entre los dos se lo guisan y se lo comen. Mi plan es el B de Badajoz al cuadrado, es seguir adelante con el cubo pese a todo y aunque sea sin Mesas del Rio y aunque no cuente con Celestino y ni siquiera con Manolo Sosa. He decidido montarme en globo y darme una vuelta por las tierras cercanas, por donde han hecho ellos (si es que han hecho), torres, cubos y castillos. Y les copiaré las ideas.
Y así fue como el fundador de la ciudad dio en otear el horizonte
desde el globo para tratar de encontrar eventos que le ilustrasen y le diesen ideas acerca de los elementos de que podría estar acompañado el susodicho cubil o cubillo. Y en primer lugar el viento le llevó hasta unos  terrenitos que tenía un tal Saavedra cerca de Los Montitos y el Marwan se fijó en ellos y vio que había miles de siervos de la gleba comerciando en una soleada mañana de domingo, intercambiándose objetos por monedas que ellos llamaban leuros:
-”¡Todo a tres leuros, todo a tres leuros!” gritaba desaforado uno de los comerciantes que pululaba entre los puestos, con su chupa de cuero, su bigote, sus pulseras y cadenas latosas (de lata) al cuello, sus anillos, su pelo engominado, una estampa del señor Jesús nuestro Salvador en el pecho, vamos, un pincelito el tío.
A este lugar, pensó Marwan, le llamaremos Suerte de Saavedra pero me temo que no me aporta nada para llevarme ideas con destino al cubo que espero levantar. Dicho lo cual arreó al globo como si fuese una mula y el artefacto, acercándose al río, le mostró el barrio de los machas, donde uno de sus ayudante le sugirió bajar a tomarse una migas en casa de Amancio, en el llamado Bar La Esquina (ahí me paré yo a pensar si no habría tomado de aquí las ideas el Robe Iniesta para el colocón de
su afamado y casposo libro). Pero un municipal que les vigilaba les advirtió de que Amancio había puesto pies en polvorosa y por ello Marwan dirigió el globo hacia su torre, sobrevolando el lugar que años después sería la calle del Obispo, donde desde las alturas atisbó unobjeto reluciente y brillante, abandonado junto a una carretilla.
Sus ojos no daban crédito, como los Bancos, eso. Allí, en mitad de la calle, muy cerca de donde iba a estar la joyería de Castellanos, se hallaba nada menos que el objeto que traía sin tino (no Florentino el del ICE, sino sin tino) a toda su corte alentada por un plumilla cortesano que les hacía salir los colores cada dos por tres (lo de tres por dos es en Carrefour).
Allí estaba la pala de sus sueños, la que él quisiera meter si posible fuera en una urna en lo alto de su adorada Alcazaba. (Detrás iba yo y por fin me di cuenta de que allí estaba lo que tanto tiempo habíamos estado buscando, un servidor y el contratista Luis Trinidad. Para mi sorpresa y de mucha gente que conozco y otra que no conozco, allí yacía junto a una carretilla la tantos años buscada pala de oro, un poco herrumbrosa de tanto entrarla y sacarla (la pala) bajo tierra. Ha aparecido al fin, vigilada por Godoy desde la estatua de la Plaza de Minayo. La miro y la veo abandonada en un tramo de la calle, cual el arpa que citaba el poeta, no haciendo ni sombra de lo que fue. La pala de oro, la tan ansiada pala de oro, más deseada que el toisón, más buscada que El Dorado, más citada que el burro de la lejía, apareció ante mis ojos y los de Marwan . Como está en la calle del Obispo pido
permiso a Marwan y voy a llevarla a casa de Castellanos a que le den un baño de plata y luego al Obispado a que me la bendigan antes de subirme con ella al cubo y ofrendarla a Marwan, para que le esconda en sus aposentos).
Y es que la obra del fundador de nuestra ciudad estaba ahí, para la posteridad, para quien quiera juzgarla. Bien o mal, cuadrado o sin cuadrar, ahí esta el cubo con su pala y el que venga detrás que arree, después de varias ruedas de prensa, a vé...





(Publicado en la Revista de Carnaval de 2010 del Ayuntamiento de Badajoz)

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