viernes, 4 de enero de 2013

2013, el último año o el primero

Sería lo primero que vi del 2013, de buena mañana mientras motriles alborotados aún regresan a casa, por el puente de la Universidad en un día feliz del 1 de enero sin neblina. Las corbatas relucientes, aunque arrugadas, siguen en su sitio haciendo el imposible equilibrio con los cuerpos cansados. Convencidos de que han de regresar a casa aunque no vencidos todavía. Es la primera mañana de un año que quiere derrotarnos cuando nada más acaba de empezar. Este será el año en que, si lo conozco, cumpliré mis primeros 65 años, ahí es nada viejo Gabo. Aún los cafés siguen costando un euro o poco más. Badajoz se despierta entre el graznido de los patos que sortean las migas de pan que les echan unos caminantes en el Puente de Palmas. Los muchachos del Bar Venero despachan otras migas, animosos. Siguen en su sitio al lado del Gran Casino las vacas tozudas de la margen derecha, rumiando parsimoniosas no se sabe qué. Un taxista mira mi chandal viejo y le veo cansado de transportar muchachas en flor que regresan, zapatos en la mano con sus portentosos tacones, con el rimmel corrido, buscando el cobijo de casa donde papá les va a regañar mientras mamá esbozará un mohín de indolencia (“es la niña, déjala, su primera Nochevieja, mientras vuelva como se fue…”). Con bici también vieja un mozalbete de hosca mirada silba junto al Hotel Río y el Azcona mientras esquiva a un perro atolondrado que se le cruza llorando porque tal vez ha sido abandonado. También. En la plaza de Santa María la Cabeza un gorrilla mira extrañado la ausencia de coches que no buscan aparcamiento, porque aún duermen. Un gato mía mientras contempla desconsolado a los solitarios paseantes, como él. Este Badajoz se ha resistido a que le nazca un año nuevo, que será para muchos el último y para no pocos el primero de su existencia. Y la vida sigue lo mismo: no abre el parking de Conquistadores, se levantan las losetas, decenas de coches reposan en doble fila, crece la lista de parados, cada día cierra un negocio y nace otra frutería que morirá, los comerciantes se quejan de que no se vende ni el calendario zaragozano, sigue subiendo el precio de los tomates y las patatas aunque no se nota en el bolsillo del productor, hay tras cada esquina otro impuesto y una nueva corrupción a la vista, sigue creciendo la cifra de amigos de lo ajeno, entre alguna clase política sobre todo. Esto es: todo ha cambiado para que todo siga igual. Y Badajoz se parece cada día más a sus relojes (menos mal que funcionan bien los del Palacio municipal y la catedral, que el arzobispo tiene bendecido el suyo y Migué le da cuerda al otro). Esto es lo que hay, a vé… (Publicado en la edición impresa de HOY el viernes 4 de enero de 2013)