viernes, 29 de abril de 2016

Álvarez Buiza, "cada día más cercano a mi niñez"







El 25 de abril de 2016 tuve el honor de presentar a Jaime Álvarez Buiza, que pronunció una conferencia en la Real Sociedad Económica de Amigos del País en Badajoz. Aquí están recogidas mis palabras textuales de esa noche y un par de fotos del salón donde se celebró el acto literario:


Acongojan estos cientos, miles de libros. De los millones de palabras que encierran. Como le pasa al Atlético de Madrid, su club, cuando acude al Bernabéu a tratar de ganar. A ellos les puede el miedo escénico de aquel lugar que algunos cursis llaman Coliseo. Algo así como este de ahora, aquí, con millones de palabras vigilándonos y rodeándonos. El oficio de los escritores como Jaime es entresacar y escarbar en los millones de palabras que están dispersos por el mundo, en el mar, en el aire, en las montañas... y ordenarlas, como el tipógrafo va sacando cada una de las letritas de molde que luego colocará en la rama para que lleguen finalmente hasta la teja de la imprenta. Así era antes. Algo así como esos patos que he visto esta mañana en el paseo de las márgenes del Guadiana poniendo en fila a sus patitos y haciéndolos caminar buscando gusanos en las orillas del rio, como si fueran palabras, escarbando entre los helechos, asombrados quizás ante la verbena de amapolas que la Tierra nos regala hogaño.
Tengo escrito por ahí, hace seis años, rondando por eso que llaman ahora la nube, desde febrero de 2010, que es fino este Jaime Álvarez Buiza de cuya persona me propongo cometer esta presentación. Porque no se deja amilanar, impresiona pese y por su estatura normal, taladra con la mirada que sin embargo es mansa. Sus espaldas andan ya curtidas pasada felizmente la sesentena de la que se cachondea ladinamente. Que me quiten lo bailao dice. Enamorado como sigue de Trini y de Jesús Delgado Valhondo, dice de si mismo ser chinche, escéptico, agnóstico, iconoclasta, instalado en la duda y se pregunta si acaso sea también poeta. Yo he acudido a mi imaginario y añadiría demás que es sensible, intenso, divertido, liberal, mordaz, candidato a la guillotina (no a la macabra, sino a la de las imprentas, a esa guillotina que ordena y elimina las rebabas de los libros).
Es también irrespetuoso, no oportunista, insaciable, guerrillero, ocurrente, conversador irrefrenable, indomable, romántico, soñador, funambulista, quizá prestidigitador de las palabras, ilusionista, fabulador, lenguarón, epatante, ingenioso...
Nació curiosamente teniendo cero horas, cero minutos, cero días, allá por el 17 de octubre de 1952, en los días en que se acababa el racionamiento del pan impuesto al final de la Cruzada, en los días en que se publica El viejo y el mar de Hemingway, se estrena Cantando bajo la lluvia y en Argentina muere Evita Perón a los 33 años. A todos ello se sobrepone Jaime que empieza a corretear por las calles de su Badajoz, por la calle del Obispo, por San Francisco, Castelar, el parque infantil, San Juan, todo el centro de Badajoz que le vio crecer.
Desde enero del año 77 y hasta marzo del 78 sirvió a lo que llamamos patria en tierras de Viator, en Almería. Y allí entre guardias, imaginarias, distancias y creo que algún que otro desmán se gestó su libro Tarde de siempre.
Y aquí habla Jaime: “Conocí a Jesús en el año 1971, cuando era delegado provincial de la Asociación Nacional de Inválidos Civiles, a través de su secretario, José Antúnez, que trabajaba en la relojería por las tardes como contable. Y es raro el día, desde que Jesús murió el 23 de julio de 1993, que no me acuerde de él en algún momento. Sin duda, es la persona más extraordinaria que haya podido conocer. Y un poeta mayúsculo. Fue para mí como un padre. Y me influyó muchísimo: escuchándome, educándome, riñéndome, animándome, corrigiéndome… Y me sigue influyendo porque el poso de sus enseñanzas, poéticas y humanas, sigue vivo dentro de mí. He dicho en alguna ocasión que lo que más le agradezco a la poesía, la mayor satisfacción que me ha dado, fue el conocerlo, quererlo y sentirme querido por él”.
Jaime entra a trabajar en la Universidad de Extremadura en octubre de 1978, hasta febrero de 1985, en que se fue a la Editora Regional de Extremadura, (de la que dice que en maldita la hora en que lo hizo), y donde aguantó hasta final de setiembre de ese año. En octubre, ‘reingresó’ en el negocio familiar, hasta que en setiembre de 2001 volvía a la UEx, donde continúa en la actualidad
De Jaime ha hablado en voz alta Manuel Pecellín afirmando que es un poeta que está por decir la última palabra y que en él se encarna lo que afirmó Cervantes al decir que la poesía es amiga de la soledad y el silencio. Y eso que en Jaime se dan cita el bullicio de su vida literaria, de Esquina Viva, de Universitas Editorial, del taller de joyería, de Trini, de sus tres hijos , del trabajo en la Universidad y sus confesables vicios de las esquinas de las tabernas, de la escritura en tiempos de mili, de su negativa a aceptar los dictados de la cultura oficial que le marginó por negarse a aceptar el pensamiento único en los albores de 1982, hace bastante más de treinta años.
Ha dicho que para él dormir es un tormento porque teme a lo desconocido de la noche y reconoce que despertar cada mañana es una aventura y aunque admite que convive bien con su sordera, como yo Jaime, como muchos de los aquí presentes (dice que a veces le sirve para hacerse el longuis) , como yo, lamenta que cuando se despierta no recuerda en el oido la risa de su madre, como yo Jaime, como yo tampoco, como muchos de los aquí presentes.
Confiesa haber cometido la publicación de estos libros de poesía: Desde un amor en lucha, Tarde de siempre, Huida de las horas, Insistente reencuentro, Personario, Espera inacabada, Desconsolada espera y Presagio del silencio.
En Huida de las horas escribía que “solo vives un trozo de tu tiempo, el que puedes dejar sin medir”. Y eso mismo hoy lo sigue creyendo “porque el tiempo medido es tiempo muerto. Lo que ocurre es que, con los años, he aprendido a sentirlo sin medir, con lo que puedo revivirlo sin sufrir porque se haya ido”. Dice que en su obra el mes de abril siempre fue un motivo presente, explícita o implícitamente, en su poesía. No sabía si por el poema de Eliot, por la musicalidad de la palabra, por su luz… Y dice él que “ocurrió que en el mes de abril de 1985 murió mi madre. Entonces me convencí de que esa reiteración en recurrir al mes de abril no había sido sino una premonición macabra. A partir de ahí, lo que era un motivo de inspiración intangible adquirió carta de naturaleza tristemente real. En fin, a mí me ocurrió lo contrario que a Sabina, que fue el mes de abril el que me robó una parte de mi vida”.
   En su poema Testamento se quejaba de que los hijos crecen demasiado deprisa. Y lo justifica diciendo que se preguntaba y preguntaba “si la ternura de los años en que éramos inocentes y puros podría con el paso del tiempo, en lo que este paso supone de desencanto y de pérdida. Y conforme voy cumpliendo años me voy dando cuenta de que, al menos a mí, me sirve. Porque estoy cada vez más desinhibido, más curioso, más inquieto, con más ganas de aprender… más cercano a mi niñez. Hasta el punto de que, a pesar de que el crecimiento de mis hijos no se ha frenado y el mío corre que se las pela, a veces me siento más joven que ellos”. 
    Es padre de tres niños ya no tan niños. Andrea, 35 años; Ángela, 30 años y Jaime, 29 años. Andrea está ahora de año sabático en casa. Trabaja en Barcelona, en una Fundación que se ocupa de discapacitados psíquicos en pisos tutelados. Ángela es técnico de sonido en Canal Extremadura y Jaime trabaja en Barcelona en la misma Fundación que Andrea.
   Y se pone serio al afirmar que “nietos no tengo. Y les he dicho a mis hijos que como me vaya al otro barrio sin ser abuelo, mi “pantasma” piensa atormentarlos por las noches tirándoles de los dedos de los pies cuando estén dormidos. Porque esa putada – dice él- no se le hace a un padre”.
   En algún cajón tiene guardados sus palíndromos que están reposando y esperando crecer. “Se durmieron de pronto, sin avisar, y no encuentro el momento de despertarlos. Quizá porque tenga un cierto temor a hacerlo”.  Y del futuro le he preguntado lo mismo que le pregunté a Jesús Delgado Valhondo en una entrevista que inauguró la sección específica de Cultura en HOY, no sé ni en qué año. No sabe si le queda mucho por escribir, espera que sí. Y por leer “cada día que pasa me queda más. Y, lo que es peor, menos tiempo para hacerlo. La vida es, entre otras cosas y a partir de un cierto momento, eso, falta de tiempo”.
     Jaime, este es ahora tu tiempo.

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