lunes, 4 de junio de 2012

¡ Quítasela, no le dejes pensar !

Fui pocas veces a El Vivero. Era para mi como una fortaleza, cuando de pequeño aprendí algo de lo que sé en los pasillos del Seminario, bajo la tutela de curas que marcaron una parte de mi vida, la inmensa mayoría de ellos para bien. Me deslumbró El Vivero desde el Seminario porque en aquellos años algunos futbolistas,como Calín, iban a jugar en los campos de tierra y se enfrentaban a “los curas”, como Pedro Miranda, Simal o Modesto. Algunos jugaban con sotana y lo hacían de lujo. De aquellos años también me impactó el berrido nocturno (eso me parecía) del tren. Aquello me imponía, sobre todo la primera noche en que lloroso entre las sábanas lo escuché, yo un niño de diez años. Por vez primera lejos de mis padres, de mis hermanos, de mi pueblo, de las calles, de los pardales, de los regatos, de las encinas... Años después vi jugar ahí a Cruyff, a Iríbar, a Pozo, a Zamorano, a Toni Cabello, a Tienza, quizás a Heredia, a Borrego, en fin, a muchos que se partían el pecho por alcanzar la escasa gloria que da una Tercera o una Segunda División o un Trofeo Ibérico en los tiempos que en que Antonio Guevara ilusionaba a toda una afición que podía ver de cerca a las figuras de relumbrón. Se me quedó grabada una escena protagonizada por un entrenador a quien también vi jugar de portero. El míster aleccionaba a un defensa, secante de un delantero peligroso. Y cuando el delantero agarraba la pelota el míster le gritaba: “¡Quítasela, no le dejes pensar!” Ni el becerro del Seminario, ni los pardales, ni el rugido del tren... Nada me queda ya. Sólo, gracias al míster bonachón que ejerce hoy de abuelo, Rogelio Palomo, aquella orden fulminante. La escucho cada vez que veo a la Merkel, Rajoy, De Guindos y me acuerdo de la prima de riesgo o del viajero presidente del Supremo: “¡quitásela, no le dejes pensar!” (Publicado en la edición impresa de HOY el lunes 4 de junio de 2012)

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