viernes, 9 de noviembre de 2012

Los olores de Badajoz

Esto de los malos olores que afectaron hace un par de semanas a Badajoz, que ahora ya se ha solucionado entre otras cosas por las lluvias, viene de antiguo. Ahora parece que nadie tiene memoria de ello, pero en verano los vecinos del polígono La Paz se acordaban todos los días varias veces de la dignísima Corporación municipal, estuviera presidida por quien estuviera, cada vez que al caño de la Cambota le daba por largar al exterior. Aquel olor era penetrante y llegaba a casi todos los barrios del Badajoz de entonces, que en aquella zona terminaba por los bloques de Santa Teresa, cuando allí no había llegado aún el olor del dinero del Banco de España y lo más que se olía (y mal, también) eran los efluvios que salían de la aceitunera, que dicho sea de paso me llegaban a mi hasta a las aulas de la Escuela Normal o a la pensión en la que vivía en las calle Las Peñas primero y Bravo Murillo después y se percibían, en su época, lo mismo en el gimnasio al aire libre donde nos daba las clases de gimnasia y formación del dichoso espíritu nacional don Leopoldo García Morera que en las aulas en las que don Benito Mahedero se empeñaba en enseñarnos la tabla de los elementos (litio, sodio,potasio…), que bien que nos costaba aprender a los que veníamos de letras. Entonces no había Vaguadas ni Urbanización Guadiana ni Jardines del Guadiana… pero el pestazo era de campeonato. Menos mal que en Badajoz no todo han sido siempre malos olores. Y es que si se quiere que los jardines desprendan suaves y agradables perfumes hay que convenir en que es necesario acarrear estiércol y de eso también aquí ha habido lo suyo.
  Fue la glosa de los olores de Badajoz la que le valió un premio al periodista José María Pagador Otero (¿donde andas, Pepe?) que escribió “el Badajoz de los ciegos”, un cariñoso recorrido por la ruta que supuestamente hacía un ciego cada día y se iba guiando por el olor de rosas en San Francisco, el olor de los calamares de la Calle Zurbarán en Los Corales, el olor de los churros de Saymu en la calle del Obispo, el olor que salía incluso del antiguo jardín del Obispado…
  Ha pasado felizmente el tiempo de aquellas penurias y hoy los olores han de ser muy otros. Son los purines, me dice la autorizada voz del poeta Santiago Corchete que, como experto profesional de la agricultura que sigue siendo, sabe detectar los olores con los que ha convivido décadas pateando el campo extremeño. Sean unos u otros, menos mal que el agua ha barrido las calles, ha aliviado los olores y se ha depositado en nuestros embalses. Y todo ello sin costarle un euro al ayuntamiento.

  (En la foto, el lugar por el que estaba el caño de la Cambota, que fue definitivamente encauzado aguas abajo del azud. Este texto ha sido publicado en la edición impresa de HOY el 9 de noviembre de 2012)

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