No
sé si han llegado antes de tiempo, porque aún no se ve el trigo verde y de
siempre se ha dicho que las amapolas acompañaban a los trigales por el camino
verde que va a la ermita. O eso eran las
margaritas, ya ni lo recuerdo. El hecho es que el campo se nos está
emborrachando de amapolas y a mi siempre que veo esos adornos rojos de nuestros
campos se me llenan los ojos de Jesús
Delgado Valhondo. Pacientes, flores de escasos días, viven más que las
jaras, esas flores pegajosas que sí son de una sola jornada.
Pero
las amapolas también fueron tocadas por la poesía de Jesús, que en un arranque de aquella espontaneidad suya las ensalzó
y subió a la máxima categoría. Ya ni sé si lo habré escrito antes de ahora. Es
la anécdota que vivió el maestro poeta al que tentaron y casi obligaron a
meterse en política, aunque sólo fue por tapar unos huecos en las listas
electorales, algo que ahora está de actualidad.
En
aquel tiempo de la Ucedé Jesús, que
fue concejal en Badajoz, se vio obligado
a intervenir en un mitín electoral, creo que con el incombustible Isidoro Hernández Sito. Le montaron en
un coche y le llevaron a algún pueblo perdido en La Siberia extremeña y allí
desgranaba Hernández Sito sus
propuestas agrarias. Ante el lamento de los agricultores de la comarca con
frases del estilo “qué vamos a hacer con el campo, esto es una ruina, qué
sembraremos este año, el año pasado nos dieron una miseria por la cebada y los
trigales”, Jesús pidió la palabra y
se subió al escenario. Agarró micrófono y ante el estupor de unos y el regocijo
de otros repondió a la pregunta unánime: ¿qué sembramos?. Jesús, todo poesía, replicó serenamente: “Amapolas. El campo
extremeño hay que sembrarlo todo de amapolas”.
(Publicado en la edición impresa de HOY el martes, 28 de abril de 2015)
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