lunes, 1 de febrero de 2010

El canónigo en su laberinto




Ahí va nuestro ilustre canónigo. Él acaba de vivir el colmo del misacanto: que en mitad de la rememoración del santo sacrificio le suene la musiquina del móvil a un feligrés. Pues le pasó, aunque él ni enterarse. En una de sus misas exprés hace unas semanas a don Apolonio le salió un devoto que no tuvo en cuenta la norma de apagar el móvil antes de entrar a rememorar el santo sacrificio. Y así fue como en un momento dado en un rincón de la humilde iglesia se escuchó, intrépido, el sonido no sé si politono o no: “Soy el novio de la muerte...”, rechinaba el maldito móvil. El canónigo iba a la suyo, de un mea culpa a un confiteor al ite misa est (o sea, que la misa se ha terminado). Sin apenas darse cuenta don Apolonio echó unas bendiciones y un podéis ir en paz, cuando a él lo que le gusta de verdad es decir ite-misa-est, a lo latino. Pero antes, la fila de devotos que se acercaba a comulgar recibió el jarro de agua fría, el que lanzaba el novio de la muerte. Y es que esto de los móviles tiene su guasa y menos mal que en las misas de don Apolonio la cosa es aligerada (precipitada, podía decirse) y así sabiendo que por término medio a un español usuario tipo le suena el móvil una vez cada media hora, pues puede deducirse que en las misas del ilustre e ilustrado canónigo sólo suena una vez el teléfono en el cuarto de hora escasa que duran.
Tras de ello, nuestro preciado canónigo se marcha a su San Juan a contemplar los restos del tronco de Navidad que el concejal navideño (que lo hay) le ha dejado de recuerdo hasta estos carnavales, aunque al final ha decidido, se supone que acertadamente aconsejado, retirar el tubo de la risa que estaba puesto en San Juan y dejar la explanada de la catedral expedita para que el personal se explaye en los festejos carnavaleros. ¡Ah!, si pudiera venir por aquí el novio de la muerte...

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