miércoles, 14 de enero de 2009

Miguel, Miguelón

Y allí estaba él, con un par de muletas. Mayor, pero menos que yo, claro. Hacía calor, ya se sabe que los consultorios de la Seguridad Social son un nido de calor y aunque uno no lo quiera ha de quitarse el chaquetón y echar a un lado la bufanda. El caso es que por suerte para mi no me reconoció y a mi, como al Piyayo, me daba un respeto imponente decirle algo. ¡Eh, hombre, Miguel...! Por ejemplo. Pero no, me quedé callado esta mañana y no le dije nada. Él, apoyado en sus muletas, contaba a otro quidam sentado a mi lado que la semana pasada se armó de valor. "Me fui a Badajoz. La verdad es que me dije que no iba a beber más en una temporada, pero el día de Navidad me animé y dejé de tragarme las pastillas... Hoy voy a tomarme unas copitas. Y dicho y hecho. Me fui a Badajoz por la mañana. A mediodía ya andaba yo algo perjudicado. Una vecina del aquí del Cerro me vio con las manos llenas de bolsas. ¡Eh, Miguel!, ven aquí, echas las bolsas al coche que yo te las llevo a casa. Eran para los nietos, ¿sabes? Quería comprarles unas cosillas. Y la verdad es que se me fue la olla. Me cargué de tantas bolsas que ya ni daba abasto en la barra para seguir con las copas. Bueno, a lo que iba, que menos mal que la vecina me recogió las bolsas y se las trajo a casa. Me dolía ya tanto la cabeza... También me duele ahora, pero no es por aquello, llevo unos días sin beber y estoy mejor. Es que se me fue la olla... Ah, como me duele esta pierna..."
Desde mi asiento en una silla al lado de su amigo yo miraba a Miguel. Menos mal, ya no se acordó de mi o no me prestó atención. Aunque hace muchos años que me ofreció partirme la cara, a mi no se me ha olvidado. Yo le dije que no hacía falta que me dierra dos bofetones, que con uno era suficiente. Hoy Miguel está algo menos gordo pero me siguen impresionando sus gruesos labios parecidos a los de las estampas que venían con los chocolates Loyola. Y las manos, siempre las mismas manos enormes, manos hechas para trabajar en el andamio, tal vez antes para poner firme a su familia según sus particulares criterios, quizá para agarrar el boli e ir señalando los números del bingo, acaso hoy para acariciar a sus nietos. Sí, por qué no va ser Miguel capaz de acariciar a sus nietos, sobre todo los días en que decide no ir "a Badajoz". Miguel, suerte, hermano.

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