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No me distraigas. Hoy venimos a espárragos, ¿no? Cuando vayamos a carteras, a
carteras…
Se
empeñaba una y otra vez mi acompañante en llamarme la atención, para que dejáramos la
tarea y nos dedicáramos a otra cosa. Y no es que fuera por falta de ganas de
trabajar ni de concentración. Es que era lo suyo el vicio de querer mezclar las
cosas. Algo parecido a lo que le está pasando a mi imaginación ahora. Y yo le
reclamo atención:
-A
ti te han pedido que escribas de los carnavales, ¿no? Pues todo lo que sea
llevarme por otro sitio es querer distraerme.
Y
no, no es como lo de mi socio buscador de esepárragos, pero se le parece.
Porque está claro que con todo lo que tenemos encima, no en la nube sino
encima, es difícil olvidarse de la situación y ponerse a pensar en Carnaval.
¿Cómo vamos a escribir de carnaval cuando hay listas interminables de corruptos
y pajarracos maleantes mezcladas con listas extensísimas de parados, de
extorsionados, de explotados…? Pero tal vez no sea del todo malo buscar motivos
para la evasión, para echar una cana al aire, para ponerse el disfraz y tratar
de pasar de la indignación al alboroto, del llanto a la sonrisa. Intentar
pensar en cosas algo más pasajeras y livianas, ver la vida de color aunque
luego haya de llegar el miércoles de ceniza después de que enterremos a las
sardinas. Por eso quizá sea bueno echar la vista al mundo que nos rodea y
tratar de encontrar argumentos para la evasión.
Monago,
labrador
Una de las raras habilidades
del presidente de la Junta (me cuesta escribir del Gobierno de Extremadura) es
la de mimetizarse con el terreno y hacerse a lo que tiene al lado. No me
extrañaría nada verle un día cantado la Internacional con Pedro Escobar, puño
en alto, aunque eso iba a ser un tanto sorprendente. Pero he logrado un
testimonio gráfico que me llama la atención. En estos tiempos en que todo el
mundo está a la que cae, alguien ha colocado un cartel anunciador de su
actividad al lado de una mula y un arado y su apellido para publicitar el
negocio. Bien, nada que objetar. Pero sorprende que los símbolos elegidos sean
tan extremeños, aunque lógicamente tratándose de una herrería es sabido que en
ellas se fabrican o reparan arados, se pueden hacer y rehacer y afilar
vertederas y rejillas, todo ello con el añadido de la presencia de las mulas
cascabeleras que son las que cargan con lo más pesado del trabajo. Quien
circulaba por la autovía en Badajoz, por el Llano de Pardaleras se encontraba hasta el día de los vendavales
del 17 de enero pasado si iba pensando en las musarañas (es decir, mirando al
cielo que está emborregado) con una veleta que anunciaba el oficio del señor
Monago, que en este caso ni es el de la política ni es el del presidente de la
Junta José Antonio Monago, sino de otro Monago. Más hete aquí que con los
vendavales la tal veleta se fue a hacer puñetas. Cuando en la mañana del
domingo 20 de enero traté de repetir la foto, buscando más claridad, la tal
veleta ya no estaba. Así que dejo aquí el testimonio de la veleta como estaba
antes del bamboleo aéreo.
Campillo,
en el comedor
Es
sabido que la política tiene extraños compañeros de cama por lo que me permito
dar un salto a otro lugar más lejano, el de la Universidad de los Mayores de
Extremadura, a cuyas aulas presumo de asistir porque aprender cada día algo
nuevo, aunque uno sea ya mayor, no está de más. En esas aulas he tenido el
privilegio de asistir en este curso a las clases del profesor/doctor José
Enrique Campillo, quien en una de las últimas lecciones de este curso nos
ilustraba a los alumnos de 2º sobre las
ventajas y los inconvenientes de la comida o, por decirlo mejor, de ciertas
comidas. Y defiende y documenta varios aspectos relacionados con la mesa
afirmando que a los españoles les gusta hacer dos cosas sin esfuerzo: aprender
inglés y adelgazar. Cosas que, evidentemente, o son imposibles de lograr
fácilmente o requieren de muchísimo
esfuerzo. Ilustra con refranes sus teorías, como el que señala que “gallina en
casa rica, siempre pica”, aboga por comer siempre en compañía, defiende que
tras servirse el plato hay que llevar la olla a la cocina y no dejarla
encima de la mesa y, finalmente, señala
que comer es la cosa más divertida que se puede hacer con la ropa puesta. Esta
afirmación levanta las sonrisas del picarón auditorio que enseguida quiere
buscarle las cosquillas al gato. Buen hombre y divertido experto al que lo
mismo le gusta hacer una maratón que, estoy casi seguro, salir de juerga en
Carnaval.
Echarse
a la calle
Porque
para echarse a la calle en Carnaval hay que estar dotados de una cierta
fortaleza. El carnaval es la fiesta de la calle y ya sabemos que desde muy
niños a los seres humanos una de las cosas que más nos gusta es la calle. Eso
lo saben bien los padres que están acostumbrados a calmar los nervios o los
llantos de los niños enseñándoles la puerta de casa y jaleándolos al grito de
¡nos vamos a la calle! Es raro el niño que resiste a esa tentación y si la
tierna criatura ya conoce las delicias que le esperan fuera de casa,
rápidamente se irá flechado a la puerta buscando el bálsamo callejero donde
encontrará por igual juegos o chucherías (si lo piensan bien, es lo mismo que
los mayores buscamos también en la calle, aunque no siempre lo encontramos y la
culpa será nuestra, las más de las veces
por no saber buscar, tanto juegos como chucherías).
Aunque
la calle tiene sus peligros. Si en estos días carnavaleros nos retiramos y
buscarnos un sitio para descansar, aunque sea un humilde umbral, podemos
encontrarnos con sorpresas como las que nos dan algunos carteles a las puertas
de bloques de viviendas o de oficinas, donde no quieren tener vecinos sentados
interrumpiendo el paso. No se extrañen, pues, si en estos días se encuentran
con carteles que les avisan de que busquen otro sitio para sentarse.
(Publicado en la Revista oficial del Carnaval del Ayuntamiento de Badajoz, en febrero de 2013)
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