La del alba sería (Cervantes, lo
admito) cuando entré, armado de valor, hasta el supermercado. La cajera me miró
desde la honda lontananza y no me dijo “buenos días” sino algo más prosaico:
“¿Ponemos bolsita, caballero?” (Sí, pensé yo, a 17 céntimos en el Día y a 15 en
El Corte Inglés, qué te parece). Pasé el arco voltaico (cómo me acuerdo de mis
colegas columnistas ilustrados que a todo le sacan punta, Plácido Ramírez Carrillo, el galeno Agapito
Gómez Villa, el funcionario proactivo Diego Algaba, el ex
jefe de bomberos Fernando Bermejo) y aquello -el arco, digo-
empezó a pitar como el tren de Chamizo (el tren, esa es otra, queridos
canallas) y yo sin poder ponerle remedio al pitido constante pensé de inmediato
en el nenúfar del Guadiana y supuse que si algún día perforan y encajonan el
maltrecho rio y lo hacen navegable hasta Sanlúcar de Barrameda, ya desde el
primer momento saldrá con retraso. O no arrancará, que no sabemos si los
maquinistas de los barcos serán tan “eficaces” como los de la Renfe (no es
“Renfe” sino “ten fe”, debería decir su publicidad). Y en ello estaba cuando se
me fueron las ideas hasta la aventura de ese padre que se gana la vida fuera de
nuestras fronteras y quiere volver a casa en tren, como el turrón, a celebrar
el natalicio y esas cosas. La cajera, a todo esto, pensaría al mirarme que a
dónde irá el viejo este, sin jeíto, arrastrando los pies con esas
zapatillas y esa gorra portuguesa,
vaya pinta el hombre. Y yo, que intuí su
pensamiento, me miré y me acomplejé y hasta (para, por, según, etc) me
compadecí de mi mismo porque miré los muros de la patria mia y, zas, se me
vinieron cuerpo a tierra los palos del sombrajo, que es eso que se cae siempre
cuando para el dolor propio (menuda piltrafa de redacción me está brotando) no
hay alternativa humana y menos de la otra. Y en la alternativa humana
inexistente sigo preguntándome hasta qué altura habrá subido hoy el precio de
la leche, la semidesnatada, que es la mia. Porque espero que un día baje,
menudo optimista estoy hecho. Menos mal que la leche me la venden en su propia
caja, que va incluida en el precio y no me cobran los 17 céntimos de la bolsa…
Anda, agila palante y sube al barco, que nos vamos al Guadiana y no hay más
turrón (aunque siempre nos quedará Castuera).
Publicado en la edición impresa de HOY el 26 de noviembre de 2022)
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