( Los elementos más identificativos de Salvatierra de los Barros, en el Museo de la Alfarería de la población, una joya que es a la vez un homenaje a una artesanía que se resiste a desaparecer) Foto: M. LÓPEZ
En las casas aún habitadas de la
zona de la Plaza Alta de Badajoz
puede que aún haya cantareras, esa reliquia del pasado que a algunos se les
antoja ya lejano pero que ofrecían una imagen de frescura en las casas que se
aprecia especialmente en verano. Revelaban las cantareras además el ingenio y
el buen hacer de los albañiles de antaño, que a su vez habían heredado la
sabiduría constructiva de sus ancestros. Puede que haya aún cantareras y cántaros
con agua en algunas casas del viejo San
Roque, en el Cerro de Reyes,
acaso en La Picuriña, tal vez en la Estación o San Fernando, por el Gurugú,
por la Luneta… Y desde luego, en la
inmensa mayoría de nuestros pueblos, que visitaban asiduamente los arrieros de Salvatierra llevando su prodigiosa y
artesanal mercancía, los porrones, los piches, los cántaros, los pucheros. Hace
unos días en esta sección recordaba yo esa simpática y nostálgica presencia de
los arrieros en la plaza de mi pueblo, Salvaleón.
Allí acudían con su mercancía mientras otros de sus compañeros llegaron con los
cántaros, los espiches y hasta los burros a Nueva York.
Hoy, ya digo, no hay cantareras ni
cántaros en muchos lugares y hasta al bar/pub La Cantarera de Sinforiano
Madroñero creo que le han cambiado el nombre y lo ha adoptado un kebab,
mire usted qué gracia. Menos mal que esa desaparición no será total mientras
haya personas que mantengan vivo en su espíritu y en su recuerdo el sabor
agradable del agua enfríada no en el frigorífico, sino a golpe del barro de Salvatierra. No se perderá todo
mientras podamos luchar incluso a favor de quien se empeñe en no tener alma de
cántaro. Pero sí, son tristes las casas sin cántaros.
(Publicado en la edición impresa de HOY el viernes 18 de julio de 2014)
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