martes, 30 de agosto de 2011

Cuando la bolsa es la vida




No me acuerdo de aquel día y no tengo a quién preguntarle. Vaya, que no sé si nací con bolso o bolsa bajo el brazo, porque cada vez que me miro al espejo o en el interior de mi mismo, me veo con una bolsa en la mano, siempre llena de las cosas más peregrinas, las más de las veces basura. Pero a veces llevo patatas, cajas de leche, hueveros o hueveras llenas o vacías, zapatillas de deporte, el calendario zaragozano, frutas variadas, libros... Y es que sale uno a la calle y lo primero que hace es atentarse el bolsillo de atrás del pantalón, donde va la bolsa cuidadosamente doblada, por si cae a mano entrar en el Eroski, el Mercadona, El Corte Inglés o la frutería de Emilio, aunque Genoveva o Emilio siempre te dan bolsa y además te regalan el perejil sin poner mala cara. Y es que nuestra vida ya no se entiende sin la bolsa a mano. Lo que siempre me he preguntado, en esto de las bolsas, es por qué los pacenses somos tan guarros que las jondeamos en cualquier lugar, sin pensar en el medio ambiente. No hay más que ver cómo está la vegetación que malvive en la autovía asfixiada de bolsas, las que tiramos desde el coche. No hay parque en el que no se amontonen junto a las papeleras, más fuera que dentro. Aparte del chiste tonto del que se autodefine como corredor de bolsa, está el ciudadano medio cuya vida gira en torno a las bolsas: para comprar, para llevar enredos desde casa al trastero, del trastero a casa, del supermercado al frigorífico, de la despensa a la mesa, del cubo de la basura al contenedor; hasta para ir misa hay quien se las lleva. Estoy tan jartito de bolsas que si algún día alguien en la calle me amenaza : “¡La bolsa o la vida!” estoy convencido de que le diré: “¡Toma la bolsa y búscate la vida!” (Aplausos, estamos llegando a fin de agosto. ¡Ojo!: hay que retornar las maletas al altillo y forrar los libros, si es que aún los hay)
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(Publicado en la edición impresa de HOY el martes 30 de agosto de 2011)

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