viernes, 9 de diciembre de 2011

Línea aérea, empleo de altura








(Imágenes en Barcelona. Comiendo calçots, en el Parque Guell, redescubriendo a Colón y con Miró a los pies)



Compré un billete de avión para Barcelona hace varios meses y eso me ha permitido viajar creo que barato-barato en estos días en que se ha debatido sobre la posible supresión de la mejor y única línea aérea de que disponemos en Extremadura. Contacto único con el mundo más lejano, exclusiva posibilidad de atravesar España en un rato o de plantarse en el quinto pino con los adecuados enlaces, la línea aérea es una conexión que Extremadura no puede perder y me creo que no va a perder aunque ahora acabe el contrato de publicidad que financia la Junta. Usábamos el avión de ida y el de vuelta más de 30 pasajeros en cada vuelo y me ha sorprendido ver que un lunes de fin de noviembre el avión venía casi lleno desde Barcelona hasta Badajoz. Unos ejecutivos, un conocido arquitecto de Badajoz que asistió a una boda en la catedral de la Merced (eso oí, indiscreto de mi, periodista a fin de cuentas), jubilatas variados, un conglomerado variopinto que pudo escuchar en el aeropuerto catalán la llamada de embarque a Badajoz y llegar a un aeropuerto dignísimo que no se parece en nada a una gasolinera como hace días he leído en una carta por ahí de alguien que dice que eso lo decía (¿ascolti?) una empleada de una compañía aérea.
Son momentos de crisis (y lo que te rondaré, morena) y Monago tendrá que atarse los machos y ver de dónde recorta. Ya lo ha hecho en las agujas que se usan en algunos centros de salud para las analíticas, o por lo menos en la que me clavaron a mi. Pero en lo tocante al avión no debe haber recortes. Ya Iberia que nos ha puesto un avión tan chiquinino que si el baloncestista Calderón quiere usarlo tendrá que comprarse dos o tres billetes para él solo y dejar las botas en Villafranco. Una línea aérea mueve mucho dinero y, sobre todo, genera empleo. Y empleo de altura.

(Publicado en la sección 'Plaza Alta', en la edición impresa del diario HOY, alguno de los últimos días de noviembre de 2011)

lunes, 7 de noviembre de 2011

Salvad las aceras de Badajoz











(Algunos ejemplos de la 'ocupación' primordial de nuestras aceras. Y la foto de los operarios llevándose uno de los bancos de hierro situado en la Avenida de Santa Marina, junto al olivar que hay al lado del 'Punto Caliente'. Fotos M. LÓPEZ)

Me siento cada día más atracado en las aceras de Badajoz. Los insensatos que circulan en bici a toda pastilla; el achicamiento al que están siendo sometidas para reubicar los contenedores quitándonos nuestro espacio vital; las motos de reparto que se dejan aparcadas contra la pared; las farolas y más farolas plantadas; los carteles de las ifebas; los anuncios de los pollos asados y los restaurantes chinos; los bancos escasos para sentarse a esperar el autobús; las cajas de algunas fruterías que sacan su mercancía a la calle, en contra de lo permitido; las motos aparcadas un momento que ahora vengo; los sacos de los ripios de las obras que al final de la jornada el de la paleta tirará indebidamente a un contenedor...
En Badajoz hay abuelos que envían cartas a los periódicos pidiendo aseos públicos y bancos para sentarse (¡ah!, la próstata y las artrosis y los juanetes y los espolones...) lo que debería hacer pensar seriamente a nuestras dignas autoridades, que precisamente hace sólo unos días han ordenado o permitido arramplar con varios bancos (no de los otros, ojalá hubiera sido así, sino de los de sentarse) que estaban en la avenida Santa Marina, al lado del 'Punto Caliente' (no piensen mal, es una pastelería), bancos situados sobre una superficie de tierra que ahora ha sido hormigonada, a ver para qué, para ahogar a los pobres olivos... Pero en Badajoz, y eso es gordo, a las aceras están llegando espacios cedidos a bares y cafeterías, que colocan -con licencia, eso sí- cierres a base de toldos, con lo que el Ayuntamiento está comerciando indebidamente con un espacio que es nuestro, de los paseantes. Son terrazas (que yo utilizo, y por cuyo uso pago, que conste) que el Ayuntamiento hurta a la ciudadanía. Porque la calle no es del Ayuntamiento; es de todos. Así, como suena. Pero... esto es lo que hay.

(Algunos ejemplos de la 'ocupación' primordial de nuestras aceras. Y la foto de los operarios llevándose uno de los bancos de hierro situado en la Avenida de Santa Marina, junto al olivar que hay al lado del 'Punto Caliente'. Fotos M. LÓPEZ)

(Publicado en la edición impresa de HOY el lunes 7 de noviembre de 2011)

Primer comentario en la Web de HOY:



in-dubio-pro-reo

Lo de algunos bares es ignominioso. Que se pase policia local por la calle Garcia de Paredes, barriada de la estación. Cuando sacan los veladores a la calle dos bares que hay en ella (uno en cada acera), saltándose la nueva ordenanza a la torera incumplen todo esto: Sacan veladores a ambos lados de la acera, colocan artilugios, mesas altas, máquinas de bolitas, banquetas pegadas a la pared, sirven bebidas por una ventana y un largo etc. Todo esto que digo y denuncio incumple la normativa de veladores. ¿Actuará la policía local? Ya les digo que no, porque ya he denunciado esto otras veces por aquí y todo sigue igual. ¿Nadie de la Policiía Local lee estos foros? ¿El Jefe de la Policía local Sr. Venero, no da valor a estas quejas de los ciudadanos? ¿Tampoco lo lee o no le afecta a nadie del Consistorio estos incumplimientos de una normativa que acaban de aprobar? Bueno... yo seguiré insistiendo cada vez que pueda.

martes, 1 de noviembre de 2011

Salvaleón, todo jamón









Salvaleón ha sido escenario entre los días 28 al 30 del concurso de cortadores de jamón y de la Feria de Muestras Transfronteriza, que ha llegado a su XXV edición. Allí se ha dado cita medio pueblo y gran cantidad de forasteros, a los que hay que agradecer su presencia y el brillo que le han dado al festejo, que ha supuesto una importante aportación económica para industriales y empresarios de la población. El concurso de cortadores de jamón, en reñida competencia, fue ganado por Cándido Morillo Muñoz, de la población sevillana de San Martin de la Jara. Él era uno de los seis concursantes (cuatro andaluce y dos extremeños, estos de Puebla de la Calzada y Fuente de Cantos) que se emplearon a fondo durante hora y media para limpiar, despiezar y cortar seis hermosos jamones procedentes de las industrias de nuestro pueblo.
Como en ocasiones anteriores, hay que felicitar al Ayuntamiento y a los industriales por mantener esta feria y esperar que se repita un año más.

(Imágenes: Con el cartel de logotipo a cuestas, el ganador y platos con este manjar tan nuestro. Fotos M. LÓPEZ).

miércoles, 19 de octubre de 2011

Ofrécese negro (en buen estado)









(Varias farolas ilustradas en Badajoz, con ofertas de todo tipo. Falta la del 'negro', porque nadie se atreve a reconocerse esa condición. Fotos M.LÓPEZ)


A lo de “pintor limpio” (juro que he visto un cartel encabezado por esas dos palabras) sigue en estos nuevos tiempos una oferta más variada: “Pintor, decorador, coloca papeles (?), arregla todo tipo de averías en el hogar”. O sea, que la oferta en las farolas no decae. Las pasadas han sido fechas de “Busco compañera de piso”. Y entre las ofertas para captar a la compañera destacan las de orden comercial (cerca de supermercado), otras de índole más doméstico (dos baños, todos los electrodomésticos, etc) y unas más rudimentarias (con ascensor) o ambientales (ventilado, luminoso). Las farolas, que yo llamo ilustradas por la abundancia de literarura que las acompaña, deberían huir como del diablo si pudieran cuando vieran acercarse al jubilado con su perro (o perra) o al mostrenco provisto de pasquines y papel de pegar para sujetar el anuncio. En los últimos tiempos también puede verse a otra especie, la de los mendas que acuden a hacer ese oficio armados de puntas y martillo. Son los que van por la tremenda y cometen el atentado contra los árboles: clavetean sus anuncios. La mayoría aún pega con cello o fixo sus proclamas: desde viajes milagrosos a Lourdes hasta casas rurales, cursos de baile, locales para despedidas de solteros, vendo gatitos siameses, chucho perdido, se forran botones, se gratificará,etc..
Lo que no he visto aún, en estos tiempos preelectorales, es la oferta de talentos dispuestos a rellenar el curriculum o engordar los méritos de candidatos, que esos sí que se ofrecen en estas fechas por lo bajini y a domicilio, reclamando al jefe una y otra vez (¿qué hay de lo mio?) en espera de ser designados. No hay aún expertos que, cual el ‘negro’ de Ana Rosa Quintana y de otros ‘escritores’, se ofrezcan para hacer ese papel: de negros. (Por cierto, hablando de otra cosa, es hora de sacar ya los edredones, a vé...)

(Publicado en la edición impresa de HOY el 18 de octubre de 2011)

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Échenme (a) los perros



Confieso sin avergonzarme que soy de esas personas (o personos, visca la paridad) a las que no amilana admitir que no le gustan muchos de los animales de los que nos hemos rodeado en la vida cotidiana. Gatos, hamster, boas, pulpos (!) y perros serían animales preciosos si los dejásemos en su habitat natural: el campo, el aire, el mar, en libertad no vigilada. Especialmente ‘amigo’ soy de los perros y en particular de los que me han hecho pasar espantosos ridículos después de haber pisado algunas de las cacas que tan acostumbrados están a dejar desperdigadas por las calles de Badajoz. Sé que cada día hay más cívicos dueños de perros que se ocupan de recoger la mercancía que los perros dejan, pero hay otros a los que importa ni mucho ni poco si detrás viene un niño que pueda pisar esos restos, que deje caer sobre ellos su balón, pelotita que luego cogerá con sus manos, manos que se llevan a la boca el donuts y la piruleta a peseta, piruleta a real. En fin, que muy amigo no soy yo de la cosa esta del bicherío en mi calle, en la acera... Por eso, me tiro de los pocos pelos cuando me entero de lo que ha decidido el concejal de los perros (que lo habrá, aunque no haya un concejal de las tonterías): ha sacado la libretina del banco y se ha hecho de perras de todos los contribuyentes (euros, vaya) para hormigonar las base de las farolas de algunos parques de Badajoz, que se están pudriendo porque en ellas se mean los perros. Y eso se va a remediar con nuestro dinero. Así que ya saben lo que deseo: pulpos a la mar, boas al desierto, gatos a los tejados, palomas al viento y perros al campo. Sé que no agradará esto a muchos, así que a vé, si su gusto es ese, échenme los perros. ¡Este Badajoz...!

Publicado en la edición impresa de HOY en septiembre de 2011

viernes, 2 de septiembre de 2011

Perrunillas por la Virgen de Aguasantas






(Fotos:
Desde la casa en la calle El Medio se esparcían por todos los contornos los aromas de las perrunillas, llegando si cabe hasta la ermita. Y la gozosa salida del sol, al que se ve nacer desde el majestuoso Risco de Barbellío antes de las 8 de mañana, en los días en que ya se celebraban al anochecer las novenas a la Virgen
.
Fotos M. López. Prohibida la reproducción sin permiso expreso del autor).



El día que madre lo anunciaba con voz firme y ojos de complicidad (“voy a hacer perrunillas para la Virgen de Aguasantas. Vamos a encender el horno”) toda la casa se llenaba de saltos y alegrías y hasta la gata recién parida se asustaba y escapaba por los tejados llevándose los gatos (miau, miau) en la boca, dando jadeantes viajes y más viajes desde la cuadra hasta ponerlos a buen recaudo en el pajar, no fuese que con aquella algarabía que se había desatado (ahí es nada, perrunillas por la Virgen de Aguasantas. Y magdalenas, y cajonitos de almendra, y bizcocho). Empezábamos a correr la voz. Yo me iba con el aro hasta casa de mi primo Manolo el de tía Carmela a contarle que íbamos a hacer perrunillas por la Virgen de Aguasantas. Sí, aquel verano (del año 57 o 58, no lo sé) estaba haciendo calor. Se quemaron los rastrojos tarde y había habido algún fuego que a buen seguro habría investigado la Guardia civil (¿ya no estaba el cabo don Tomás Carrascal?). Por aquello del calor, seguramente padre habría advertido que habría que tener mucho cuidado con el horno, el humo, que una chispa descuidada podría llegar hasta el pajar, donde ya estaba recogida la paja para las bestias en el invierno. Y el grano en los atrojes del doblao, sobre el que empezaban a reposar los melones, vigilados desde el techo por los tomates de cuelga.

Sabíamos que llegando ocasiones como esta, tocaban unas cuantas de cenas sin comer huevos, para dar tiempo a que las gallinas abastecieran del avituallamiento necesario para las perrunillas (protestamos la niña y yo. “Si queréis patatas fritas tenéis que pelarlas vosotros”, nos dice madre, ¿te acuerdas?). Eran sólo cinco o seis gallinas que se comían ávidas todas las cáscaras de melón y sandía habidas y por haber. Había sido un año de sandías y melones y pepinos. Otros habían sido los años de las berenjenas o de los pimientos, asados en el mismo horno, pero aquel año seguramente habría que cambiarle a alguien leche por pimientos, para aprovechar que íbamos a encender el horno y así asar los pimientos, dijo madre. Y es que, decía padre, tenemos que aprovechar lo que tenemos y cambiarlo por lo que no tenemos. Menos mal que la Lucera y la Naranjita no faltan a su compromiso diario con la leche. A ver, íbamos a hacer perrunillas y todo giraba en torno a ellas, a los huevos, al harina, el azúcar. ¡El harina! Había que plantarse enseguida en el garaje o en casa del Conde (“ligerito, echa una carrera a ver cuándo viene harina buena para las perrunillas, para las magdalenas, pero dile que no sea harina tan aterronada como la de la otra vez”).

Buen susto se dio la gata, que había terminado el trasiego con los gatinos que se le habían enchufado a mamar, cuando nos sintió entrar en desbandada al pajar, buscando los cartones viejos, palos, taramas, algunos ejemplares de El Buen Amigo, un serón viejo dado para la hoguera, hasta latas de conserva de sardinas, el embalaje de cartón del Cine NIC, restos de maderas que se habían ido almacenando por allí desde la última vez que encendimos el horno. Ahora el objetivo a cumplir era ir llenando el horno de todo lo quemable. Y salir a la calle, a ver si en el Corral Concejo o por la era de los riscos Candilitos encontrábamos cosas que se pudieran quemar.

Padre puso orden en aquel batiburrillo y nos conminó a no pasarnos. Que aquellas tablas de cajas de sardinas que nos habíamos traído de la cuesta del cine, de las puertas de la pescadería de mana Rosario, podían valer para algo, hasta para echarle un remiendo a la silla vieja de la cocina que tenía el asiento de tabla. Que no fuéramos más a la carpintería de Tapones a pedirle tacos de maderas que no le sirvieran. Que no trajéramos serrín, que a quién se le había ocurrido poner en el montón la jáquima medio rota, que no se podían echar al horno los cristales de la penicilina de las inyecciones de los guarros, si acaso sólo las cajas, que la escoba vieja no era tal escoba vieja, sino escobón para barrer las gallinazas, que no volviéramos a tirar ningún nido de las golondrinas, que luego el horno olía mal...

Cada vecera que acudía a por su leche recibía el aviso de que el viernes íbamos a hacer perrunillas por la Virgen de Aguasantas, que si tenía algo que quemar lo trajese al horno. Alguna, no recuerdo quién, se ofrecía para ayudar, yo creo que por si caía algo. “Aquí no nos hace falta que nos ayude nadie”, decía Tía Toribia. Y hasta Alonsino la Paula, que estaba siempre por el corral de la casa y que entraba por una puerta y salía por la otra, se ofrecía con su voz ronca. “Yo vengo a ayudar también”, decía meándose de risa y mirándonos buscando nuestra complicidad. Cuando te encontrabas a Alonsino la Paula por la casa nunca sabías si entraba o si salía. Mano Juan el Quinto nos lo tenía advertido y me decía (con su risa tan singular, de perro viejo o de sabueso, a veces de granujilla), enseñando ora uno, ora otro de los dos dientes que le quedaban, uno arriba y otro abajo, en distintas esquinas de la encía. “Cuidado con ese, que es un pájaro. Anda, Manolito, o tu Josefita, dile a tu madre a ver si tiene por ahí una copina de anís para mi, que luego nos vamos a ir los dos al regato Los Pozos y te monto en el burro ese, 'El Lápiz', que yo te lo voy a regalar”. Alonsino no, Alonsino no pedía copinas. Ni tío Alejandro Cachimba (que le decíamos Aleandro), que entraba más de tarde en tarde, farfullando como en voz baja alguna cantinela de las suyas mientras Tía Toribia lo miraba con cara de pocos amigos.

Cuando madre hacía perrunillas por la Virgen de Aguasantas otro que no faltaba era tío Diego, el marido de tía Reposo, los padres de tía Conce. Siempre con aquel sombrero que le acrecentaba aún más la cabeza, con un pañuelo sudado al cuello, siempre con una colilla de cigarro en la boca. Madre lo miraba con sorna y yo creo que, con perdón, se cachondeaba de él, lo mismo que de todos los moscardones que llegaban por allí de vez en cuando, con el pretexto de siempre (“que ya me he enterado de que vas a hacer perrunillas por la Virgen de Aguasantas, que ya sabes...”). A padre no le gustaba que madre le gastase bromas al tío Diego, era su tío más directo y padre se enfadaba siempre que alguien quería sacar de sus casillas a otros, con risas (que lo conseguía siempre). Padre todavía estaba bien, aunque la rabaílla le daba problemas y tenía que fajarse por eso o por alguna hernia, no lo sé. Madre nunca se quejaba. Eso es, aunque las llamas del horno le pusiesen la cara ardiendo y se quemara literalmente los brazos para entrar y sacar las bandejas con las perrunillas, aunque aprovechara el día de las perrunillas para hacer jabón, aunque tuviera que lavarse catorce veces las manos para despachar la leche con la ayuda de la Toribia que fregaba el suelo con agua caliente para que se fuera pronto la pringue del jabón que se había vertido, aunque hubiera de atender a los garbanzos, aunque tuviera que espantar a la gata y a los moscardones, aunque por allí estuviéramos rondado a ver qué sacábamos Francisco, la niña y yo. Así era madre: nunca se quejaba.


(Publicado en la revista oficial que la Hermandad de la Virgen de Aguasantas, que preside Antonio Trigo Lorido, dedica a las fiestas de la Virgen del año 2011)

martes, 30 de agosto de 2011

Cuando la bolsa es la vida




No me acuerdo de aquel día y no tengo a quién preguntarle. Vaya, que no sé si nací con bolso o bolsa bajo el brazo, porque cada vez que me miro al espejo o en el interior de mi mismo, me veo con una bolsa en la mano, siempre llena de las cosas más peregrinas, las más de las veces basura. Pero a veces llevo patatas, cajas de leche, hueveros o hueveras llenas o vacías, zapatillas de deporte, el calendario zaragozano, frutas variadas, libros... Y es que sale uno a la calle y lo primero que hace es atentarse el bolsillo de atrás del pantalón, donde va la bolsa cuidadosamente doblada, por si cae a mano entrar en el Eroski, el Mercadona, El Corte Inglés o la frutería de Emilio, aunque Genoveva o Emilio siempre te dan bolsa y además te regalan el perejil sin poner mala cara. Y es que nuestra vida ya no se entiende sin la bolsa a mano. Lo que siempre me he preguntado, en esto de las bolsas, es por qué los pacenses somos tan guarros que las jondeamos en cualquier lugar, sin pensar en el medio ambiente. No hay más que ver cómo está la vegetación que malvive en la autovía asfixiada de bolsas, las que tiramos desde el coche. No hay parque en el que no se amontonen junto a las papeleras, más fuera que dentro. Aparte del chiste tonto del que se autodefine como corredor de bolsa, está el ciudadano medio cuya vida gira en torno a las bolsas: para comprar, para llevar enredos desde casa al trastero, del trastero a casa, del supermercado al frigorífico, de la despensa a la mesa, del cubo de la basura al contenedor; hasta para ir misa hay quien se las lleva. Estoy tan jartito de bolsas que si algún día alguien en la calle me amenaza : “¡La bolsa o la vida!” estoy convencido de que le diré: “¡Toma la bolsa y búscate la vida!” (Aplausos, estamos llegando a fin de agosto. ¡Ojo!: hay que retornar las maletas al altillo y forrar los libros, si es que aún los hay)
.

(Publicado en la edición impresa de HOY el martes 30 de agosto de 2011)

jueves, 11 de agosto de 2011

Lo que enseña una Diputación




Ahora que se debate sobre el sentido (común) de la existencia de Diputaciones, la de Badajoz -que según su incombustible y repetido presidente es modélica, ecuánime y atiende sobre todo a los municipios más pequeños- ha enviado a sufridos y pacientes obervadores al III Foro Europeo de Administración Electrónica sobre turismo, salud electrónica y servicios de e-administración en áreas aisladas. Se han ido a la ciudad finlandesa de Vuokattiy (¡ostras, vamos a enseñarle a los finlandeses...!) Allí los técnicos pacenses han explicado el progreso obtenido en el apoyo a los municipios en asuntos de turismo. También se expusieron las últimas novedades en la implementación del planificador de rutas y mapas del Servicio de Información Geográfica de Badajoz, “suscitando -dice el comunicado oficial de Diputación- un apreciable debate (¿en castúo, en finés?) entre los asistentes”.
Ainda mais, la Diputación de Badajoz participó en julio en el Foro de Asociacionismo Municipal celebrado en Paraguay (¡ hala, diputado, haga las maletas y viaje a Paraguay, ¿para qué?). El evento se llevó a cabo bajo el lema 'La Unión de voluntades es la fuerza que transforma' (muy ocurrente, vive Dios). El objetivo era analizar y debatir sobre el asociacionismo municipal. Y hemos ido a darles clase... Y por último (por ahora), inauguramos en Badajoz un edificio con 170 funcionarios (ellos no tienen la culpa) invirtiendo casi 5 millones de euros, para el cobro de impuestos y tributos de los ayuntamientos cuando, repito, se debate si no estaría de más que cerrásemos las diputaciones y así nos ahorrábamos al menos uno de los tres escalones de la Administración. Pero, ¿cómo dábamos entonces aire a los diputados? Esto es lo que hay, a vé...

Foto: Puente Real y la Torre de CajaBadajoz, aún en construcción. Sobre estas dos moles no manda la Diputación de Badajoz, pero no es por falta de ganas.

(Publicado en la edición impresa de HOY el jueves, 11 de agosto de 2011)

viernes, 22 de julio de 2011

El coche, ¡al agujero!





A muchos de los jóvenes de hoy les sonará a chino lo que les contaré. Cuando el joven periodista JuanMa Cardoso era un intrépido reportero de pelo en pecho (hoy ya, JuanMa, la cosa no es igual aunque sigas sin corbata como un ministro) le vino Dios a ver el día en que en su ronda informativa se encontró con que habían arrojado un coche viejo al enorme agujero que había entonces en la Paza de San Atón. '¡Al agujero!', tituló. Algo de eso habrá que hacer con los coches en Badajoz después de que ahora uno de los jefes de los municipales ha dicho que se denuncie a los coches que tengan los cristales sucios. Yo he tenido que dejar varios días mi cochecito abandonado en la Plaza de Antonio Zoido y cuando he ido a por él no lo reconocía, de la suciedad depositada en él por los árboles, por las guarradas de las palomas, por hierbajos caídos del quinto cielo. Pregunto: ¿No sería más correcto pensar que soy yo, que abono mi impuesto de rodaje, mi IBI y pago mi declaración de renta, quien puede denunciar al Ayuntamiento, que permite que árboles, palomas, lechuzas y otra bichería me llenen mi propiedad de mierda?
Visto el estado del coche, tenía que lavarlo. Pero no me permiten hacerlo en la calle, llenaría la calzada de fregaúras. Tampoco lo puedo lavar en la orilla del río, porque los ecologistas y municipales saldrían tras de mi con la libreta en la mano. ¿Solución? Irme a un lavadero y apoquinar.
Pero para llegar hasta el lavadero tengo que mover el coche conduciendo contra el sol, ¿y ahí qué hago? El sol me da de frente (¿no van a ponernos unas pantallas parasoles?) y se la juegan los peatones que se crucen en mi camino y me la juego yo también. En resumen, que vivo sin vivir en mi y que animo a los sufridos automovilistas que puedan hacerlo a que me imiten: el coche, ¡al agujero! Y así no paga impuestos, a vé...

(Publicado en la edición impresa de HOYel viernes 22 de julio de 2011.
Las fotos son del coche después de haberle echado un par de cubos de agua municipal)

lunes, 11 de julio de 2011

Manuel, ¿qué cuento te contaré?


A Manu y Esther, que han sembrado felicidad en nuestras vidas con este inmenso regalo.

Es seguro que varias manos como las suyas cabrían hoy en una sola mano mia. He querido acercar mis dedos a sus manitas y con un desparpajo increíble (¡sólo 5 días de vida, tan solo!) se ha aferrado a mi y ha agarrado mi dedo y ya me ha atrapado para siempre. Una mano en la que mandan aún los pliegues del recién nacido, una mano que tiene ante si toda una vida, una mano hecha para acariciar y ser acariciada. Será una mano fuerte, decidida, animosa, una mano formada y lista para empujar, para recibir en su palma los surcos que le vaya marcando la vida.
He imaginado sus manos protegiendo los pequeños tesoros que la vida irá poniendo en ellas cada día: cada vez que capture un pájaro, se llene de arena en alguna playa, derrame agua bajo un grifo, acaricie el cabello de su madre, empuñe un lápiz para esbozar el dibujo de una nube o un sol o la luna. Verás, Manuel: cuando seas mayor (no como yo, hombre, sólo un par de años mayor que ahora) tu y yo nos agarraremos de la mano. Ya habrás levantado unos centímetros del suelo, algunos más de esos 48 que ahora mides. De la mano iremos andando con tus pasos ya un poco asentados. Iremos por las calles de Torrelodones o mejor aún por allí por La Jara, por La Bejarana, por el camino del Monte, por donde sea. Podemos ir al bosque sagrado de los alcornoques de La Bejarana, junto a las encinas de La Jara, entre los higuerales de la cuesta de Salvatierra, por la cuesta Marin, por el Puente Real, cerca del azud o por Las Alameas o Los Sortines o Los Canchos, o aquí junto a tu casa de siempre, la que ha cobijado tus primeros sueños, tus desvelos, en La Barranca o paseando junto a la rotonda del Dedo Gordo , (ya verás cómo rien tus primos de Badajoz, Rubén y Jara y Ricardo, cuando se lo cuente), que a alguien se le ocurrió el nombre para ese pedrusco de tu pueblo que nos marca el camino a los que nos vamos... en fin, iremos donde tu quieras. Nos haremos unos cuantos metros de camino, yo te hablaré quedo y tu querrás coger piedras para espantar a un pardal, a un jilguero que nos revolotea travieso, o se te irán los ojos tras un gato, o te asustará el ladrido de algún perro. Te cansarás, del camino y de que todos los pájaros huyen cuando nos acercamos, de que tras un momento de tener empuñadas en tus manos unas amapolas estas se mustian y pierden color y vida. Pedirás sentarnos en cualquier piedra del camino y te abrazaré con mis manos grandes, agrietadas frente a las tuyas suaves, como de algodón. Si te dejas, te sentaré en mis piernas y te propondré: ¿quieres que te cuente un cuento? Vamos a ver, Manuel, un cuento de una oveja que bala asustada porque ha perdido a su madre, se ha distanciado del resto del rebaño y teme que algún animal mayor le haga daño. Un oveja que corretea ajena al peligro y ve llegar amenazante un perro... No, mejor te contaré un cuento de un gato que quiere jugar con un pájaro o mejor te contaré un cuento de una niña con bucles de oro en el cabello, que te ofrece su mano para que la ayudas a cruzar un humilde regato de agua. O te contaré un cuento de una letra M (de Mamá, de Mano) que anda perdida por los campos buscando a sus hermanas que se le han perdido, que persigue desesperada a una letrita A (de Amor, de Aire) que antes la acompañaba siempre, junto con una letrita N (de Nariz, de Nubes algodonosas) agarrada a la letrita U (de Uñas que nacen en tus dedos, de Uvas de una hermosa cosecha), todas ellas pegadas a la E (de Esperanza siempre) que vuelan tras la letrita L (de Luz, de siempre mucha Luz), que es una locuela que brinca y se escapa de sus hermanas y también se pierde de ellas. Te contaré, si no, un cuento de una Nube que es transportada feliz por el viento, que la lleva de la montaña al mar, de una nube que sobrevuela bosques, montañas, desiertos, mares, de una nube graciosa que a veces descarga agua sobre unos niños como tu que juegan en un prado, de una nube que es acariciada por águilas que vuelan libres, por milanos que se cobijan en ella de un sol abrasador que les persigue, de una nube que les permite cubrirse y escapar de un viento huracanado... ¡Tantas cosas tengo que contarte, Manuel! ¡Tanto tengo que decirte! ¡De tantos secretos tenemos que hablar! ¡Tanta vida tienes tu aún que enseñarme, que enseñarnos! Ven, Manuel, puedes caerte, vámonos, vuelve, camina saltando a mi lado, dame la mano.

viernes, 1 de julio de 2011

Garrapatos en el mercadillo de Badajoz


Acudo al mercadillo a comprar garrapatos desde que hace más de 30 años un grupo de amas de casa, con Mayte Barrientos a la cabeza, propició la creación de este espacio en las traseras de la Policía Armada (de entonces) en Badajoz. «No era eso, no era eso», decimos los que vemos en qué se ha convertido ahora el mercadillo, que ya no se parece en nada a la idea original, la de acercar el productor al consumidor, sin intermediarios. Hoy, cuando se dice que algunas de las tonterías que se venden allí han sido compradas previamente a los chinos, uno percibe que si acaso lo que da autenticidad son los garrapatos (las judías verdes redondas, tan difíciles de encontrar fuera de ese espacio aquí en Badajoz). Conozco vecinos cotillas que saben en qué día de la semana es el mercadillo de La Antilla, el de Estepona y hasta el de Figueira da Foz, si es que lo hay. Ahora en el mercadillo de Badajoz de los domingos (esa es otra, hay dos y en sitios distintos) vamos a tener, por obra y gracia de Zetapé, de Migué Celdrán y del concejal de los mercadillos (que sí, que lo hay) aparcamiento para las fragonetas de los vendedores 'allá te veas' y un suelo almidonado en el que se habrán depositado (¿enterrado?) un millón de euros de Zetapé del Plan E (de ¡España!. Oye, bildu, ¿tenéis ahí Plan E de España, o no, pues?) y otro buen puñado de euros de los presupuestos del ayuntamiento de Badajoz, para hacer baños que luego entre semana vendrán a llevárselos por delante los suevos, vándalos y alanos que asolan Badajoz sin que pueda hacer nada ni la Policía montada del Canadá ni la que se va a montar y ello ante la mirada perpleja de los comerciantes establecidos que están crujidos a impuestos. Y sin tener en el mercadillo a los parias hortelanos vendiendo, sino a intermediarios que se ganan así la vida, porque hay que vivir, a vé...

(Publicado en la edición impresa de HOY el viernes 1 de julio de 2011. ¡Qué calor!)

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Listado de Comentarios

Pedro el negro

Muy cierto eso de enterrado referido al dinero, jajaja. Por cierto, esas judías verdes las hay también en Mercadona.

Manuel de Juan Méndez

Hacia mucho tiempo que no oía lo de garrapatos. La culpa, las malditas latas de redondas, planas, troceadas.. De mercadillos supe bastante en su día. Lo que me alegro y mucho es de leerte aunque sea de tarde en tarde. A los que somos carrozas, siempre nos traes recuerdos e historias que nos gustan, porque nos hacen recordar y reflexionar. Muchas gracias Manolo

Jota

Hoy por fin han crecido un montón de camiones, entre ellos uno con la "Betsy" de Cars, porque parece ser que por fin les han liberado el otro medio millón para asfaltar lo que antes era zona verde y ahora, sin recalificar ni nada, se convierte en el sepulcro de ese dineral. No sé desde cuándo está en obras este despropósito, se me ha olvidado ya cuando terminaron los baños "con vistas a la calle", y empezaron a trabajar con horario de político: Una mañana un camión tira un poco de riego asfáltico, y quince días después se dan cuenta de que tienen que soterrar la línea eléctrica que atraviesa el solar. En fín, como bien dices tu: ¡Qué Cruz!

A Manolo de Juan y Jota

Pues sí, amigo y hermano, así es la vida. Se ha enterrado allí el dinero y los contribuyentes estamos como si hubiésemos sido invitados a una partida de caza de gamusinos, a verlas venir, asomándonos las velas a las narices, mientras otros nos tocan las propias narices. Y no os preocupéis por el espacio del mercadillo, que los vecinos todavía no tenéis problemas. Ya vendrán... hasta que los arregle el concejal de los mercadillos. No hay concejal para las tonterías, pero sí para los mercadillos.- Manolo

viernes, 17 de junio de 2011

Badajoz, la feria que somos







El polígono San Fernando, donde hoy está el Hotel Lisboa, fue al menos un año el lugar de ubicación del ferial de San Juan. Después, el Polígono La Paz. Y, siempre, el Guadiana muy cerca de todo el festejo que cada año llega por Junio. (Fotos M. LÓPEZ)

Es junio de un año más. Badajoz se viste de guapa, con sus calles más limpias que nunca. Cientos, miles de golondrinas, arden en veloces vuelos desde la Alcazaba a la catedral, del Puente Real hasta el Cerro Gordo, desentendiéndose de los vientos que las frenan, ignorando el siseo de los palmerales que tan extrañamente han crecido en Badajoz como si esta fuera una ciudad costera. Es junio y las muchachas desafían alegremente los calores que se empiezan a sentir, los mocitos de la estrenada pubertad se engallan el pelo, los abuelos se echan al hombro las chaquetillas primaverales, que bajaron del armario con los primeros calores que presagiaban el tránsito violento siempre en esta ciudad del invierno al verano, ignorando la primavera.

Es verano casi ya, con esta feria que nos trae el recuerdo de otros festejos, de otros años.

En el hoy plácido río Guadiana no se viven ya las escenas de la playa que generosa acogía a los bañistas, aquellos años en que el olor de las sardinas acariciaba a las parejas que se escondían entre los juncos de una más poblada orilla que esta de ahora, huérfana de vegetación. Ya no están las barcazas ni hay fútbol en las orillas ni se oye en la noche el croar monótono de las ranas, las que habían conseguido escapar la persecución implacable a las que las sometían los 'machas' de San Roque o los vecinos de Las Moreras o La Cañá, que ansiaban aumentar su caza y asarlas al atardecer en cualquier lumbre encendida en los patios de las destartaladas casas.

Es junio y los tiempos ya no se parecen a los que los nostálgicos quisiéramos tener siempre a mano. Había una feria que yo recuerdo con satisfacción especial, la del año aquel en que no sé por qué razones los cacharritos, el Teatro Chino de Manolita Chen y las tombolitas variadas fueron a parar a San Fernando. No existía aún el Hotel Lisboa, aquello era un purito descampado y ya estaba descascarada la avenida en la que por supuesto tampoco estaba el Casino ni el Hotel casino. Sólo en los huesos estaba el Hotel Río de aquellos años. Se podía bajar a la playa del Guadiana por varios sitios, Las Moreras ya era la imagen directa de la marginación y el refugio de gentes que se habían de ganar la vida con el contrabando hasta Portugal (a cuántas familias dieron vida el café y el tabaco, a cuántas otras llevaron a la perdición los inicios de la droga que estaba empezando a colarse entre nosotros), estaba aún intacto el Camino Viejo de San Vicente, se mantenía en pie el letrero de la calle Las Lavanderas, todo hasta el Seminario era una inmensa pista de prácticas de conducir, sólo había unos atisbos de lo que podría ser el embrión del Polígono El Nevero, con algunos viales a punto de ser asfaltados y que en los atardeceres acogían a las parejas amorosas que disponían de vehículo para esconder amores furtivos o ligues pasajeros en un “picadero” que mereció las iras de los canónigos y la catedral en pleno y el escarmiento propiciado tras algún hecho sonado como la muerte sobrevenida a un ciudadano que se supone se solazaba en su vehículo con alguna prójima muy próxima.

Putas, panaderos...

Eran los tiempos en que las cuatro P eran protagonistas de las profesiones de quienes hacían de la noche su modo de vida en este Badajoz alegre y desconfiado que preconiza Manolo Martínez Mediero. Putas (con perdón), panaderos, policías y periodistas se repartían el protagonismo de la noche, seguidos a salto de matas por taxistas, basureros, camareros de todas las pintas, sanitarios y cuantos, en fin, habían de acogerse a la oscuridad para ejercer su profesión que las más de las veces contenía elementos sólo vinculados al divertimento o el esparcimiento de los demás. Los panaderos eran reyes y héroes, porque entraban a trabajar más o menos cuando se cerraban los bares y los tugurios y si tenían algún negocio entre manos habían de dejarlo para ir a poner las manos en la masa, que de eso es de lo que vivían y no de lo otro. ¡Ah! Y la jodida vida de las mujeres de vida fácil (“¿fácil?, te contestaban. ¡Tu puta madre! ¿Tu crees que es fácil tener que soportar a un panadero portugués borracho a las cinco de la madrugada, puesta de rodillas delante de él, después no haberte comido un rosco en toda la noche y que ahora venga este vaina y te obligue a beberte un bagazzo y quiera pagarte con un saco lleno de papu-secos duros” ). Estas mujeres se dedicaban a enderezar y levantar los ánimos de los decaidos clientes que a horas intempestivas trataban de olvidarse que después de unas vueltas en la noria, varios vasos de cerveza caliente y vino de El Maño, una ración de pollo asado o unos churros con un chocolate que sabía a rayos, habían de emprender el camino de vuelta a casa, hediendo a sudores propios y ajenos, y enfrentarse a la dura realidad, la de la paciente parienta que no tenía el valor de cortar por lo sano y echar al mujeriego y borrachuzo fuera de casa dejándole en la calle con un ahí te pudras.

Las pobres prostitutas, con su bolso de charol, los labios pintados, el pelo largo y lacio, zapatos de increíbles tacones, las miradas cansadas. El recinto de las casetas era su último refugio en las noches calurosas del verano. Un cliente con coche que las llevase al polígono El Nevero, darse una vuelta por Mervic o la gasolinera de Pipo's, cuando no emprender el camino hasta el Tabarín de Mérida...

Policías y periodistas

Siguiendo pistas, como distraídos cuando había que hacer la vista gorda, los policías cubrían su último servicio del día, en franca discordia con los municipales, porque no eran tiempos de buenas maneras entre las fuerzas del orden y seguridad. Se llegaban hasta el bar de la gasolinera de la carretera de Sevilla antes de que lo cogiera El Chupi, o al puticlub de la calle Canarias o al bar Méndez donde los recién salidos del trabajo en el HOY se jugaban las perras a los boletos y comían mollejas o cangrejos que había pescado Juanito Pereira Jaramugo o Manuel Ledo o Manolo Macarro, que enseñaban a los periodistas de la última hornada a pelar los cangrejos sin ponerse las manos hechas un asco y sin mancharse mucho las camisas desabrochadas por el calor de la madrugada, que desprendía la cafetera aunque apagada.

De allí, de aquellos años de vinos en la madrugada de un Badajoz que empezaba a alumbrar un nuevo día, el personal se iba en bandada al Venero, a tomar café con migas, aunque fuese un junio caluroso.

Una noche se unió al grupo lo más granado de la crítica taurina y después de haber estado en casa del rejoneador Gregorio Moreno Pidal, el crítico Vicente Zabala (era por 1972 o 1973) animó el cotarro con una provechosa discusión en la que impuso su ley ante los periodistas locales. Quizás estaría allí el también recordado Antonio Macho y entre la canallesca varios de los periodistas guerrilleros de entonces.

Casetas de la Prensa

Con el entusiasmo de esos periodistas la Asociación de la Prensa de Badajoz montó casetas para animar el cotarro. Una de las primeras fue en el Polígono La Paz, cerca de donde ahora, tras sucesivos cambios de organismos ocupantes, está la sede de la dirección provincial del INEM, que en distintas épocas acogió una discoteca, un supermercado y algunas estancias más. En aquella caseta actuarían Los Etéreos, de Los Santos de Maimona, que se quedaron maravillados al ver cómo con sus instrumentos entonaban una de sus canciones los componentes del grupo Mocedades, que se acercaron como invitados a la fiesta, igual que Ana Belén y Víctor Manuel, pocos meses después del 'tejerazo', en aquel fatídico 23 de febrero de 1981, hace ahora la friolera de 30 años y pico.

Después, las casetas de la Asociación de la la Prensa pasaron sucesivamente por Los Montitos, con la genial actuación de Pedro Ruiz y por el Tiro de Pichón de la carretera de Portugal, antes de ser reconvertido al 'Dardy's'. Alli fueron memorables las intervenciones de Lone Star y Los Mustang, con el broche de oro del Dúo Dinámico.

En todos los casos, el rio Guadiana fue testigo silencioso de las ganas de folklore y jolgorio, que estos días espero se repita otra vez.


(Publicado en la Revista oficial de Ferias del Excmo. Ayuntamiento de Badajoz, 2011)

viernes, 10 de junio de 2011

Edredones, mantas, alfombras...







En las imágenes, varios inolvidables momentos de algunos de los relojes que aquí se citan. El de la fuente de la rotonda de los 80 millones sin números; el de Carrefour con cero grados, ni frío ni calor; el ya arreglado de Juan Pereda Pila cruce con la carretera de Valverde marcando ya su hora o el del final de Sinforiano Madroñero antes del Puente Real, que está bien y lo da todo, que para eso está donde está. (Fotos: M. LÓPEZ)


Cuando el viajero llega a Badajoz, procedente de las batallas (de La Albuera o de Barcarrota, es la misma ruta) con una de las primeras cosas que se tropieza, tras subir la cuesta de El Chinchorro, es con un reloj digital que da fecha, temperatura y hora tras varios carteles de 'vendo oro'. ¿Tengo yo el reloj en hora de Portugal?, se preguntaba el viajero antes del pasado día 6, al ver que siendo las 10 de la mañana el reloj ya marcaba las 11.30 pasadas.
Pero el muy cuco del alcalde ha dado un pescozón a su concejal de las alfombras y ya se ha arreglado una de las tonterías de Badajoz. Le falta ahora atacar el reloj de la rotonda de Isabel de Portugal, al que según se mira desde el Cerro del Viento le fallan todos los números. El reloj de la rotonda del Carrefour de la carretera de Valverde lleva años atascado, no da temperatura, allí hay cero grados y eso está así desde que Antonio Ávila era ya concejal de estas cosas y andaba con las escobas, que se hizo un lío con ellas y hasta que llegó FCC esto no era una ciudad sino una suciedad.
Sin embargo ahí está Ávila, concejal desde 1999, doce años en el puesto, con sus trienios, y sigue, y sigue, para que luego digan de los Hermanos Fuentes... (Lo de la batalla de Barcarrota no se refiere a la riña con los de Jerez por Hernando de Soto, es por el sillón de mando municipal y la lucha no es a muerte sino entre PP, PSOE, IU como en Olivenza; lo de La Albuera sólo tiene que ver con la encarnizada batalla de mayo de 1811). Pero con concejal de alfombras o sin él, hay que recoger de la tintorería los edredones y ahora sin lluvia es tiempo de solear los cobertores. Así que toca esperar a ver si mañana el alcalde designa un concejal que ponga en hora y temperatura todos los relojes y ordene el tránsito ordenado de alfombras, edredones y cobertores. A vé...

(Publicado en la edición impresa de HOY el 10 de junio de 2011. Las reclamaciones, al maestro armero).

domingo, 22 de mayo de 2011

El concejal de las alfombras




Entré al despacho, el que acogía al titular del mayor poder político en la región. Como soy de pueblo, tropecé con una alfombra y después lo escribí así en el jodido papel. Hice la entrevista, que me grabaron para cazar si me resbalaba en la transcripción, cosa que no ocurrió, para su tranquilidad (de la que me lo grabó y de él, que puso las respuestas. Yo le puse las preguntas, las comas y los acentos. ¿Y los asombros?, me habría preguntado el bueno de Jesús Delgado Valhondo. También los puse yo.) Pero tras ser publicada la entrevista, me afearon la alusión a la alfombra. Yo no quise decir lo que no decía. Opinaban que yo buscaba qué se escondía bajo las alfombras del poder, que si yo insinuaba que había trapos sucios debajo de ellas. Creo que les molestó que yo escribiera que había alfombras, que las hay en todas partes, oigan. Algún tiempo después nombraron a un concejal gerente de una institución de Badajoz y también escribí que lo primero que hizo fue ordenar cambiar la moqueta de su despacho. Y les sentó mal que yo lo contara, aunque no lo criticara, que debía criticarlo. Hoy, a dos días de las elecciones, me da respeto proponer que las nuevas Corporaciones se busquen un concejal de las alfombras, que imponga respeto a la prohibición de sacudir las alfombras fuera de hora. Pero sé que no van a hacerme caso. Como tampoco me lo hicieron cuando Felipe Martin (que no es candidato) proponía que hubiese en los ayuntamientos un concejal de las tonterías, que controlase las alfombras, los contenedores, los socavones, las luces fundidas, las cagaditas, los escapes libres, las pintadas, los ruidos de bares por las noches, el cigarrón, los coches mal aparcados, los perros sueltos, los escapes de agua, las papeleras destrozadas, los vándalos que rompen cristales, los niñatos que tiran papeles, los escándalos de algunos pisos de estudiantes, los tironeros, los gorrillas, los baches, ... pero será mucho pedir. Así que a votar y a vé...

(Publicado en la edicición impresa de HOY el 20 de mayo de 2011)
(Foto: Obras en la Torre de CajaBadajoz)

viernes, 29 de abril de 2011

La visera de Isidoro





Estaba yo en la frutería comprando tomates cuando apareció la 'lista' de siempre:
-¡Ay, hija, se me ha olvidado, dame dos cabezas de ajos...
Total, que la 'lista' de la buena mujer, que se había hecho mentalmente la lista de la compra y no en papel, argumentaba que ya había estado comprando antes y que al llegar a la puerta de casa se tropezó con un municipal que le preguntó qué iba a poner de comida. Todo esto lo contaba mientras me miraba con ojos de cordero degollado. «Pues yo le dije al municipal que lo de todos los viernes, una sopa de ajos y las sobras. ¡Anda, los ajos, se me han olvidado los ajos!» Toda la frutería, como un solo comprador (pese a mi creciente indignación) se olvidaba de mi protesta y escuchaba a la señora de los ajos. «El guardia ha venido porque estaba contemplando el socavón (¡otra vez!) y le han mandado aquí ya que hay un problema en la visera de Isidoro». ¿Ehhhh? Resulta que Isidoro ha cerrado los ocho dias de oro o la quincena de las sábanas rosa y ha decidido quitar los cartelones enormes que tiene colgando en la fachada de su 'El Corte Inglés', allí donde en tiempos de Montesinos vs Celdrán estuvo el lejío de los chinatos. Y cuando los mozos cachas se han subido a la visera para quitar los carteles, una tropa de muchachería desde el suelo se desgañita desaforada, «¡aquí, aquí, otra, otra!» Eran los gritos de docenas de chiquinos que pedían a los operarios que les tirasen los balones alojados en la visera, fruto del entusiasmo de algunos de ellos que los habían encajado allí arriba (en Badajoz no tienen sitio para pelotear). Por eso el señor guardía había acudido a poner orden.
El personal de la frutería se hacía cruces, la frutera no acaba de entregar las dos cabezas de ajo y a mi los tomates se me van a poner pochos, esperando. En fin, que cuando Isidoro cierre la semana del edredón hay que ponerse debajo de la visera, por si caen las pelotas. Y, a vé, esto es lo que hay.

(Publicado en la edición impresa de HOY el 29-4-11)

jueves, 7 de abril de 2011

Y, de cuando en cuando, cantan cárabos









Seguro que entonces nadie se lo habría afeado. A él, que amaba los pájaros, el aire libre, el contemplar sereno de los campos en posío, de la sementera reventando... Pero es que aquello del buitre (o del águila o de lo que fuera) ya iba clamando al cielo sereno de Las Navas, porque el bicho no se contentaba con matar y destripar las gallinas y los pollitos que alegres e inocentes buscaban gusanos en el estiércol. Yo creo que a veces llegaron a amenazarnos a los niños. Tendría yo ocho años quizás, acaso nueve. Así que él cogió su vieja escopeta con los cartuchos del 12, que nos había enseñado a llenar en las tardes de lluvia, alrededor de la candela pero con la pólvora lejos, en aquella maquinita que era un prodigio, en la que se colocaba el misto, la pólvora, la munición, el taco... A veces se enfadaba con nosotros y nos decía “no valéis ni para tacos de escopeta...” Cogió la escopeta y sonaron dos estampidos formidables. Nadie recuerda haberlo visto disparando, pero al cabo del rato llegaba a la casucha con Luis Tijerilla, arrastrando el animal que llegó a tirarle un picotazo y levantarle sangre en una mano o en el brazo. El bicho no sabía que él tenía las manos encallecidas, que no podía hacerle mucho daño. Manos de segar, de cavar, de ordeñar, de rastrillar, de arar, manos de acariciar.

Ya se acabó el miedo al buitre o al águila, ya podían cacarear aliviadas las gallinas, ya los pavos lucían orgullosos el moco, ya hasta los cuatro o cinco conejos, que milagrosamente aún vivían alrededor de la casa, entre los leños con los que alimentábamos la candela, podían seguir su ciclo vital. Ahora quedaba sólo el gato traicionero y asesino, el gato huraño del que con un certero golpe con las tenazas nos libramos, el gato negro malo, porque la blanquita era buena, era inocente, una gata que sólo miaba ahora apesadumbrada por la muerte del gato que se comía tanto los huevos como los pollitos de las gallinas, a los que se llevaba apresados hasta el pajar, para devorarlos contra el cacareo asustado y escandaloso de las madres, aunque no le faltaba la comida...

Yo creo que a padre nadie le hubiera reñido por habernos librado del buitre o el águila y el gato después.

Allí padre nos enseñó a amar a los pájaros, al chorro del agua que caía del pilar, al milano y a la pestosa abubilla, a los becerros, a las vacas, a los conejos, a las cigueñas extrañas que entonces si venían por san Blas, al grillo real, a la tórtola y la perdiz, a temerle a las abejas y a las sanguijuelas que se pegaban como lapas al cucharro de beber agua del pilar, a ignorar a los morgaños, allí me enseñó el gorjeo de la oropéndola ( http://www.club-caza.com/dossiers/aves/ficha.asp?np=205) en las siestas de calor pegajoso, a esquivar el mal mirar de una vaca recién parida, a huirle a las coces de la burra como la que me tiró al suelo. Allí nos descubrió el canto terrible y lacerante para el oído de los cárabos (http://www.club-caza.com/dossiers/aves/ficha.asp?, el silbar de las lechuzas, allí el tolón de los campanillos de las vacas, las esquilas de las cabras y los chivos, el ladrido del perro bobo que comía tajadas de melón podrido, ¿dónde se ha visto a un perro comer melón?, le decía yo, me sonreía él. Allí y luego en La Bejarana, ese bosque sagrado cuya definición me había robado Eliot hace muchos años, allí nos enseñó a hacer un nudo corrido, a perseguir por el oido el rastro de las ranas saltando fuera de la alberca. Allí nos enseñó dónde está la encina que produce bellotas dulces, justo a mitad del camino en el que yo me caí de la burra en la que volvía del pueblo o fue del burro Cachimba al que le picó la mosca y no pudo contenerse, trotando cuesta abajo y dando con mis huesos en el suelo, que todavía hoy parece que me duelen. Pasamos cientos de mañanas y tardes bajo aquellas encinas y alcornoques, que crecían vistiéndose de corcha. Crecimos allí y se nos curtieron los brazos pero no hicimos crecer músculos porque tampoco él nos mandaba ni nos dejaba hacer trabajos rudos, si acaso arrancar los hogarzos doblando la espalda, cuidar de que las vacas no se escapasen al cercado próximo, a donde el trigo debía crecer libremente. Vigilar el correr del agua por los canteros donde el maíz trataba de crecer, avisarle si se repetía lo del día aquel en que una nube de palomas se apoderó del maizal y lo arrasó, llevándose por delante las nacientes mazorcas de maíz, obligándole a echar mano otra vez de la escopeta del 12 con la que disparó otro par de veces al cielo, por espantar a la nube de palomas que tardó en darse cuenta de que no era bien recibida, bandada que en cuestión de minutos se llevó por delante el esfuerzo de muchos días, la esperanza de un alimento seguro para las vacas para las que habría que empezar de nuevo y ahora sembrar alfalfa...

Allí, en aquel bosque sagrado, bajo cuyo cielo dormimos sólo por capricho una noche al raso, contemplando las estrellas correr, aterrorizados si los cárabos volvían a cantar, temerosos si se repetía la amenaza del alacrán que renacía junto al pedregal de la era, allí vi crecer las arrugas de su rostro, los callos de sus manos, los restos del picotazo del águila, allí me enamoré de “la leyenda del beso” que él silbaba, pero allí no pude adivinar que lentamente se me escaparía años después, el pelo encanecido, las manos cansadas pero fuertes, el aliento capaz, el beso fácil, la mirada fija, allí donde tenía yo entonces las lágrimas esquivas como hoy.


(“Debería uno conservar el recuerdo de la última vez que caminó de la mano de su padre”. Antonio Muñoz Molina, 'El viento de la Luna', página 113)




sábado, 26 de marzo de 2011

Antes de las elecciones, si Dios quiere




Han sido tantas las promesas, tantas las mentiras, tantos los adelantos, tantas las fotos... que ya no sabemos qué hacer con el parking de Conquistadores, ese que supuestamente iba a facilitar la vida a los automovilistas de todo Badajoz y a nuestros visitantes, al servir los varios cientos de plazas de aparcamiento para descongestionar esta zona tan transitada. Ahora mismo, al día de hoy, en la obra del parking no se ve trabajando ni un alma. Y si terrible es ver solitario el desierto de la parte superior (con sus palmeritas increíbles) no menos desalentador es ver que debajo, en las tripas del aparcamiento, no hay ni un alma en pena. Y eso que para el día que lo quieran inaugurar ya tienen ahí hasta la bandera que ondea desde el edificio de la Delegación de Defensa, bandera que se cansará de esperar que le rindan honores el día de la inauguración.

Confieso que fui uno de los varios cientos de pacenses que incluso llevó al ayuntamiento hasta la fotocopia de la documentación de mi coche y solicité el certificado de residencia, para que se vea que soy un vecino al que podrían facilitar el acceso a una plaza, por residencia en cercanía (previo pago de su importe, como es normal). Nos dieron largas una y otra vez y menos mal que uno no soltó un duro, por si las moscas. Al final va a resultar que sí, que fue acertada la decisión de esperar sin aflojar la pasta. Así que ahora a confiar en que suenen los clarines electorales porque a buen seguro que en cuanto entremos en campaña electoral la cosa se acelerará y allí que acudirá la cohorte de candidatos a cortar la cinta y dar paso a la marabunta de coches. Aunque a lo peor ni eso, a lo peor no son capaces de ponerlo en marcha después de tanto tiempo y tanto dinero. En fin: esto es Badajoz, esto es lo que hay.

lunes, 7 de marzo de 2011

El chiquino que llegó a Badajoz





(Artículo publicado en la Revista Oficial del Carnaval de Badajoz 2011,

editada por el Excmo. Ayuntamiento de Badajoz)

El chiquino era un guá (no sé si con acento o sin él). Tras atravesar los cinco kilómetros de carretera rectísima, en un prehistórico coche (un Forito de museo que conducía mano Genaro, como otro parecido que llevaba de taxi el Fulli en Badajoz) llegaría a la ciudad soñada, luego de haber pasado por el increíble arco que formaban las ramas de los árboles enlazadas en sus copas, que Tráfico podó cuidadosamente allá por el año 60 del siglo pasado, que es tanto como decir que ayer mismo. Entraría a la capital provinciana por la entonces avenida de José Antonio, luego de que el hábil chófer llevase el coche con mucha precaución (no se le conocieron accidentes) y dejase atrás el Tabares y el Bar Sevilla y atravesase, con el miedo metido en el cuerpo todos los pasajeros, el temido control de la fiscalía en el Parque de La Legión, en Puerta Trinidad, el mismo lugar en que contaban a modo de chascarrillo que un par de contrabandistas trataron de burlar a la temible guardia civil (estaban como quien dice recién pasados los años del hambre, el temible 1941). Los sujetos habían robado un cerdo de unas ocho arrobas en alguna granja cercana y convenientemente sacrificado lo montaron en el asiento delantero entre los dos kamikaces. Lo arroparon con una manta de modo que sólo se le veían los morros, que cubrieron con un sombrero y unas gafas de pasta, negras. Enterados de que aquel día estaba de guardia el picoleto bizco, pasaron limpiamente el control diciendo que llevaban a un pariente al médico (“aquí lo puede usted ver, señor guardia, viene atontado por la calentura”). Y el guarro fue a parar a una bodega de la Plaza Alta donde convenientemente aderezado y aliñado causó las delicias de la tropa que esperaba el maná caido no del cielo, sino de una finca cercana a la carretera de Sagrajas, que yo qué sé de quién sería.

El chiquino -pantalones cortos de pana, jersey de ganchillo hecho a mano en casa, camisa heredada del hermano, calcetines de hilo por el frio, sabañones asomando aún pese a la recién iniciada primavera-, se dirigía con su madre al médico, por aquello de que le arreglasen un brazo roto, uno más, que fueron muchas las veces en que se le descompusieran los huesos y hubo de llevarle hasta el sanador, que si una vez don Antonio el practicante del pueblo que le puso la primera escayola, que si otra vez don Diego el médico, que si a la vez siguiente don Emiliano el de Barcarrota y que si al final, con la última rotura, el prestigioso doctor Beltrán de Heredia en aquella calle Menacho humildísima del año de 1957, ni asomo de lo que es ahora. “A este muchacho sólo le falta ya romperse la cabeza”, asentía a las vecinas cariñosa la madre, mientras repasaba en el corral los calcetines de toda la ya numerosa familia.

La ciudad, pues, se abría a los ojos del imberbe al que todo le impresionaba, todo le atraía, todo le llamaba. Pensaba él en que tal vez a la madre se le ablandara el corazón y le comprase un plátano, ahí es nada, poder comerse un plátano. O un helado, en eso no llegó a soñar pero fue lo que pasó aquella vez, pese a la incipiente primavera que lo de él ahora no era cosa de garganta. Por ver si así le bajase el dolor del brazo roto.


Comparando aquel Badajoz de antes del año 60, este de hoy es otro Badajoz, en el que perviven los patos de Castelar (otros patos, claro) pero no la actividad del quiosco de San Andrés donde el chiquino iría a cambiar cuentos o novelas a cambio de un real o tres perras gordas si el cuento contenía dos episodios. Goliat, Tintín, el capitán Trueno, el Guerrero del antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín, las hermanas Gilda, el mismísimo Carpanta... El quiosquero exponía su mágica mercancía y el chiquino rogaba un real para cambiar su revista o novela ya leida (Salgari, siempre Emilio Salgari) por una nueva que volvería con él al pueblo y prestaría gozoso tras haberla leido al menos cuatro o cinco veces, mojándose el dedo al pasar las arrugadas y cochambrosas páginas.

Y como no está la actividad del quiosco, también falta hoy el guardacoches cojo de San Juan (era de Almendral y en el pueblo había sido municipal, quizá caballero mutilado por la patria aunque estos tenían mejores destinos, prietas las filas). Tampoco está ya El Eléctrico dirigiendo el tráfico en Cuatro Caminos, ni la matacoño que vendría años después, ni el vendedor del rico parisié, ni el del pirulín de La Habana que se come sin gana... Como ellos también se ha ido después para no regresar el gitano del “troco pesetas” a las puertas de Simago o en Galerías, ni se ve a Pedro poniendo un café en Colón o en La Tetera, ni El Águila, ni Las Lanzas, ni el Rojito taxista, ni el Sena limpiando las botas, ni Miguel llevando los rollos del Cine López de Ayala o el Menacho hasta la parada de La Estellesa donde Pedro el Boca solía regañar de Javier Sola. Ni el fotográfo Paredes el rápido, ni Fernando Camacho, ni El Soga que arbitraba como sabía los partidos de baloncesto en las pistas de Falange españolas y de las JONS, ni Franco el que hacía los recados del Seminario, ni David el de los retales vecino de Norberto Pérez (fotografía casa Pérez, su retrato de estudio) ni con su guardapolvo Alfonso Mangas el padre de Petri, el de la imprenta, mi pariente, que me enseñó los tipos móviles en su estalache de la calle La Sal, que tras pasar por otros negocios es hoy sede de un barito llamado La Galería, donde expuso mi hija Paz, y que fue imprenta de la que salieron octavillas y pasquines por millares, que así es como se contaban los impresos, todos ellos con su depósito legal, mire usted, que esta es una empresa muy respetable y cumplidora de la ley de prensa y propaganda y aquí hacemos siempre el depósito previo que marca la legislación en vigor, que acatamos sin rechistar.

También al chiquino se le viene a la mente que oiría hablar en casa de la María Arcos, en la calle El Tercio, de “el burro de la lejía”, entre las risotadas de la concurrencia, sin saber a qué venía tanto estrépito. Como del mismoi modo rememora que pasó alguna tarde en la fonda La Mezquita, detrás del ayuntamiento, todo misterio, tapujo, unas bombillas de quince bujías iluminando pobremente aquellas estrambóticas estancias, cuadros de vírgenes y santos vigilando desde la pared, baules cubiertos con mantas inglesas repasadas por las docenas de años, oliendo a alcanfor, algún calendario del Corazón de Jesús del año pasado, habitaciones donde unas mujeres de la familia tapadas con mantujos sacaban las tortillas de patatas de unas cajas de cartón en las que se contenían tal vez un pan asentado y unas avellanas o unas nueces del año anterior, por si podía salvarse alguna. (Allí me dijeron que las nueces no eran buenas, porque no ayudaban a hacer de cuerpo. A mi aquello me sonó a chino. Y me llevaron a un cuartucho inmundo en La Mezquita -años después sería sede de una funeraria- en el que había un agujero en el suelo y un cubo de agua. “Hacer de cuerpo es ponerse ahí”, me dijeron señalando el agujero. Me asusté del hedor, de los azulejos de la pared que en otro tiempo fueron blancos, de las moscas, del cubo de agua, del escobón. Hacer de cuerpo... luego me entró unas risa nerviosa que no podía contenerme y creo que en el ascensor que nos subía a la terraza del cine iba yo repitiendo mentalmente “hacer de cuerpo, hacer de cuerpo, hacer de cuerpo”, para contarlo cuando regresara al pueblo. Y quise preguntárselo a la Dolores Romo, pero primero me dio verguenza y luego me entró otra vez la risa tonta).


El chiquino recuerda, cómo no, el paseo por la entonces calle mayor de Badajoz, la calle San Juan hasta la esquina de la calle La Sal y Bravo Murillo, los grandiosos almacenes La Paloma, Los Ángeles y San Juan, Lledó, el restaurador de la esquina de Vicente Barrantes y no olvidará jamás su como distraida lectura en voz alta de los letreros luminosos de las heladerías (h-a-y h-e-l-a-d-o-s...), por si madre se apiada del chiquino que camina con el brazo en cabestrillo. Y también recuerda que aquella noche madre decide que vayan al cine, a la terraza del López de Ayala, donde asiste a la proyección de la legendaria cinta “Los Diez Mandamientos”, que sigue mudo de emoción en tanto los vencejos pasean por las tapias del cine y revolotean en torno a la pantalla, huyendo despavoridos cuando los altavoces aciertan a desvelar el fenomenal fragor de las aguas separándose cuando se lo ordena aquel Moisés barbudo. A la vuelta lo contará en el pueblo, haciendo alarde de conocimientos, desplegando imaginación para que vean que el chiquino que fue a Badajoz no perdió el tiempo, por más que aún le asquee el olor de la clínica de la calle Menacho y el posterior del sanatorio de La Milagrosa, ese tufillo a lo que él llama cloroformo ante los amigos, que miran con respeto su brazo escayolado y le preguntan una y otra vez por el sabor del helado, por la dulzura del plátano, por el olor del rico parisié que no llegó a probar, por la majestuosidad de la sala de cine con su techo de estrellas, por la increíble aventura de haberse montado en un ascensor que le llevó a la terraza, por el estrépito de los futbolines de la planta baja, por los autobuses, los taxis, los policías con sus uniformes que él no veía en el pueblo, el cuartel en cuyos patios jugaría el 'Booming' que entrenaba el capitán Ledesma, las escalinatas de la catedral que visitó de manos de Dolores Romo, la hija de María Arcos, que se empeñó en enseñarle algún santo muy santo y hacerle escuchar la murga que daban los canónigos cantando con monotonía sus letanías y sus motetes, con los breviarios espanzurrados en los sillares del coro y aquellos birretes que rezumaban santidad, años y pringue.

El chiquino que llegó a Badajoz mira hoy la ciudad con la perspectiva del paso de más de cincuenta años. Aunque no se ha librado totalmente del pelo de la dehesa, se ha hecho a las costumbres, a los sitios, a las calles, ha aprendido a calibrar la belleza y paralelamente con su vida ha ido desentrañando el bien del mal, la obra bien hecha de la chapuza. De todo encuentra el chiquino en las calles de este Badajoz y en las gentes que se aprestan a la fiesta y la diversión; que se viste de jarana pese al paro, pese a las dificultades; que pone buena cara a los malos tiempos que a todos nos está tocando vivir. Pero comprueba que es muy otra la ciudad que dejó atrás a sus siete años. Más habitable, más moderna, más acogedora, más poblada, más hospitalaria. Y, pese a todo, más divertida.



En las fotos, la Plaza de San Andrés de antes y la de ahora, la vieja en blanco y negro y la de ahora en color. Y no es porque ahora haya más color. En la otra imagen, Puerta Trinidad, donde estaba la garita ante la que había que rendir tributo a la fiscalía.