domingo, 25 de enero de 2009

Ahí vive un hombre





Dicen algunos vecinos que es mudo. “No habla nunca”. Pero a mí sí me ha hablado cuando le he puesto un par de euros por delante y ha abierto dos ojos como platos. Lo cierto es que cada noche se echa encima por todo abrigo unos mantujos viejos, cobertores de los de a tres euros en cualquier mercadillo. Se rodea de vasos de plástico, de bolsas vacías, cientos de bolsas. Se abriga a su modo. Mientras la ciudad duerme, alegre y confiada, este ciudadano del mundo (larga barba, cabellos como los de las Parcas, botas como las de las siete leguas, calcetines remendados, chubasquero y jersey sobrevientes de mil batallas), sólo a cien pasos de un hotel de lujo, ve pasar la noche sobre el cielo de Badajoz. Cuando paso cada mañana me cuesta imaginar que ahí debajo vive un hombre. Pero es así.
Dicen algunos vecinos que es mudo.
–“Sí, soy portugués”.
Me costó arrancarle esa primera confesión. Luego ya, mientras paladeaba lo que tal vez fuera su desayuno, un café solo con unas gotas de anís, mirando al fondo del vaso –lo del vaso lo cuento ahora– el que ya podría ser mi amigo PepeLuis sonríe quizás adivinando en el fondo del recipiente un futuro menos negro. (He conocido a gente que se ha tirado a un pozo siguiendo la llamada de un hijo muerto, como Pitolesna, que se suicidó en un pozo siguiendo la voz de un hijo muerto). Pero el café de PepeLuis –“Sí, soy portugués”– parece más alegre. Quizá le hayan dado los vasos alguno de los bares cercanos en la avenida Damián Téllez Lafuente, en Badajoz, junto al hotel de lujo en el que con calefacción duermen ejecutivos con batas de seda. En esos bares se dispensa el café para llevar en vasos comprados en los chinos con la bandera de barras y estrellas del Tío Sam, ahora que el Renegado ha llegado al despacho oval y nos permitirá soñar olvidando al innombrable. PepeLuis camina con su café en el vaso adornado con la bandera americana (y me acuerdo de la mantequilla y la leche en polvo, “donativo” de EE.UU. al “pueblo” español). Me he atrevido a abordarle.
–Si me dejas que te haga una foto, te doy un euro.
Ha dejado caer sobre mí sus cansados ojos.
–Sí.
–¿De dónde eres?
–De Portugal.
Mira mi mano y a la cámara.
–¿Cómo te llamas?
–PepeLuis.
–¿Duermes ahí todos los días?
–Sí.
–¿Alguien te ayuda? ¿Quién te ayuda?
Mira la cámara, mira en mi mano el euro que he aumentado a dos.
–¿Quién te ayuda?
–Tú.
Y se ha ido. Y me he sentido otra vez periodista. Pero, antes, un ser humano avergonzado de su condición, de permitir que haya PepeLuis, de que existan las batas de seda, de que los chinos sigan fabricando vasos con la bandera de barras y estrellas, de que el cielo de Badajoz se adorne de las estrellas que dejan dormir a PepeLuis rodeado de bolsas de plástico y de un cobertor de los de a tres euros en cualquier mercadillo.

1 comentario:

Esther dijo...

menudo reportero estás hecho!