martes, 24 de noviembre de 2009

Pies durmiendo, al fin





A ciertas edades, los pies son más que sólo las manos. Quizá no sirven para desenmarañar, para enredar, para tejer o destejer, para abrazar. Pero son más fieles que las manos, son más ayudantes de nuestro cuerpo, son mejores aliados para desplazarse. Porque sí, muchos seres vivos se valen sólo de las manos para moverse, como el macaco, pero los pies nos son imprescindibles si queremos avanzar de un sitio a otro, de la casa a la calle, de la cama al pasillo, de la carretera al camino... Por eso nuestros pies cansados son un tormento, especialmente cuando ya tenemos pocas ganas de trotar y mucha necesidad de movernos de sitio, de desplazarnos en busca de un nuevo rincón, tras un asiento, buscando la sombra que nos cobije. Pies cansados de patear, pies acostumbrados a subidas y bajadas, a escaladas, a descensos simples o vertiginosos, pies que conducen nuestro caminar y nuestro pasear, el correr o el frenar, pies que detienen nuestra marcha ilusionada, que impiden a veces nuestro anhelado paseo, pies que en suma nos traen y nos llevan recordándonos nuestra fragilidad, nuestra dependencia de algo tan sencillo como esos diez pares de dedos ahí pegados, ayudando a la vida diaria del caminante.
Estos de la foto son pies de mujeres que han hecho un alto en el camino, pies que han andado cientos y miles de kilómetros no en competición, sino en la lucha diaria de la vida. En la cocina, en el pasillo, en la casa, en la calle, en los caminos. Pies fatigados de mujeres que han conocido tal vez poco descanso, pies hechos a la brega diaria, pies que casi nunca han gozado de un buen calzado, pies que han sufrido como nadie fríos y calores, pies que han soportado pesos desmesurados para su capacidad, pies que han emprendido rutas odiosas muchas veces, agradables también. Son pies hechos a la lucha, al sufrimiento, pies que han llevado a una feria y han encontrado un hueco para el merecido descanso, pies que oyen el lastimero quejío de las mujeres doloridas, pies que han pateado lo suyo por vivir y que ahora, al abrigo de una sombra, viven felices su recuperación, su descanso. Pies que ahora, por fin, duermen.

No hay comentarios: