viernes, 18 de julio de 2014

Triste como una casa sin cántaros







( Los elementos más identificativos de Salvatierra de los Barros, en el Museo de la Alfarería de la población, una joya que es a la vez un homenaje a una artesanía que se resiste a desaparecer) Foto: M. LÓPEZ


En las casas aún habitadas de la zona de la Plaza Alta de Badajoz puede que aún haya cantareras, esa reliquia del pasado que a algunos se les antoja ya lejano pero que ofrecían una imagen de frescura en las casas que se aprecia especialmente en verano. Revelaban las cantareras además el ingenio y el buen hacer de los albañiles de antaño, que a su vez habían heredado la sabiduría constructiva de sus ancestros. Puede que haya aún cantareras y cántaros con agua en algunas casas del viejo San Roque, en el Cerro de Reyes, acaso en La Picuriña, tal vez en la Estación o San Fernando, por el Gurugú, por la Luneta… Y desde luego, en la inmensa mayoría de nuestros pueblos, que visitaban asiduamente los arrieros de Salvatierra llevando su prodigiosa y artesanal mercancía, los porrones, los piches, los cántaros, los pucheros. Hace unos días en esta sección recordaba yo esa simpática y nostálgica presencia de los arrieros en la plaza de mi pueblo, Salvaleón. Allí acudían con su mercancía mientras otros de sus compañeros llegaron con los cántaros, los espiches y hasta los burros a Nueva York.
Hoy, ya digo, no hay cantareras ni cántaros en muchos lugares y hasta al bar/pub La Cantarera de Sinforiano Madroñero creo que le han cambiado el nombre y lo ha adoptado un kebab, mire usted qué gracia. Menos mal que esa desaparición no será total mientras haya personas que mantengan vivo en su espíritu y en su recuerdo el sabor agradable del agua enfríada no en el frigorífico, sino a golpe del barro de Salvatierra. No se perderá todo mientras podamos luchar incluso a favor de quien se empeñe en no tener alma de cántaro. Pero sí, son tristes las casas sin cántaros.

(Publicado en la edición impresa de HOY el viernes 18 de julio de 2014)

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